Invitación

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Trabajar de la mano con Gabriel ha sido toda una aventura. Cada día aprendo cosas nuevas de él, así como él de mí. Podría decirse que somos un gran equipo, pues nos entendemos a la perfección. Nuestra amistad también ha ido creciendo y se ha ido fortaleciendo con el paso de los días, aunque mi mente se empeña en jugarme sucio.  

El proyecto va por buen camino, algo que me hace sumamente feliz.  Hemos tenido que viajar juntos para reunirnos con la Srta. Wilson, quien está muy feliz con los avaneces que hemos tenido. El diseño del edificio es una mezcla entre lo moderno y la elegancia que no pasará desapercibido para nadie. 

He tenido buena relación con mi jefe y está muy contento con el trabajo que he realizado hasta el momento. Laia, mi mano derecha, se ha convertido en una gran amiga. Nos ayudamos mutuamente y sacamos adelante nuestro pequeño rinconcito, siendo una de las oficinas con mayor auge. Estoy encantada con mi trabajo, cada vez más feliz de haber salido de ese pozo tan oscuro para permitirme vivir.

Me siento tan viva, que nada ni nadie me puede detener mis pasos. Todos esos sueños que dejé en el olvido luego de aquel accidente, renacieron con una fuerza difícil de vencer. Quisiera retomar muchas cosas que dejé inconclusas y en el olvido, como la tienda que tanto soñamos con Gonzalo.

La casa y la tienda siguen siendo mías, pero mi hermano y mi cuñada son una pareja feliz. Allí han construido su familia y muy pronto esperan hacerla crecer, por lo que sería injusto pedirles aquel espacio. Ellos merecen ser felices en ese lugar que los vio convertirse en marido y mujer.

He hablado con mi madre y la de Gonzalo, ambas me dijeron que no tenían problema con que les vendiera la casa a ellos, después de todo, saben que quedará en buenas manos. 

Hablo a menudo con la madre de Gonzalo y dice sentirse muy feliz por mí y mis ganas de salir adelante. Me asegura que no debo detenerme, porque a su hijo no le hubiese gustado que frenara mi vida por él. Lo recordamos juntas y lloramos por igual, pero ya no existe esa necesidad de morir para estar a su lado. 

Mi doctora ha visto mi progreso como algo positivo y que me ha hecho mucho bien. Dejé de asistir a terapia todos los días, para ahora ir solo una vez a la semana, pues mi vida ha cambiado tanto, que lo ha sugerido. Aunque todavía me sigue recentando algunos medicamentos para dormir y la depresión por si me llega a dar una crisis, no he tomado una sola desde hace varios meses.

Me siento muy bien, incluso he aprendido a controlar mis emociones cuando el dolor en mi muñón me sobrepasa. Aun no me acostumbro, pero poco lo haré y estoy segura de que un día dejará de doler, además de que debo vivir lo que me resta de vida sin una pierna.

Mi única y más grande inseguridad la despierta un hombre que se ha encargado de adentrarse de un solo golpe brutal en mi vida. Somos amigos y trabajamos de la mano en el mismo proyecto, pero no puedo evitar sentirme de esa manera tan contradictoria. 

No sé qué diablos me sucede, si es gusto, atracción o qué será. pero cada que lo tengo cerca, mi corazón se alborota de una manera que nunca me había sucedido. Inconsciente o no, cuando lo veo llegar a mi oficina o nos encontramos en alguna cafetería, la emoción que me embarga es sofocante. Me roba el aliento cada vez que lo veo reír o siento esa mirada tan atrapante y linda sobre mí.

A su lado me siento muy bien. Siempre busca la forma de hacerme reír, así estemos en los momentos más serios. Cuando tiene oportunidad de llevarme a casa, lo hace sin rechistar. Incluso se ganó a mi madre con esa simpatía tan única que posee. No le importa acompañarme al cementerio, aunque siempre me da mi privacidad. Mientras yo hablo con Gonza, él lo hace con su hermana.  

Debo sacarme de la mente a ese hombre antes de que sea muy tarde, pero entre más lo intento, más se adentra en mi cabeza. Mi madre me ha preguntado un millar de veces si tenemos alguna relación, pero le he dicho que solo somos un par de conocidos que están formando una amistad. No le conté lo del beso y que él me dijo que le gustaba, porque estoy segura de que mi madre enloquecería.  

—Ve a casa, yo me encargo de cerrar la oficina —le dije a Laia mientras recogía todos los bocetos de mi escritorio—. Todavía tengo que organizar algunas cosas y preparar todo lo de la reunión que tengo con el Sr. Gardner. 

—¿Estás segura? Puedo quedarme contigo y ayudarte en todo lo que necesitas. 

—Ya has hecho suficiente por hoy. Ve a casa con tu familia, no te preocupes por mí. 

—De acuerdo —aceptó, no muy convencida de irse—. Si pasa algo, no dudes en llamarme, ¿sí?

—Tranquila, no va a pasar nada. 

Me dio un pequeño abrazo antes de irse de la oficina. Laia y yo creamos un vínculo de amistad muy bonito. Ella se abrió a mí en una tarde que tenía un mal día y yo le conté varias cosas que me había sucedido. Ambas hemos pasado por situaciones dolorosas muy similares, que nos hacen comprender el sufrimiento de la otra. Ella perdió a su esposo en la milicia, quedándose sola y una bebé recién nacida. Ha sufrido mucho, pero dice que su hija es su motor de vida. 

Me apresuré a guardar y organizar todo, pues no debo pasarme de la hora o me puede dejar la última ruta del autobús Mi madre me ha insistido varias veces en que debo usar el auto, pero todavía siento pánico al ir en el asiento del copiloto. 

Mi teléfono sonó y respondí sin mirar, pensando que se trataba de mi madre o de mi hermano, pero en cuanto su voz llenó mis oídos, esa calma que había mantenido por hoy, se esfumó. 

—¿Me extrañaste hoy? 

—En lo absoluto —bromeé—. Ni siquiera recordaba que existías. 

—Eso dolió como no tienes idea, Srta. Bailey. 

—Aplícate un poco de pomada en el ego, Sr. Mackenzie. 

Su risa me alegró todavía más el día. No sé por qué me gusta tanto escucharlo reír. Es como si fuese una melodía agradable para mis oídos. 

—¿A qué debo tu llamada? Si es por temas laborales, el horario ya acabo, por lo que te sugiero que llames mañana a partir de las ocho de la mañana. 

 —No es por trabajo. 

—¿Entonces?

—¿Saldrías conmigo si te lo pidiera? —preguntó dudoso y mi corazón se saltó un latido—. Es decir, quisiera saber si saldrías conmigo, ya sabes...

—¿Me estás invitando a salir?  

—Sí, puede que te esté invitando a salir. Realmente quiero verte hoy —esa confesión me sacó una sonrisa—. Pero si no puedes o no quieres, no hay problema que me digas que no. 

—¿Y si digo que sí quiero salir contigo? —respondí y lo oí suspirar. 

—Pasaré por ti en treinta minutos, ¿de acuerdo? 

—De acuerdo... —colgué la llamada, emocionada y nerviosa a la vez, pero enternecida por su manera tan linda de pedirme una salida—. No te emociones de más, Margot, que es una salida común y corriente entre amigos. Recuerda que solo somos amigos y más nada.



  

  

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