La dueña de mi corazón

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—¿Por qué no te quedas? Mírate nada más, no te puedes mantener en pie.

—¿Que no? Puedo hacerte el cuatro si quieres —me encogí de hombros y mi sobrina soltó una risita—. Solo vine a dejar a tu padre. Cuida de él o puede cortarse las venas con una foto de Melanie.

—Se supone que debías cuidarlo, pero terminaste igual de ebrio.

—La ocasión lo ameritaba —dejé un beso en la frente de Katie—. Iré al apartamento, así que no te preocupes.

—De acuerdo, pero que Bri te lleve.

—Bien.

El novio de mi sobrina me llevó en su auto, pero a medio camino las ganas de verla me dominaron. No podía ir al apartamento donde tanto la quise porque su recuerdo es una tortura para mi corazón. Su silueta desnuda, su risa, su dulce mirada, incluso cuando dormía entre mis brazos no me permite tener paz alguna.

Margot está en mi mente día y noche. Por más que trato de no pensarla, ella ya hace parte de mí y es muy difícil sacarla de mi ser cuando quedó tan impregnada en mi alma.

Brian me dejó frente a la casa de Margot y mi corazón no encontraba cómo latir en mi pecho.

—No le digas a Katie que me trajiste aquí.

— No le diré nada.

—Gracias —bajé del auto y se marchó, dejándome solo en medio de la calle.

Acomodé el cuello de mi camisa y tomé todo el valor que tenía antes tocar el timbre. Mi corazón no se hallaba, latía como un loco. Una cosa es verla de lejos y otra muy diferente es sentirme cerca de su dulce aroma y su envolvente calor. La he extrañado como un loco.

La madre de Margot fue la persona que me abrió la puerta. Su mirada era amable y su sonrisa genuina.

—Gabriel, qué gusto volver a verte.

—Lo mismo digo, Sra. Bailey. Lamento mucho molestar en su hogar a esta hora de la noche, pero me urge hablar con su hija.

—Oh, no te preocupes, siempre puedes venir a la hora que gustes. Pero mi hija no está.

—¿Dónde está? ¿Puedo esperarla?

—Salió a celebrar el cumpleaños de una de sus amigas Puedes esperarla si gustas, pero no tengo ni la menor idea a qué hora regrese a casa.

—Si no le molesta, aquí la esperaré.

—No me molesta —se hizo a un lado y sonrió—. Adelante, me doy cuenta de que necesitas un café bien cargado.

La Sra. Bailey me dio un café bien cargado que me ayudó a disminuir un poco la embriaguez. Me sentía nervioso y emocionado esperando a que Margot llegara. Sabía de sobra que le había prometido darle su espacio, pero no puedo y tampoco quiero estar un segundo más alejado de ella. Necesito saber de sus sentimientos por mí, necesito que me diga quién soy yo para ella.

—Quiero suponer que tú vas a ser más sincero que mi hija —rompió el silencio que se había formado entre los dos y la miré por encima de la taza de café—. ¿Qué sucedió entre ustedes? ¿Por qué no has regresado a casa? ¿Por qué, cada vez que le pregunto por ti, me evade el tema? Margot ha vuelto a encerrarse en sí misma y me duele mucho. Cada noche la escucho llorar hasta quedar dormida, come muy poco y duerme algunas horas. Dejó de asistir al tratamiento. Aunque sigue asistiendo con la Dra. Cavalier, ha vuelto a callar y a sumirse en esa tristeza y soledad. Pensé que mi hija estaba superando todo, pero no es así y no entiendo qué pasó, si ella se veía radiante y diferente hace unos días.

Me duele saber que Margot está retrocediendo en su proceso de superación, porque dio largos pasos hacia adelante, pero por un solo acto lleno de malicia, se dejó arrastrar al inicio.

—Me pidió tiempo y se lo di —suspiré—. Pero ella me dijo que iba a buscarse a sí misma, que necesitaba sanar por ella y no por mí, entonces tampoco entiendo por qué volvió a encerrarse en ese dolor y en esa soledad. Margot no se siente segura a mi lado.

