Te amo

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Margot

Antes hubiera hecho hasta lo indecible para estar lo más lejos posible de Gabriel y de todo lo que él despierta en mí, pero ahora que lo tengo más cerquita de mi ser, quisiera que el tiempo nos congelara justo en este instante donde solo somos él, nuestro angelito y yo.

Los días van corriendo con suma rapidez, no quiero que este mes que vamos a estar aquí se acabe nunca. No quiero alejarme de él, porque me he dado cuenta en los últimos días que lo necesito más de lo que pude imaginar. Necesito de sus brazos, de sus besos, de sus tiernas caricias, de sus hermosas palabras de amor, de su amor profundo y pasional. Necesito todo de él con una urgencia que me agobia y me hace sentir grandes deseos en la piel y el corazón.

Esta distancia que tomó de mí me está haciendo mucho mal, pero lo acepto todo, porque prefiero tenerlo aquí cerquita que lejos de mí. Mas me cansé de esperar a que me dé luz verde o tome la iniciativa, porque no veo sin interés alguno de hablar sobre nosotros.

Sé que me estoy arriesgando a su rechazo, pero si no lo encaro, me quedaré con todos estos sentimientos atravesados en el pecho. Lo amo y no puedo estar un segundo más lejos de su corazón y de su piel. Su presencia cerca de mí no es suficiente como me lo quiero hacer creer, cuando lo quiero todo de él; desde su forma apasionada y tierna de amarme hasta un cálido y dulce abrazo que diga "Aquí estoy para ti y para siempre".

Me levanté desde muy temprano en la mañana, todo con el fin de hablar con él, pero ya había salido a su rutina diaria de ejercicios. No tuve más opción que esperarlo en la barra de la cocina mientras comía un pan con mermelada y una taza de café.

Pasaron dos horas exactamente cuando Gabriel arribó a casa. Estaba completamente sudado y fatigado, pero no se veía nada mal, todo lo contrario, verlo así erizó cada uno de mis vellos. La forma en la que bebía el agua y algunas gotas se deslizaban por su barbilla me hicieron pensar en una infinidad de perversidades.

Ese hombre me tiene mal de la cabeza y del corazón. Así como lo deseo, lo amo con todas las fuerzas de mi ser. No necesito pensar más tiempo, porque tengo bastante claro que lo quiero todo con Gabriel Mackenzie.

—Buenos días —dijo, dejando la botella sobre la barra de la cocina—. ¿Cómo amaneciste? ¿Y mi angelito hermoso cómo está?

—Buenos días. Nosotros amanecimos muy bien. En cambio, tú tienes bastante energía, ¿no?

—Necesitaba correr, quemar todo lo que tengo en la cabeza.

Reí, sin saber a lo que se estaba refiriendo con exactitud.

—¿Ya desayunaste?

—No.

—Entonces espérame y lo hacemos juntos, ¿sí?

Asentí, mordiendo mi labio inferior. ¿Por qué todo lo que dice le suena tan delicioso? Las hormonas y las ganas que me apriete entre sus brazos me tienen la mente dañada.

Esperé pacientemente que hiciera todas sus necesidades y tomara la ducha. En ese punto ya había comido más de lo que hubiera querido, pero la ansiedad y los nervios me tenían hambrienta.

—¿Te acabaste el paquete de pan tú sola? —no había sentido que llegara, hasta que oí su voz.

—En mi defensa, teníamos hambre. Pero no te preocupes, que todavía me cabe un poco más.

Ladeó la cabeza y la sacudió, esbozando una sonrisa divertida.

—¿Qué desean comer?

—Tú... Lo que tú quieras está bien.

En silencio y con una sonrisa en sus labios, empezó a sacar todos los ingredientes de la nevera. Siempre me dice que cocinemos juntos, pero en realidad es él quien hace todo. Mi madre está igual que Gabriel, no me permiten moverme ni un poco de la silla o de la cama.

—Te quería decir una cosa.

—Te escucho —encendió la estufa, por lo que me dio la espalda.

—Es sobre nosotros.

—¿Nosotros? —no se giró, se quedó totalmente quieto donde estaba—. ¿Qué hay de nosotros?

—Te lo diré porque ya no puedo guardar lo que siento solo para mí. Sé que tuve muchos errores, que fallé a mi palabra al decir que haría el intento, que me dejé dominar por los miedos y las inseguridades de una manera muy mala que no solo me hizo daño a mí sino a las personas que siempre han estado a mi lado y han deseado verme bien. Te quiero pedir perdón, pues mi intención nunca fue hacerte daño ni mucho menos jugar con tus ilusiones. Tocar una vez más ese fondo tan oscuro, vacío y frío del pozo me hizo entender que yo misma me estaba haciendo daño, que yo misma detuve los pasos que otros me ayudaron a dar —bajé la cabeza—. Era necesario que cayera una vez más, de ese modo podría levantarme y caminar por mi cuenta. Mi mayor miedo era volver a perder la felicidad que había llegado a mi vida y las inseguridades que sentía me hacían menos para ti. Pese a todo lo que me estaba atormentando, hay un solo sentimiento que nunca salió de mi ser, es más, dicho sentimiento se afianzó en mi corazón, con una fuerza que ni yo misma puedo creer. Quizás ya no sientas lo mismo por mí, también entenderé si ya no estás interesado en mí o te cansaste de esperar a que mi mente se aclarara. Voy a entender si me dices que no, pero quiero que sepas que te amo. Desde el primer instante en que mi corazón latió por ti, sabía que serías una luz en mi camino, es una lástima que mis miedos no me permitieran verte. No pienses que te estoy diciendo todo esto por obligación o porque quiero atarte a mí por nuestro bebé. Lo que yo siento por ti es real, es un sentimiento que me rebasa y me hace desear tener una vida a tu lado. Me duele tenerte tan cerca y no poder darte un beso o fundirme en tus brazos, pero esto me lo busqué yo sola y lo acepto. Me conformo con mirarte cada día, así no pueda acercarme como quisiera a ti, porque te amo más de lo que puedes imaginar...

—Esperaba con ansias esas palabras de tu dulce boquita, mi amor.

Levanté la cabeza con rapidez y, lo siguiente que sentí, fue la presión de sus labios en los míos. Me robó un beso arrollador, un beso que me dejó con la mente en blanco y despertó en mí todo un torrente de emociones que bullían con fuerza por cada poro de mi ser.

Me elevó con suma facilidad y me dejó caer encima de la barra, abriéndose espacio entre mis piernas y profundizando el beso más rico y vehemente que me haya podido dar, mientras sus manos recorrían mi espalda y me apretaban con más fuerza a su cuerpo.

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