Tarde

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No sé cómo lo hizo, pero Gabriel consiguió tener un mes completo de vacaciones. Es bien sabido que es uno de los jefes en la  constructora que tiene en sociedad con Keith, pero eso no quiere decir que pueda dejar su trabajo como si nada. Es por eso que Katie se hará cargo de sus proyectos durante el tiempo que esté fuera de la empresa, aunque lo hará estando en otra ciudad.

Mi madre se rehusó a venir con nosotros, alegando que debíamos solucionar los problemas que tenemos sin que nadie nos interrumpa. Nadie más que mi madre sabe que nos fuimos juntos a la casa de campo de mi hermano. Todavía no me siento preparada para contarle la verdad a Keith y Melanie, aunque ellos intuyen que entre nosotros existe algo más que comentarios sátiros.

El viaje fue largo, no podía dejar de imaginar lo peligroso que era que estuviéramos a solas, en un lugar completamente apartado de la población y con este revolú de hormonas en mi interior. En mi mente he creado cientos de escenarios, unos más sátiros que otros, pero trato de disimular para que Gabriel no note mi corazón agitado y el calor que desprende mi cuerpo. No sé qué diablos me sucede, pero con solo pensarlo, una película porno me hago en la cabeza.

Antes de adentrarnos por completo al campo, fuimos al autoservicio más cercano a comprar todo lo que necesitábamos para el mes. Comida, bebida, frutas, dulces, entre otros productos que echamos en el carrito.

Me quedé en el estante de las gomitas, indecisa en sí escoger los de mora o los de naranja, mientras que Gabriel ponía todos los productos en la caja. Pero mi atención estaba puesta en la cajera, en la forma en que le echaba ojo y le daba sonrisitas coquetas que él devolvía con menos evidencia, más bien se veía incómodo.

No me dejé amilanar por eso, ni me hice ideas que no debía, después de todo, Gabriel y yo no teníamos absolutamente nada. Lo único que nos une es nuestro hijo, aun así, no podía dejar de sentir que las oportunidades con él se hacían cada vez más mínimas.

Gabriel sabe cómo confundirme, hacerme pensar que tengo una oportunidad o que, por lo contrario, no tengo ninguna con él. Es un experto jugando, algo que me irrita y me fastidia de sobremanera.

—¿Podrías ayudarme? —le pedí, llamando su atención—. Es que no alcanzo.

Gabriel se acercó a mí y bajó las gomitas que estaban en la parte más alta del estante.

—¿Son estas? —inquirió con la ceja enarcada.

—Sí —sonreí, tomando las gomas de sus manos y besé su mejilla, muy cerca de sus labios como agradecimiento—. Gracias.

—Con gusto. ¿No vas a llevar nada más? —no me quitó la mirada de encima ni un instante.

—No creo. Volveremos si nos hace falta algo, ¿no te parece?

—Sí.

Nos acercamos a la caja y la mujer empezó a pasar cada producto por el lector de precios, viendo de reojo a Gabriel. No me sentía celosa o insegura como en otras ocasiones, más bien me sentía orgullosa y muy segura de mí misma. Y, aunque no debería estar compitiendo con otra mujer, no podía dejar de sentirme dichosa por acaparar las miradas de un hombre tan guapo como él.

Es algo ilógico y tonto sentirse celosa por una desconocida, por alguien de paso que, aunque es muy bonita, no hay más que admiración por su belleza. El amor sincero no debería sentirse inseguro o celoso por algo tan insignificante.

Cuando Gabriel terminó de meter todas las bolsas en el auto, subió y se me quedó viendo una expresión neutra pero confusa.

—¿Qué pasa? —quise saber, comiendo las gomitas de limón que no me gustan ni un poco, pero que sabían muy bien.

—¿A qué estás jugando, belleza?

Comí un par más de gomitas sin dejar de mirarlo y me encogí de hombros, haciéndome la que no sabía de lo que hablaba.

—¿De qué hablamos?

—De lo que hiciste en la tienda. El limón ni siquiera te gusta.

—A mí no, pero al bebé sí le gusta mucho.

Ante mi respuesta, soltó una risita divertida. Se acercó a mí y me aseguró con el cinturón, rozando con intención mis senos. No le dije nada, pero sentí la corriente atravesarme entera, pues la sensibilidad en mi cuerpo no es de este mundo.

—Yo sé jugar muy sucio, mamacita.

—Ah, ¿sí? —comí otra gomita.

—Sí, tú lo sabes muy bien.

—No tengo buena memoria. ¿Me la refrescas?

Ajustó el cinturón y acercó su rostro al mío, por lo que me quedé con la gomita a pocos centímetros de mi boca, pues su cercanía nubló mi razón.

Sin que lo viera venir, me robó la gomita, lamiendo mis dedos con una lentitud y sensualidad que me hizo contener la respiración. Mi corazón latía desenfrenado, ansioso de sentir la humedad y calidez de su lengua.

—Mi ángel no ha nacido y ya sacó algo de mí. Me encanta el limón.

—¿Quieres otra?

—Quisiera muchísimas, pero soy feliz con mi bello ángel.

—Hablo de la gomita.

—Ah, pensé que te referías a un par más de angelitos.

—¿Quieres que sea niña? —cambié de tema, sintiendo las mejillas calientes.

—Sí, quisiera que fuese una niña igual de bella a su madre. Así, con esos ojos tremendamente azules y ese cabello tan negro y bonito. Pero si es un niño, igual lo amaré con todas las fuerzas de mi corazón.

No podía resistir más tiempo, deseaba probar sus labios, pero en el intento de robarle un pequeño beso, corrió su rostro, lo que me dejó bastante confundida y con el corazón amargo. ¿Acaso lo mal pensé todo o qué diablos?

—Será mejor apresurarnos, no quiero que nos agarre la noche en medio del camino y, según las indicaciones del GPS, todavía nos hace falta varios kilómetros para llegar.

Asentí, acomodándome en mi sitio. Solté el paquete de gomas en mis piernas sin ganas de seguir comiéndolas y observé por la ventana, sintiendo mil mariposas agradables y desagradables en el estómago. ¿Por qué me rechazó? ¿Acaso lo hizo adrede o no se dio cuenta de lo que pensaba hacer? Soy una estúpida, quizás entre nosotros solo puede existir una buena relación de padres, más no un bonito amor como tanto lo deseo.

Tal vez estoy confundiendo todo de nuevo, pero ¿qué hago con este amor que crece en mi corazón en lugar de mermar? Cada día que estoy lejos de él, me doy cuenta de que lo amo y que deseo estar a su lado, no solo compartiendo el nacimiento de nuestro bebé, sino la vida entera.

—Quizás ya fue muy tarde para nosotros, para mí... —murmuré sin pensar, viendo los árboles pasar ante mis ojos.

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