Uno solo

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Cubrí mi rostro como única reacción, deseando que la tierra me tragara y me escupiera en otro universo. No me di cuenta de nada a mi alrededor, pues me dejé envolver por el momento y por lo bien que me sentía conmigo misma, que no pensé en que Gabriel llegaría tan de repente. Se supone que debería estar trabajando, no aquí, respirando tan cerca de mi oído y tentándome a más no poder con el calor que desprende su cuerpo y ese aroma tan varonil y envolvente de su colonia.

—Sin duda alguna, la mejor decisión que tomé fue haberme devuelto —susurró, apartando mis manos de mi rostro—. No sientas vergüenza, mi diosa. Todos, en algún momento de nuestra vida y con más frecuencia de la que crees, jugamos con nosotros mismos. Además, estamos en el derecho de conocer nuestro cuerpo, descubrir zonas sensibles que otros nunca han descubierto y explorar nuestra piel las veces que queramos. Te veías tan linda y sexi atendiendo tus deseos y complaciendo tus ganas —sentí su mano por mi espalda baja y un escalofrío me recorrió entera—. ¿Lo volverías a hacer, pero esta vez para mí?

Todo mi ser se sacudió con fuerza, no solo por sus palabras, también por esa nota tan pícara y vibrante que usó al hacerme tal pregunta. Me sentía excitada, eufórica, con la adrenalina a mil corriendo por mi sistema y una seguridad que me dio fuerza y me hizo sentir poderosa, más al sentir su dura erección presionando mi trasero.

—¿Quieres que lo haga?

—Me encantaría verte, pero si no quieres, no tienes que hacerlo.

—Entonces, ponte cómodo, mi amor —giré el rostro hacia el suyo y dejé un corto beso en sus labios, antes de apartarme de él e ir a la cama.

Lo vi quitarse su gabán y abrirse los primeros botones de su camisa, dejando a la vista su pecho. Su mirada encendida me puso la piel chinita y me hacía sentir muy segura de mí misma. Su mirada hace que mis inseguridades se esfumen por completo.

Tomé una larga bocanada de aire y me senté en el borde de la cama, sintiendo una emoción indescriptible y diferente bullir en mi interior. Me toqué frente a Gonzalo varias veces y jamás me sentí de esta manera tan extraña y distinta.

No es que me sienta mal, pero sí con muchos nervios. Gabriel es un hombre con experiencia, se le nota a simple vista que ha tenido varios encuentros y que ha tenido un largo recorrido en cuestiones de cama y amor. Es seguro, atractivo, seductor. Tiene un toque de maldad que juega a su favor y que te hace rendir en ella.

Me quité la prótesis, quedando aún más expuesta de lo que me encontraba con la sola lencería. Me recosté en la cama y me hice en el centro de ella, abriendo las piernas tan solo un poco.

—Recuerda, no tienes que tener miedo o vergüenza de ti, mucho menos de mí —se sentó en un sofá que había frente a la cama y sonrió—. Eres la mujer más hermosa que hay sobre este mundo. Me encantas cada vez más, Mago.

Sonreí, volviendo a sentir que el calor me cobijaba. Me mordí el labio inferior y, con manos temblorosas, empecé el recorrido por mi piel.

Acaricié con una de mis manos la cara interna de mis muslos, pasando con suavidad los dedos por encima de las correas de la lencería. Con mi otra mano jugué en mi vientre, realizando círculos alrededor del ombligo y ascendiendo poco a poco hacia mi pecho. La electricidad me dominaba entera, pues me encontraba muy sensible.

Mis manos que, en diferentes direcciones recorrían mi cuerpo, llegaron a mis puntos más sensibles. Estrujé entre mi mano mis senos, haciendo suaves masajes en ellos mientras mis dedos, en mi parte más baja, se movían con lentitud y precisión por encima de la braga.

—Mírame —oí su profunda voz y la electricidad se centró en mi parte más latente.

Cuando nuestras miradas hicieron conexión, los dedos que se movían lentamente en mi clítoris, tomaron un poco más de fuerza, aumentando el calor, la excitación y el placer en todo mi ser.

Ver la manera en que su mano envolvía su pene y la deslizaba de arriba abajo mientras su mirada no dejaba la mía y su camisa abierta dejaba a la vista su buen abdomen, detonó todo en mí. Su imagen fue como un incentivo, un poco más de fuego en la hoguera que había entre mis piernas.

