Cuando nos volvamos a encontrar

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¿Por qué debo encontrarme a este hombre hasta en la sopa? Estoy por creer que estoy pagando algo muy caro y él es el castigo que me otorgó la vida. ¿Por qué tiene que ser él con quien siempre me tope? Estaba teniendo una mañana algo tranquila. Por lo menos ver los peces me había hecho olvidar lo de anoche, pero de nuevo tuvo que aparecer para arruinar mi poca tranquilidad y acordarme de todo lo que provoca en mí.

Es más, ¿qué hace él aquí? ¿Acaso no tiene nada mejor que hacer en la vida que seguirme los pasos?

—Ya que nos encontramos, ¿podemos hablar de lo que pasó ayer?

—No tenemos nada de qué hablar, porque no pasó nada entre nosotros —volví la vista al acuario, deseando ser invisible.

Lo oí suspirar profundamente y me giré para seguir caminando, pues ya no veía al grupo con el que estaba por ningún lado, pero su mano me detuvo por el brazo.

—No te vayas, por favor —me acercó a su cuerpo y mi corazón se agitó el doble—. Aunque digas que no pasó nada, sabes que sí sucedió y tenemos que hablar.

—No quiero hablar, mucho menos contigo. ¿Por qué no entiendes que no te soporto? Mamá tenía razón, eso que tanto detestas es lo que más te llueve. Eres peor que una mosca en sopa, peor que una cagada de perro por la calle y mucho peor que...

—Ya entendí —hizo una mueca desagradable que trató de esconder tras una sonrisa—. Lamento haberte besado así de improviso. Lo menos que quería era hacerte sentir mal. Te pido una disculpa, pero no me arrepiento de besarte, pues eso era lo que quería desde el primer instante que te vi.

Lo miré por un instante y desvié la mirada de sus ojos cuando no pude soportarla. Su mirada es tan pesada, profunda y parece que quiere absorberme por completo.

—Siento mucho haberte besado en el momento menos indicado, mas quise de alguna manera arrancar la tristeza que tenías encima.

—¿Y crees que con un beso vas a arrancar de mi corazón y de mi mente el recuerdo de mi esposo?

—Sé que no y tampoco esa es mi intención. No quiero suplir el lugar de nadie —frunció el ceño—. No sabía qué más hacer para tranquilizarte, aunque confieso que también me sorprendió la forma en que quise darte un poco de calma. Sé que no era la forma en que debía acercarme a ti. No creas que quiero aprovecharme de tu dolor. Discúlpame.

—No tienes que pedir disculpas de nada, yo ya hice de cuenta de que nada pasó. Haz lo mismo.

Se me quedó viendo y asintió, apretando los labios con fuerza. Se veía un poco enojado, pero no me importaba, solo quería que se alejara lo más posible de mí y no volver a toparme nunca más con él.

—Te pido una disculpa una vez más. Realmente me gustas y actué bajo esa atracción, pero después comprendí que hice mal y di un paso cuando no debía hacerlo. Espero que logres encontrar la paz y la resiliencia que tanto necesitas para volver a empezar de cero. No te cierres al mundo y al dolor, que aún te queda mucho por vivir.

—¿Has perdido a la persona que amas y a tu recién esposa? —pregunté, un paso más cerca de quebrarme—. ¿Has perdido todo lo que tienes en la vida?

—No, pero he visto como personas cercanas y que amo se pierden en un dolor tan intenso y profundo que parecen muertos en vida. Perdí a mi madre y a mi hermana bajo el yugo de una enfermedad y ha sido el dolor más grande de mi vida, cada uno por separado pero por igual. Quizás no se puede comparar mi pérdida a la tuya, pero tenemos algo en común, y es que ambos hemos perdido a nuestros seres queridos —perdió la vista en el acuario, como recordando algún suceso—. Mi madre murió muy joven, tanto que tuve que hacerme cargo de mi hermana cuando apenas cumplí los dieciocho años. Lloré, maldije y pedí muchas explicaciones, pero  con el tiempo comprendí que mamá necesitaba descansar luego de tanto sufrimiento. No te imaginas lo mucho que sufrí al ver a mamá apagarse de a poco hasta no quedar en nada. Su belleza, su jovialidad, su inagotable energía; todo se acabó cuando su cuerpo no pudo resistir más. Pensé que mi vida acabaría allí mismo, pero debía seguir por mi hermanita y eso hice, me aferré a ella y ella a mí. Éramos los dos contra el mundo —una triste sonrisa se adornó en su rostro, así como también percibí que su voz se quebró—. Y el cáncer también la alcanzó. Tuve que ver dos veces como las dos mujeres más importantes de mi vida se apagaron y yo no pude hacer nada para salvarlas. No se compara nuestro dolor, pero sí que estamos en los mismos zapatos. Todos sufrimos, lo hacemos de diferentes maneras, pero cerrarnos a la vida es renegar la oportunidad que Dios nos da día a día. Es normal sentirte mal, que no tengas ganas de nada y solo desees morir, pero ¿no crees que la vida nos da una nueva oportunidad por y para algo? Si estamos hoy aquí, es para quizás hacer algún propósito, ya sea para alguien más o para ti mismo.

Me quedé pensando en todas las palabras que dijo y le di la razón. Mi esposo murió en aquel accidente donde íbamos los dos y fui yo la única en quedar con vida. Quizás este hombre tiene razón, todavía no he cumplido un propósito en mi vida. Pero ¿cuál era el de Gonzalo? No sé cómo funciona la vida y la muerte y nunca voy a entender lo incomprensible, pero debo encontrar ese propósito e intentar ser feliz.

—No te estoy pidiendo que te enamores de mí y olvides a tu esposo, Margot. Solo te pido una amistad. Puede que me gustes mucho, pero sé comprender muy bien cuando no es el momento y este no lo es. Tú no estás en busca de una relación y respeto tu pensamiento, pero una amistad no se la puedes negar a nadie. Pero si me dices ahora mismo que no te interesa mi amistad, daré media vuelta y me iré por donde mismo vine.

—No lo sé...

— Piénsalo, no es como que te esté pidiendo a la fuerza que seas mi amiga —me dio una larga mirada que no supe interpretar—. Me das tu respuesta cuando nos volvamos a encontrar —sonrió y se alejó de mí sin esperar respuesta alguna de mi parte. 

Volver a empezar[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora