Su madre y padre se encontraban junto a ella al ingresar al Instituto. La madre llevaba agarrado a su mano un sobre color marrón, con un contenido sorpresa en él. El padre solamente trataba de contener su ira en paz, hasta que llegara el momento de la explicación.
La puerta marrón se abrió, y el trío familiar ingreso en el cuarto. El director, parado frente a la enorme ventana, parecía distraerse con unos pájaros en las ramas del árbol que florecían con lentitud.
-Cierre la puerta por favor.- le dijo a su secretaría sin mirarla. Cuando escuchó el sonido de la puerta cerrada, pareció meditar por unos pocos segundos y caminó alrededor de la silla.-Señorita Hasting, padre y madre Hastings.- manoseó su barbilla para encontrar palabras que muestren su autoridad.-Han llegado a mis manos, esto.- agarró el sobre y lo arrojó encima del escritorio.-Pude ver su contenido, y la verdad Jennifer esperaba un poco de discreción por parte suya.-
-¿Cómo dijo?- se refirió el padre furioso.
-Me refiero al tema en particular, capaz si ella...no hubiera...si no hubiera aparecido este profesor...posiblemente nada de esto hubiera pasado.- realizó un enredo en su boca. El director parecía más preocupado por su reputación y la reputación del Instituto, que prefería dejar pasar el tema del "profesor y alumna" y pagar a quien sea para olvidarse y continuar.
-¡Tiene que ir a la cárcel!- gritó el padre.
-¡No!- exclamó nerviosa Jenny.- No podés hacer eso.-
-¡Abusó de vos, seguro te violó y, sacó ventaja! ¿Y no querés que haga nada?- dijo él.
-¡No, no, no es verdad! ¿Quién te dijo todo eso?-
-Una carta Jennifer, fue lo único que faltó para rebalsar el vaso.- se animó a decir la madre.
-Bueno, está bien, si ustedes quieren una denuncia, vamos a hacer la denuncia.- interrumpió el director, agarró el teléfono y cuando se dignaba a marcar el número, Jenny se levantó de la silla con locura.
-¡No por favor, no!- apoyó sus manos en el escritorio y se acercó al teléfono.
-¡Es lo mejor Jennifer!- agarró el padre el brazo de su hija.
La tensión en la habitación aumentaba con cada palabra. El padre en contra de Emmanuel, queriendo llevarlo a la cárcel y dejarlo pudrir años en él. El director que se preocupaba por la reputación del establecimiento y con la palabra de los padre de hacer lo que ellos decidan. Jennifer, con la garganta seca, los labios mordidos y los ojos a punto caramelo para desahogarse de todo el rencor, enojo y las esperanzas rotas que yacían en su interior. Y por último la madre.
Aquélla mujer que había sospechado hacía algunos días. Silenciosa, comprensiva y perspicaz, oía con atención las palabras de los integrantes en el cuarto luminoso.
Sin palabras, la madre observaba. ¿Porqué no intervenía? ¿Qué era lo que la detenía?
Era ella misma, los recuerdos de su adolescencia.
Pasó cuando tenía 16. Una chica madura para su edad, esbelta y con pecas en su rostro, ojos azules y la mirada impregnada en los ojos de él. Se llamaba Pablo, su profesor de Literatura. Era mucho más grande que Emmanuel, unos 39 años específicamente tenía cuando ella se enamoró de él. Pero era joven, demasiado joven, y él, era felizmente casado y con dos hijos.
-¡Mamá, por favor!- gritó entre lágrimas Jenny.
La madre observó a su hija, a su, aún esposo, y al director. La imagen de su primer amor desapareció de su mente, y con tranquilidad, y con la mente serena, ayudó a la hija.