Capítulo dos.

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Desde aquél verano en París, las cosas entre ellos habían cambiado. Ella se apartó de el, adoptó un aire distante y silencioso.

Al volver de trabajar, un seco beso sobre los labios de él, y luego se pegaba a su celular o a su computador. 

Emmanuel lo notó, supo que algo andaba mal.  

Por eso, un viernes de Abril, un caluroso día de verano, él regresó temprano a su departamento. Pidió para salir en la hora del almuerzo, y fue directamente a su casa.

Estacionó el auto, y divisó una camioneta aparcada en la vereda del frente. No le dió demasiado importancia.

El ascensor se paró en el cuarto piso, su departamento, que abarcaba todo.

Se escucharon ruidos, risas, gritos, provenientes del cuarto de baño.

Se adentro en la habitación , sintiendo una intriga, pero enojado y con miedo a lo que pudiera encontrar.

Apoyó su mano en la perilla y la giró.

Los ruidos, las risas se potenciaron, se escucharon con mayor fuerza. Y sí, provenían del baño.

La puerta se encontraba abierta, Emmanuel la empujó suavemente. Y lo que vió lo dejo desconcertado. Lágrimas inundaron sus hermosos ojos color miel, se tapó la boca con una mano, no quería provocar algún ruido que pudieran persivir. 

Salió de aquél cuarto, ahogándose en un mar de lágrimas, con una congoja y un puñal en el corazón. No quiso imaginar desde hace cuánto eso ocurría, no quería saberlo en ese momento.

Abandonó el departamento , corrió escaleras abajo, pateó la puerta del edificio, y salió al exterior.

Respiró profundo, se secó las lágrimas con fuerza, y se agachó sobre sus rodillas.

-¿Señor Zera, se encuentra todo bien?- una voz ronca y débil, era la voz del portero.

Emmanuel levantó la vista, le miró los zapatos, pero no se atrevió a mirarlo a los ojos.

-Si.- ahogado en lágrimas y entrecortando las palabras le respondió. 

Luego se levantó y se subió a su auto, apretó con ira el volante, y terminó golpeándolo.  

Quería descargarse, liberarse, sentir dolor. Necesitaba hacerlo. Apoyó su cabeza en el respaldo, largó un profundo suspiro, sorbió por la nariz y se secó las lágrimas.

No sabía exactamente qué se hacía en momentos como esos, nunca le había ocurrido un acontecimiento tan doloroso e hiriente. Arrancó el motor y se marchó, sin un destino previo, sin saber a donde lo llevaría, se fue. Con el auto con gasolina llena, tomó la ruta 8, luego sea adentró en un camino curvado, paseó por los prados, repletos de verdes y coloridas plantas, los enormes árboles, las pequeñas y humildes casas. Todo lo natural y rústico, los paisajes más hermosos y llenos de vida, pero para Emmanuel eso no le importó, toda aquélla sensibilidad se habia esfumado, con Victoria.

Continuó por el angosto sendero, hasta que el auto se quedó trabado en un hueco de tierra mojada, trató de arrancar, presionó el acelerador, la rueda giraba escupiéndo tierra. Pero el auto no se movía.

Trató e intentó moverlo él mismo, pero el auto se quedó estancado. 

Rendido y sin fuerzas, se acomodó en la parte trasera del auto, y se recostó.

Con la cabeza apoyada en el asiento, recordó un acontecimiento que había ocurrido en los asientos delanteros.

Luego de la cena y la divertida comedia romántica, Emmanuel llevó a Victoria a su departamento, que compartía con dos amigas. Las tres universitarias, jóvenes y disponibles.

Déjame amarte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora