Deseo

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Me miré en el espejo del baño de la oficina y arreglé mi cabello lo mejor que pude, viéndome cada vez más desastrosa que antes. Pinté mis labios y mi palidez cobró un poco de vida, pero me seguía viendo y sintiendo mal.

¿Por qué diablos me invitó a salir hoy y no pudo ser otro día, quizás uno donde me viera un poco mejor y algo más presentable? Mi cabello es un desastre y mi rostro está mucho peor.

Respiré hondo, sintiendo los nervios a flor de piel. Hemos salido un par de veces luego del trabajo a comer o beber algo, pero jamás me había pedido explícitamente que me invitaba a salir. Mi mente explotará en cualquier instante por culpa de ese hombre.

Llamé a mi madre para decirle que no se preocupara por mí, que iba a salir a comer con Gabriel, un hecho que la emocionó más que a mí, porque no dejó de decirme que disfrutara y la pasara muy bien con él. Mi madre se creó películas en la cabeza al igual que yo, pero entre ese hombre y yo no va a suceder nada más que esto.

Cuando lo vi llegar y me regaló esa sonrisa que tanto me gusta, mi corazón se alborotó de una manera incontrolable. Gabriel dejó un beso en mi mejilla sin decir ni una sola palabra, antes de separarse de mí y extenderme una rosa azul.

Llevé la rosa a mi nariz y escondí tras ella la sonrisa que se dibujó en mis labios. Mi corazón latía muy fuerte, tenía el presentimiento de que saldría de mi pecho en cualquier momento.

—¿Estás lista?

—Sí —solté el aire bruscamente de mi boca—. Cierro la oficina y nos vamos.

Me ayudó a bajar las rejas y salimos del centro comercial, hablando de cosas triviales y sin importancia alguna. Aunque a su lado me siento contrariada y con cientos de emociones bullendo en mi interior, no puedo dejar de sentirme bien. Gabriel me hace sentir en calma, que todo es diferente y que puedo seguir por la senda de la vida. La tristeza, la soledad, los recuerdos; todo se esfuma de mi mente para darle paso a una marejada de sentimientos que me mantienen con el corazón latiendo a lo que da.

Gabriel me llevó a un restaurante y bar, donde cenamos hamburguesas con papas fritas y bebimos un par de cervezas en medio de una charla entretenida. Entre nosotros los temas nunca paran de fluir. Nos gastamos bromas y nos reímos a más no poder.

Seguimos bebiendo sin importar nada, ni siquiera que al siguiente día teníamos que trabajar. Éramos él y yo, pasando un buen momento y disfrutando de la compañía del otro.

No sé cuántas cervezas bebimos, solo nos detuvimos cuando no pudimos más. Me sentía un poco mareada y me reía de cualquier cosa que me dijera. Hace mucho no me sentía tan relajada, viva y feliz.

La persona que menos esperas, es la que más te sorprende y te hace ver la vida de una manera muy diferente. Eso me sucede con Gabriel, él llegó para hacerme entrar en razón, para empezar a valorar las oportunidades y agradecer no solo a mi familia que ha estado a mi lado, sino a esta nueva vida que, aunque no hubiese sido planeada, es la que debo afrontar. Me estaba dejando morir en vida, cuando Dios me dio una segunda oportunidad de vivir y de encontrar mi propósito.

Salimos del restaurante y bar y nos subimos a su auto. Yo no podía dejar de sonreír mientras lo veía. Su mirada verdosa encendida, esa sonrisa torcida en sus labios y el leve rubor de sus mejillas lo hacían ver tan atractivo. Una parte de mí quería mandar todo al carajo y robarle un beso, porque en mi más profundo interior deseaba volver a sentir esa calidez y humedad de sus labios, pero la otra se contenía por miedo.

—¿Qué pasa? ¿Tengo algo en el rostro? —se llevó las manos a la cara y reí, negando con la cabeza—. ¿Entonces? ¿Por qué me miras de esa manera?

—¿De qué manera te estoy mirando? —lo vacilé.