Me dejé llevar por todas estas sensaciones que me tenían presa y me hacían sentir que, con cada frenético roce y esa mirada tan intensa, llegaba a lo más alto del cielo. Los espasmos en mi cuerpo y los gemidos que escapaban de mi boca, confirmaban lo bien que me sentía.

Nos tocamos ante la mirada del otro, dejando fluir cada gemido, sonrisas pícaras y miradas cargadas que nos mantenían envueltos en una burbuja de placer y sentires.

Él se veía tan guapo y sexi tocándose por y para mí, mordiéndose o lamiéndose los labios mientras su ardiente mirada me devoraba por completo. Sus jadeos son tan tiernos, quisiera escucharlos al oído.

Todo mi cuerpo se estremeció en el mismo instante en que el placer llegó a la cima de la montaña. Mis piernas temblaban al igual que todo mi ser. Aunque me sentía satisfecha y muy feliz, mi interior lo aclamaba.

Cerré los ojos y busqué un poco de aire, descansando la cabeza sobre la almohada, mientras la humedad y el calor que se cernía entre mis piernas me hizo cerrarlas.

—Nunca me voy a cansar de repetir lo hermosa que eres, mi amor —su cuerpo se presionó con suavidad contra el mío, al igual que sus labios, pero sin llegar a adueñarse por completo de mi boca—. Me tienes en tus manos y a tu merced, mi diosa.

El beso que me dio fue tan profundo, húmedo y apasionado, que apenas pude corresponderle con la misma intensidad. Jamás me había besado con tanta intensidad, como si quisiera arrancar mis labios con los suyos.

Se separó de mi boca cuando tuvo suficiente de ella, pero en lugar de apartarse, sus labios descendieron por mi cuello. Sus labios son tan suaves y tienen el poder suficiente para elevar mi temperatura y hacerme temblar de goce.

Al juego de sus labios por mi piel, se sumaron sus manos, las cuales recorrieron cada centímetro de mi piel, acariciando con mayor ímpetu e intensidad mis zonas más sensitivas.

Lamió a su antojo, besó a sus anchas y mordisqueó mi piel en un juego pícaro y excitante que me tenía retorciendo bajo su poder. No podía dejar de gemir, de buscar su boca con gran necesidad y de mirar esos ojos tan bonitos que posee y parecen que absorben todo de mí.

Sus labios fueron desde mi cuello hasta mi vientre, de mi ombligo a mi parte más íntima y se fundieron en la humedad que yacía en el medio de mis piernas, que cada vez se hacía más intensa debido a sus juguetonas lamidas y sus profundas penetraciones que realizaba con ella.

Estaba a fuego, no podía soportar un segundo más ese calor que crecía y crecía en mi interior y amenazaba con destruirme. Cada parte de mi ser se encontraba fuera de mí, pues ese éxtasis que me traspasaba de pies a cabeza era algo que nunca había experimentado antes. No recuerdo haberme sentido de esta manera estando bajo las caricias de un hombre.

—Quiero sentirte, Gabriel —dije en medio de gemidos, alzando las caderas para tener mayor contacto con su boca—. Por favor...

Temblorosa, excitada, fuera de mí,  una sensación que me corroía y me hacía sentir en completa plenitud. Había olvidado lo que era sentirse amada, sobre todo, deseada. Gabriel llegó, me despertó de la muerte y con ello avivó todos los deseos que se mantenían resguardados en mi corazón, en mi mente y en mi piel. Es por él que ahora mismo no me importa nada más que ser feliz y descubrir su piel tanto como él está explorando la mía.

Gabriel sacó la cabeza del medio de mis piernas y me regaló una sonrisa muy sexual luego de lamerse sus labios. Sus mejillas rosadas, sus labios hinchados y brillosos, su mirada tan oscura y penetrante quedarán en mis memorias para siempre, como la imagen perfecta de su excitación y de todo lo que yo soy capaz de despertar en él.

No hicieron falta palabras, con un beso profundo y un par de miradas cegadas por el deseo y la pasión, nuestros cuerpos se unieron en uno solo, acoplándonos al tacto del otro y danzando al mismo son.

Las caricias fueron y vinieron, los besos se hicieron largos, profundos y torpes en cada  arremetida que dejaba contra mi cuerpo. Éramos piel y sudor, gemidos y jadeos, caricias y besos,  mordidas y lamidas. Éramos dos cuerpos dejando la piel entre las suaves sábanas, queriendo permanecer por eternas horas, si era posible hasta la eternidad, convertidos en uno solo.

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