Aquella fiesta de máscaras prometió ser legendaria, y así lo fue, sin duda lo fue.
Martín la buscó por todas partes, en cada rincón de la casa, pero no halló pistas de ella. Luego de esperarla hora y media en el auto, arrancó éste y se dirigió directamente a la casa de Paola. Pero tuvo la sorpresa que aún no había llegado. La esperó toda la noche, y cuando se cansó de hacerlo, se fue a la cabaña con sus amigos.
Al llegar, varias chicas habían sido invitadas a la reunión. Cada amigo se encontraba complaciendo a su compañera, y Martín, enojado, frustado y con la incógnita de no tener idea en donde se encontraba Paola, aprovechó para utilizar el cuerpo de una muchacha que lo incitaba y lo seducía, para pasar la noche con ella.
Al día siguiente, todo había cambiado. Y el fin de semana transcurrió sin ningún comentario o noticia sobre la fiesta.
El domingo, Martín llegó a la puerta de la casa de Paola, y tocó el timbre, preguntando por ella.
-No se siente bien, mañana posiblemente no valla al Instituto.- atendió la madre, se despidió del preocupado chico, y le cerró la puerta.
Al llegar el lunes, con el cambio drástico en la vida de los tres amigos, la tensión entre ellos había crecido más de lo habitual. Jenny se encontraba más que feliz, hasta el punto de repartir sonrisas a cualquier extraño que se cruzara por su camino, hasta también saludar cortésmente a todos sus vecinos. Cuando apenas cruzó la puerta del instituto, los chicos de allí comenzaron a preguntarle inmediatamente por Paola. Cómo estaba, qué le había pasado, si se encontraba o se encontraría bien, millones de preguntas con respecto a su salud, pero Jenny desorbitada, respondía a todo que sí. Que ella se encontraba bien, que no le ocurría nada y que estaría mañana en el instituto normalmente.
Dejó su mochila en el respaldo de su silla, se sentó y sacó su celular. Escribió un rápido mensaje a su querida amiga, y luego guardó su tecnológico aparato antes de que el profesor de plástica se lo quitara.
Lucas no sabía como mirar a la pequeña y dulce niña de cabellos rojizos. Se sentía sumamente culpable por lo que había hecho que ni siquiera tenía las agallas de mirarla a los ojos. Aunque ellos no llegaron a ser una pareja oficial, algo sucedía entre ambos, y no era una simple amistad, sino algo más profundo. Él de verdad sentía cosas por aquella chica, fuertes podría afirmar, pero luego de haberla engañado y mentido en parte, aquellos sentimientos se debilitaron, hasta el punto de llegar a minimizarse por completo. No sabía si saludarla o no, si hablarle sobre lo que pasó la noche del viernes o no, en parte estaba asustado, por perderla como amiga. Luciana era su escapatoria de sus sentimientos por Paola, ella hacia desaparecer de su cabeza, por un limitado tiempo, a su amada. La convertía en una amiga más, en una chica que conocía, al estar con Luciana sólo pensaba en ella, en como hacerla sentir única, querida y, mayormente, hacerla sentir feliz. Cuanto más cerca estaba de ella, un paso se alejaba de Paola.
Pero ahora cómo podía hacer desaparecer esos sentimientos si no sabía que hacer cuando la tuviera en frente. Qué decirle, cómo mirarla, cómo explicarle que lo que ocurrió fue un error, un malentendido, un engaño.
Caminó por los pasillos del instituto hasta llegar a su aula. Una vez allí, le contó toda a su amigo.
Ezequiel lo escuchó con total atención, expresaba sus emociones con diferentes caras para cada oración preeminente que Lucas recitaba. Mientras que éste, al contar el relato con total sinceridad, esa sensación de agua en sus ojos lo hundía, hasta llegar a provocar que revalsace.
Durante todo el día estuvo en el aula, sentado, pensando, razonando y con miedo. En el primer recreo, a las 09:05 no quiso salir, mientras que Ezequiel salió a comprar algo, él se quedó solo, sentado.