—De esa manera —se acercó tanto a mí, embriagándome el olor de su perfume.

—Sé más específico, porque no entiendo lo que me quieres decir. ¿De qué manera?

No me amilané, todo lo contrario, le sostuve la mirada hasta que él se apartó un poco de mí, sacudiendo la cabeza con fuerza y sonriendo de forma distinta.

—Me estás mirando de una manera muy extraña —soltó una risita—. Llamaré un taxi para que nos lleve a casa.

—¿Nos vamos a ir tan pronto?

—¿Todavía no quieres llegar a casa?

—No —respondí—. La estoy pasando muy bien aquí contigo.

Cruzamos miradas y sonrió, alargando su mano para tomar la mía. Dejó un casto beso en el dorso de mi mano y mi corazón empezó a repiquetear con algo más de fuerza. Su cercanía, su tacto, su mirada; todo de él me pone muy nerviosa. Mis sentidos se alteran, mi corazón se acelera y mis palabras se reducen a la nada. Tiene una habilidad sorprendente de pasmarme por completo.

No aparté la mirada de sus labios ni un solo instante, viendo su forma carnosa y sintiendo en una parte de mi piel su suave y delicado tacto. No debería estar pensando en un beso de esa boca que tanto me está provocando, pero es que Gabriel se ha encargado poco a poco de adentrarse en mi mente y en todo mi ser.

—Nunca había sido amigo de una mujer que me gustara tanto —dijo de repente, volviendo a plasmar sus labios en el dorso de mi mano—. Tengo que entender que no puedo ir más arriba de tu mano. Tengo que conformarme con dejar un beso en tu mano y no en tu boca, por más ganas que tenga de robarte un solo beso.

—Gabriel... —susurré, sintiendo la sangre caliente y el corazón alebrestado.

—Shhh —llevó sus dedos a mis labios y los acarició con suavidad—. No digas nada. Permíteme sentirlos tan solo un poco.

Cerré los ojos, dejándome llevar por esa caricia tan suave y vibrante que me estaba ofreciendo. Su dedo pulgar recorrió mi labio inferior con una lentitud que me tenía apretando las manos con todas mis fuerzas y conteniendo la respiración. Deslizaba su dedo muy despacio y suave, provocándome cosquillas en los labios y en todo mi ser.

Sentí sus labios posarse en mi mano y los movió hacia arriba, dejando besos tibios por mi muñeca y mi brazo.

Mi corazón lo podía sentir latiendo con fuerza y rapidez en mis oídos. Me sentía a fuego, percibiendo la caricia de su boca por mi brazo y de sus dedos por mis labios. Un manojo de emociones se acumulaba en mi interior y se intensificaba a medida que sus caricias iban en aumento y sus besos por mi brazo se acercaban cada vez más a mi hombro.

Solté un profundo suspiro y cada vello de mi piel se erizó cuando sus labios hicieron contacto en mi cuello. Su respiración agitada y el calor que emanaba de su boca me dejó con la mente en blanco, despertando en mi interior todo ese fuego que por años había permanecido extinto.

—Eres una preciosidad que me ha cautivado por completo —susurró contra mi piel—. No te imaginas lo mucho que me gustas, Margot.

Quería decirle que él también despertaba en mí sentimientos que creía habían muerto, pero sus labios cubrieron los míos con una fuerza y una ansiedad que adormeció cada parte de mi ser.

Sentía el miedo fluyendo por mis venas, más esta vez no me embargó ese sentimiento de culpa y de que estaba haciendo algo malo. Ahora, presa de sus brazos y de sus ardientes besos, me permití dejarme ir por él.

Ese deseo que me consumía segundo a segundo me llevó a devolverle el beso con esa intensidad embriagante con la que él me acribillaba.

Nos perdimos en un beso que nubló nuestra razón y mermó nuestra embriaguez. Parecíamos dos locos ansiosos en busca de algo en específico del otro, sin darnos tiempo siquiera de tomar un solo soplo de aliento.

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