Por decirlo de una manera sencilla, Jenny se encontraba destrozada sobre su cama, llorando, ahogando sus penas en el fondo de la almohada. Lo quería, bastante, de una manera que nisiquiera ella entiende. Toda palabra de amor, toda caricias, todo beso , todo el cariño que le había otorgado con su total sinceridad lo había hecho de una manera real, por así decir verdadera. Desde un principio conocía las consecuencias del romance en el que se había involucrado, y aún así no le importó, porque lo que sentía junto a él no tiene explicación alguna, no puede ser descripto en palabras que sintetícen lo que su corazón podía manifestar en sentimientos revoltosos que la provocaban a pensar de una manera, pero a realizarlas de otra. Hay cosas del corazón que no pueden ser entendidas por la razón, al igual que hay cosas que el corazón jamás entenderá de la razón. Jenny le había abierto su vida a él, como jamás creyó hacer. Conoció cada retorcido rincón de ella, cada parte, cada memoria, cada recuerdo, todo. Le había expresado sus sentimientos abiertamente, sin miedo a ser lastimada, porque sabía que él era quien la escuchaba, quien la protegía, porque sabía que la cuidarla, y además, porque era él, el chico hay quien por primera vez había pronunciado esas dañinas palabras, esa frase que se solía usar con bastante frecuencia, pero que olvidamos el verdadero significado.
Al día siguiente, el timbre del recreo sonó, despertando a Jenny de su profundo sueño. Creyó vivir una novela, leyó el principio y poco a poco se acercó al final. Pero no era lo que quería, no le agradaba en lo absoluto el disgustante final, pero que podía hacer, era un final, era el final.
Sentadas en el terreno del amplio campus, Paola hablando y riendo con Lucas, se besaban, se contaban chistes, se reían de ellos mismo, seguían siendo los mismos , a pesar de que sus sentimientos el uno por el otro habían cambiado, ellos se trataban de la misma manera, sólo que con un poco de más privilegio.
Jenny cortaba el pasto con la mano, lo arrojaba a un costado, y continuaba arrancando el verde y radiante pasto y arrojándolo a un costado. Mientras que su cabeza solo pensaba en una sola persona, pensaba en él.
-Hola Jenny. - le dijo Ezequiel. - Jenny, Jenny, ¡Jenny! - terminó por decir.
-¿Qué pasa? - respondió con total tranquilidad.
-Nada, sólo quería saludarte. - se sentó a su lado y le compartió del paquete de galletas que tenía. - ¿Estás bien? - preguntó luego.
-No. Larga historia, no preguntes el porqué. - continuó cortando el pasto.
-¿Querés ir a la salida a comer? Conozco un lugar genial, sirven buena comida, además te vas a divertir conmigo, capaz te saque una sonrisa de ese lindo rostro. - la respiración se le cortó al pronunciar aquélla pregunta que tenía atorado en un lengua desde hacía años.
-Mmm... Si, creo. - respondió indecisa, pero luego recapacitó y trató de alejarse de su agonía, y que mejor que hacerlo con un amigo que podría ayudarle.
-Genial, te espero a la salida. - Lucas y Ezequiel se levantaron, se despidieron de las respectivas chicas que los habían acompañado por quince minutos, y luego se fueron juntos al salón.
-¡Vistes! No fue difícil. - apoyó su mano sobre su hombro y le sonrió a su querido amigo, ya que había dado un gran paso para él.
-Lo fue, me quedé helado cuando terminé de preguntarle si quería salir conmigo. ¡Pensé que iba a decir que no! - respondió Ezequiel entusiasmado.
Lucas rió divertidamente, observó como los pómulos de su amigo se habían pintado color rojo, y luego lo golpeó en la espalda, haciéndolo reaccionar.
Ezequiel solo estaba feliz, la mujer que amaba desde hacía tres años había aceptado su invitación.
Aún así, Jenny se sentía devastada, no podía sacarse de la cabeza a Emmanuel, y pase lo que pase, no podría pensar en otro hombre que no sea él.