Provocación

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Margot

No quería quedarme sola en el hotel, mucho menos dejar que Gabriel se ocupara de mi trabajo, pero el dolor y el cansancio en mi pierna no me permitiría hacer todos mis deberes con tranquilidad. No quiero abusar de su confianza, pero es un alivio contar con toda su ayuda.

Sentía temor de decirle sobre mis sentimientos, pero escuchar sus palabras, sobre todo ese "te quiero", me hizo entrar en razón. ¿Por qué no demostrar lo que sentimos en el momento que es? ¿Por qué ocultar lo que llevamos en el corazón y no ser felices? No importa si no es correspondido y no es eterno, lo que importa es ser sincero contigo mismo.

No teniendo nada más que hacer en la habitación, me quedé en la cama durante toda la mañana. Cuando llegó la hora del almuerzo, salí al restaurante y a caminar un poco por el hotel. Me siento más en calma y muy bien. Con la llegada de Gabriel a mi vida, todo mi mundo dio un giro brutal. La soledad, la tristeza y esa nube gris que se cernía sobre mí, se han ido esfumando poco a poco.

Regresé a la habitación cuando la pierna me empezó a molestar. Me tomé mis medicamentos y me di un baño en la tina, tomándome el tiempo necesario para relajar cada músculo de mi cuerpo bajo la tibieza del agua.

Salí de la tina tiempo después. Abrí mi maleta y empecé a buscar mi ropa, pero la lencería vinotino que había comprado hace unos días, llamó mi atención. No me la he probado por temor e inseguridad, pero justo ahora quisiera medírmela para saber cómo se ve en mi cuerpo.

Sequé mi cuerpo y esparcí uniformemente por mi piel un poco de crema de coco, antes de ponerme las dos piezas que conforman la lencería de encaje. El brasier me quedó a la perfección, realzaba mi busto y le daba una forma muy coqueta. La pequeña braga me hizo sentir algo incómoda, quizás por el tiempo que llevaba sin usar una, pero se me veía muy bien. No sabía si ponerme los ligueros, pero al final decidí ponerme el traje completo, me sentía valiente y curiosa por mirarme. Me puse los ligueros un poco más arriba de donde se supone deberían ir debido al muñón y ajusté cada correa en su lugar. No sé por qué compré un juego de lencería tan sensual.

Solté un largo suspiro y me acerqué al espejo, temerosa de verme y no gustarme en el reflejo. Pero lo que vi me dejó con la boca abierta y el corazón acelerado.

La última vez que contemplé mi cuerpo en un espejo, estaba tan delgada, destruida y horrible, que no fui capaz de volver a mirarme. Me sentía incompleta y la mujer más fea de este planeta, que no valía nada y que todos me veían con lástima y pena. Aunque nada hará que mi pierna regrese, hoy me siento completamente diferente.

Solté mi cabello que se encontraba en un moño revuelto a lo alto de mi cabeza y sonreí, viendo a detalle mi figura en el espejo. El color de las prendas, el bonito estilo de encaje y las proporciones más carnosas de mi cuerpo, me hacen ver como la Margot de siempre, la que era coqueta y sensual, la que no sentía temor alguno y siempre irradiaba luz, la que le gustaba ponerse trajes de baño e ir a la playa.

Olvidé por un instante que me hacía falta una pierna, pues no podía dejar de mirar lo hermosa que me veía. Me sentía muy bien usando las prendas, que era capaz de atraer miradas si llegara a salir de esa manera a la calle.

Pensé en Gabriel, en lo que me diría si me viera vestida así y en la expresión que pondría al recorrer mi cuerpo con su ardiente mirada. Deseé estar frente a él y perderme en sus ojos y en esa lujuria que desprenden. Una parte de mí deseaba que estuviera aquí, diciéndome cualquier cumplido al oído mientras sus manos y labios se hacían uno con mi piel.

Pensando en él y en todo lo que me haría, erizó cada vello de mi cuerpo, e hizo que mi corazón latiera con más frecuencia y que un leve cosquilleo se hiciera presente en mis adentros.

