Epílogo

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Aprendí que el tiempo cura las heridas. Aprendí que hay personas que llegan a tu vida para hacerte ver lo que tú no quieres debido a la venda que te has puesto en los ojos. Aprendí que caemos muchas veces, porque la vida es una ruleta y cada día es muy diferente al anterior, pero también aprendí de los errores y del sufrimiento. Aprendí que las personas somos pasajeras, pero si fueron importantes para ti, quedarán como una bonita huella en tu camino. Aprendí a ser feliz a la mala, pero también aprendí que, después de tantos tropiezos y lágrimas, llega la recompensa que tanto nos merecemos.

La vida me ha enseñado cosas buenas y malas, pero de todo lo que he vivido, un aprendizaje me ha quedado. Pensé que iba a morir de tristeza y soledad, que jamás podría volver a ver la luz del día y que yo era una persona que había nacido para ser infeliz y desdichada. Ese sentimiento indescriptible que aparece cuando pierdes a un ser amado, no quisiera volver a sentirlo nunca más, pero comprendí que la muerte hace parte de la vida y que ni siquiera muriendo dejarás de amar a una persona que lo fue todo en su momento.

Siempre pensé que las personas no me querían, que yo era poco importante para ellas y que debía aceptar todo lo malo que me sucediera, después de todo, ese temor e inseguridad que llevaba en el pecho existen desde el momento en que supe que mis padres me habían abandonado.

Pero el miedo que tenía sembrado en el corazón y en la cabeza no me permitía ver más allá. El cielo siempre ha tenido bendiciones para mí. Me ha brindado lo mejor que ha podido, porque así como me ha quitado lo bueno y lo malo también ha puesto en mi camino a varios ángeles, no solo para hacerme feliz y guiar mi camino, sino para hacerme entender que no debo sentir temor de nada.

Ahora que  hay claridad en mi mente y cero miedos en mi corazón, comprendo un poco mejor por qué suceden las cosas. Así como se es feliz se debe llorar, pero teniendo fe y esperanza, las bendiciones llegan a ser parte del camino, porque la vida perfecta y color rosa no existe. Hay momentos buenos y malos, y está en uno mismo dejarse llevar por cada situación.

He tenido que caminar senderos llenos de espinas, las cuales me han hecho sangrar en varias ocasiones, pero al final encontré esa bella y resplandeciente luz de la rosa. Algunos aprendemos a valorar la vida y a las personas cuando más sufrimos y creemos que no merecemos nada. Fui una sobreviviente, no solo de un accidente que me quitó personas valiosas y que aún sigo amando y recordando día a día, también he sabido salir de ese hueco de soledad en el cual me sumergí.

Superé muchas pruebas y obstáculos que me hicieron caer, en especial, me superé a mí misma, puesto que yo misma me retenía y me decía que no era capaz de ver la luz del día ni ser feliz.

Entre tanta oscuridad, un rayo de luz llegó a iluminar todo a mi alrededor. Gabriel hizo que saliera de mi letargo, logró que mis días no fuesen estáticos y grises. Me hizo vibrar como nunca pensé que lo harían y me dio motivos para luchar por mí y no dejarme vencer. Aunado a su presencia, llegó un ángel que me hizo poner de pies sobre la tierra, me dio la felicidad que un accidente me había arrebatado y me hizo ser la mujer más feliz de este mundo.

Desde que supe de la llegada de mi angelito, puse mi fe en Dios, después de todo, me había dado una bendición más en la vida. Valoraba el regalo tan bonito que me había otorgado, pues mis esperanzas estaban muertas.

Mi embarazo fue de alto riesgo, así como el parto, pero con los cuidados que mi madre y Gabriel tuvieron conmigo, nuestro pequeño ángel llegó al mundo.

Mirari nació hace dos meses y, aunque hemos tenido que afrontar momentos tensos y difíciles en el hospital, sigue siendo el milagro más hermoso que me otorgó Dios y la vida. A veces quisiera desfallecer, pero verla tan pequeña y frágil, me hace ser fuerte. No puedo dejarme vencer, porque mi hija me necesita ahora más que nunca.

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