—Mi hija ha sufrido mucho, la vida le arrebató lo que más quería, pero también le dio una nueva oportunidad. Dios puso en su camino un ángel que la ha protegido y amado con todo su corazón y sin ningún interés de trasfondo.

—Yo lo amo, Sra. Bailey. No sé si alguna vez me enamoré, pero si lo hice, le puedo asegurar que no fue de esta forma tan intensa y apasionada. Su hija es todo lo que quiero.

—Pedirte que le tengas paciencia y comprensión es un poco egoísta de mi parte, pero sé que ella te ama tanto como tú lo haces, el problema está en su interior y es ella misma la que debe comprender que no todos los que estamos a su lado, estamos por pena o lástima. Llegará el momento en que ella lo entienda, pero también soy consciente de que tú te puedes cansar de esperarla. Y será muy tarde para mí hija...

—¡Ya llegué, mami! —su voz hizo temblar cada fibra de mi ser—. ¿Qué haces aquí?

Mi mirada se perdió en la suya, la cual se veía agobiada y lejana, pero con un brillo que opacaba las bolsas bajo sus lindos ojos y la palidez de su tersa piel.

Se veía hermosa como cada día, luciendo un espectacular vestido rosa palo que dejaba a la vista su hombro e iba de largo hasta sus pies y ceñido a cada una de sus curvas. No fue hasta que mi vista captó su prótesis que me di cuenta que el vestido tenía un quiebre a un costado de su pierna y se vislumbraba.

—Mi amor —me puse de pie—. Vine por ti.

—¿Por mí?

—Sí —di un paso más cerca de ella, pero levantó su mano—. No puedo esperarte, Margot. Lo siento tanto por ti y me disculpo por no comprender, pero no voy a esperar un segundo más por ti.

—No estás en la obligación de esperar —respondió a la defensiva—. Si no tienes más que decirme, puedes irte.

—¿Me amas? Dime una cosa, ¿qué es lo que sientes por mí? —ataqué, cortando el espacio entre nosotros y percibí alcohol en su ropa—. ¿Estabas bebiendo?

—Sí, ¿por qué? ¿Acaso no puedo hacerlo?

—Claro que sí, pero recuerda que... No evadas mi pregunta.

—Tienes el descaro de venir a preguntarme qué siento por ti, cuando estás interesado en la Sra. Wilson. Es mejor que te vayas y no vuelvas a buscarme. Vete con ella, que hacen una pareja muy linda.

—¡¿De dónde sacas eso?! Jamás me ha interesado esa mujer y pensé que te lo había dejado en claro la última vez que hablamos. Ella no me gusta.

Margot cerró los ojos con cansancio y se frotó las sienes con desesperación, por lo que su madre la tomó del brazo y la hizo sentar en el sofá.

—¿Sabes? Es mejor que te vayas, suficiente mierda tengo en la cabeza con todos mis problemas y mis inseguridades para estresarme con ustedes dos. Si estás interesado en ella, no debería importarme, después de todo, eres un hombre libre.

—Pero yo te amo a ti, Margot.

—Por favor, Gabriel —ver sus ojos llenos de lágrimas me dejó bastante claro que ella no está bien, que necesita tiempo para sentirse segura de sí misma y así confiar en los demás—. Yo solo busco paz en mi vida y esa mujer no hace otra cosa que joder mis días con sus estúpidos mensajes y llamadas. Le dijiste que era tu novia, pero me dejó bastante claro que piensa luchar por ti. Y yo no voy a ir en guerra con esa mujer, cuando tengo mil demonios que me atacan día y noche.

—No tienes que hacerlo —me agaché a sus pies y tomé sus manos con suavidad—. Además, tú ganarías la guerra porque eres la dueña de mi corazón.

De sus lindos ojos brotaron lágrimas y, antes de que pudiera decirle otra palabra, me tomó por sorpresa el fuerte abrazo que me dio y ese beso que mezcló con la ansiedad y la extrañeza.

—No sé qué es peor, si estar a tu lado y que los miedos me ganen o estar lejos de ti, mi amor —susurró, apretándome con más fuerza hacia sí.

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