Con la yema de mis dedos acaricié mi cuello y el centro de mi pecho, recorriendo la redondez de mis senos. Me mordí los labios al tener en mente explorar mi propio cuerpo mientras mi mente visualizaba a Gabriel. Me sentía atrevida y deseaba hacerlo, quizás para enardecer un poco más el ego al verme y sentirme tan sensual.

Descendí mi mano por mi vientre con total lentitud hasta llegar al inicio de mis bragas. Jugué con el hilo entre mis dedos, viendo fijamente como mi mano se adentraba bajo la prenda. El roce de mis dedos me tenía con la piel ardiendo y a la expectativa de tocar directamente esa zona de mi cuerpo que palpitaba sin cesar.

Dejé escapar una gran bocanada de aire cuando palpé mi propia humedad con la yema de mis dedos. Realicé un movimiento lento hacia atrás, deslizando mi dedo corazón entremedio de mis labios, y regresando hasta situarlo en mi clítoris.

Un gemido vino acompañado de un leve temblor en mi cuerpo tras la presión que ejercí. Mi sangre latió con más fuerza y las ganas de seguir tocándome hasta llegar a la liberación me llevó a frotar dos de mis dedos en esa zona llena de nervios.

Mi respiración se encontraba agitada y los gemidos que soltaba suplicaban otro tipo de tacto, uno más directo, preciso, profundo y contundente. Deseaba que Gabriel me estuviera tocando y que me llevara más arriba del cielo con sus fogosas caricias.

Me sentía a fuego, acariciando mis nervios y teniendo en mente a un hombre que se ha apoderado por completo de mi ser, haciéndome desearlo y avivando las llamas en mi interior que en cenizas habían quedado.

Adentré uno de mis dedos y cerré los ojos con fuerza, soltando un gemido más sonoro. Las paredes de mi interior se acoplaron en mi dedo, bombeando con rapidez y fuerza. Lo moví lento de adentro hacia afuera, sintiendo que caería en cualquier momento al suelo por todas las corrientes que me atravesaban y me sacudían con violencia. No podía detenerme, me sentía atrevida y con ganas de sentirme a plenitud.

Sumé al juego un dedo más y me mordí los labios con mayor fuerza, soltando un gemido que se quedó con toda la habitación. Mis dedos se movían por su cuenta, llegando tan profundo como podían. No podía parar, me sentía muy bien y que cada fibra de mi ser necesitaba de más placer para sentirse en sincronía con todos esos miedos que me han carcomido por dentro.

Cada segundo que corría me sentía más excitada que el anterior, perdida por completo en la exploración de mi propio cuerpo y descubriendo zonas que no sabía que eran tan sensibles y que al tacto suave o más frenético se volvía maravilloso.

Mis sentidos se encontraban completamente embotados por los espasmos que sentía y por todo el placer que mi cuerpo recibía, que no escuché nada a mi alrededor hasta que una suave y varonil voz me sacó de mi burbuja:

—Ya llegué, preciosa...

Saqué mi mano rápidamente de mi ropa interior, sintiendo todo el cuerpo caliente, pero no debido a la vergüenza.

Miré a Gabriel a través del espejo y ese fuego que corría por mis venas, se intensificó. Que se mordiera los labios y pasara saliva me sacó una sonrisa.

—¿Necesitas una mano? —volvió a sacudir la cabeza con fuerza, esbozando una sonrisa ladeada—. No puedo creer que estés jugando sin mí. Eres una chica muy mala, perversa y que no tiene ni la menor idea de lo que acaba de provocar en mí. ¡Qué bonito que te reciban de esta manera, carajo! —se acercó por detrás y rodeó mi cintura con sus manos, dándome una mirada cargada a través del espejo mientras acercaba sus labios a mi oreja—. ¿Te pusiste así de bella y sexi para mí, mi amor? Yo no sé qué voy a hacer contigo y con todas estas ganas que tengo de hacerte el amor, demonia.

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