Los enfermeros caminaban de un lado al otro con sus distinguidos uniformes de colores. Habían unos rosas, verdes agua, azul oscuro, blanco; también estaban los delantales de los doctores. Era un festín de brillantes y vivos colores que Emmanuel observaba impaciente. Hasta podría juntarlos y realizar un arcoiris dfierente si los unía en una fila a todos los enfermeros con sus distinguidos uniformes. Desesperado, mordiéndose las uñas de la manos, y moviendo lo pies con rapidez, Emmanuel observaba el blanco suelo, luego a los enfermeros que pasaban por delante suyo, imaginándo que alguno se pararía en seco delante suyo y le ortorgaría la información que tanto estaba esperando. Pero ninguno lo hizo, lo cual lo estaba volviendo loco, y peor aún fue la llegada de los padres de Jenny al hospital.
-¿¡ QUÉ LE PASÓ!?- gritó el padre ingresando al pasillo con firmes pasos. Se acercó a Emmanuel y lo agarró del amarillo buzo. - Espero que tengas un buen abogado.- le amenazó, clavando sus parecidos ojos en los de él, recordandola a ella. Emmanuel permaneció inmóvil, sobre las furiosas manos del padre, mientras que seguía pendiente de los enfermeros que seguían transcurriendo por el frecuentado pasillo.-¡MÍRAME!- le ordenó, Emmanuel no pudo hacer otra cosa que obedecer.
-¡Déjalo ya!- gritó la madre de Jenny tomando a su marido de la chaqueta y empujándolo hacia atrás. Éste se retiro dos pasos atrás llevándose consigo a Emmanuel, que seguía abatido por la situación.- Por lo pálido que está estoy segura que no va a hablar ahora.-le dijo observándole el rostro.
-¡ Maldito imbécil ! No tiene idea de con quién te metiste. A mi hija le llega a pasar algo por tu culpa y yo personalmente te mato.- le amenazó por lo bajo mientras la madre contestaba una llamada urgente de la niñera de su hijo, que se había quedado en casa durmiendo.
-Yo...yo...- tartamudeó Emmanuel, completamente perdido y desorientado.
-Basta ya, déjalo, él no tiene la culpa, estoy segura.- repuso la madre cuando volvió hacia la divertida pareja que ocasionaba escándalos a altas horas de la noche. Sumamente tranquila y con una paciencia y serenidad única, la madre de Jenny se arregló el cabello y se sentó en uno de los fríos asientos de plástico. Colocó el bolso sobre sus piernas y esperó tranquila que alguna enfermera se acercase para conversar sobre el estado de su hija. Eso sí, claro, tenía pensado un sermón extenso hacia Jenny, pero por el momento creyó que volverse neurótica y gritar a los cuatro vientos para ver a su hija era una situación embarazosa e inútil, y que no lograría nada con la alteración.-Siéntense, esperar vamos a esperar. Mejor sentado que parado, luego te salen varices.- susurró las últimas palabras como en un hilo de recriminación.
El padre se sentó a su lado derecho, mientras que Emmanuel aún seguía parado, divisando con los ojos a los enfermeros y persiguiéndolos con la mirada. Luego de un rato se sentó, dos asientos alejado de la madre.
Con las ropa manchada de sangre, Emmanuel permanecía inquieto en el asiento. No paraba de mover sus piernas frenéticamente mientas mordía sus uñas. Su tonalidad de piel se había transformado en un blanquecino fantasmal, lo único que brillaba en el era su oscuro cabello y sus ojos perdidos. Estaba traumatizado con la escena que presenció, abatido y sumido en un dolor incalculable. Podría morirse esa noche, podría irse para siempre y no se perdonaría de no haberla amado lo suficiente cada segundo de su existencia.
-¿Me acompañarías por una taza de café? -le preguntó la madre sacándolo de sus pensamientos masoquistas. Se acercó a él, apoyando sus manos sobre el asiento que los separaba, y le dijo en un susurro.-Lo necesitas, estás fatal.-
Emmanuel clavó sus ojos en los de ella, furioso con el despreocupado comentario.
-¿No debería estar usted alterada?- la pregunta salió de el con una entonación irritante. Por momentos dejó de morderse las uñas y de mover alocadamente los pies.