Capítulo 9

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La mansión del Alfa, no era moco de pavo. Era toda una maldita fortaleza en medio de la reserva natural. Un palacio de cien habitaciones que albergaba a la familia y al círculo próximo. En las dependencias de la planta principal, estaban los salones para fiestas y convites, que en la actualidad apenas se utilizaban, pero en la parte trasera, se encontraban los despachos. Ahí los burócratas hacían funcionar cualquier cosa que beneficiara a la manada. Desde asuntos financieros, a contratos de emparejamiento, anulaciones, prestamos, adopciones... Vivian entre los humanos, pero sus leyes no se aplicaban a ellos, al menos cuando el conflicto era entre lobos.

En la primera y última planta se encontraban las dependencias personales de la familia. Sus dormitorios, biblioteca... Todos vivían allí, con cierta armonía. Por suerte el palacio era lo suficientemente grande como para que los que se llevaban mal no tuvieran que verse muy a menudo. Unas cincuenta personas trabajaban allí, porque la mayoría, prefería dormir en la ciudad, y algunos incluso, en el bosque, en su forma animal.

En la zona subterránea se encontraban las cajas fuertes, las habitaciones del pánico, y las cámaras acorazadas. Cada una tenía su utilidad, y los habitantes de esa casa apenas sabían de la existencia de ellas, a no ser que fuera el círculo íntimo del Alfa. Este estaba formado por su mano derecha, Luck, sus dos primos, Karl y Terry, y algunos asesores más del Consejo del Alfa. Por supuesto estaba el consejo de ancianos que asesoraba al Alfa, pero los tíos y otros miembros importantes de la manada, solo acudían a la casa en raras ocasiones; reuniones y fiestas importantes del calendario lunar. Sí, podía decirse que la única familia con la que confraternizaba, eran los lobos solitarios como él.

En la antigüedad, los Alfa habían tenido serios conflictos en el relevo generacional. La manada de las montañas, eran lobos fieros y solitarios que, a pesar de ser muy territoriales, no trabajaban demasiado bien en equipo. Su padre, el anterior Alfa, había cambiado eso. Cuando murió y Kein fue proclamado su sucesor, no eran pocos los que se esperaban que Karl y Terry lo desafiaran. Pero aquello no ocurrió. Los dos tenían un concepto de lealtad muy elevado. Eran piezas clave en el funcionamiento de la manda, y aceptaron sus puestos bajo el Alfa, sin objeción alguna. Luck, no era de la familia, pero su inteligencia y habilidades para moverse en el mundo de los humanos, había hecho que fuera indispensable para Kein. Lo hizo ascender de manera vertiginosa y siempre había estado a su lado. Sabía que Luck jamás le traicionaría, y al Alfa le gustaría pensar que haberse acostado con Selene, la exprometida de Luck, no había sido una traición por su parte.

El sonido de las barreras eléctricas, hizo que Kein volviera a la realidad. Tras el paso de su todoterreno, volvió a cerrarlas apretando el botón del mando. Le quedaba un kilómetro largo para llegar a las puertas de la casa. Era noche cerrada y aunque dudaba mucho de que le hubieran echado de menos, nunca llegaba tan tarde sin avisar.

En cierta manera, no tener padre ni madre le eximía de dar explicaciones a nadie, menos a Karl y a Luck, sus amigos y hombres de confianza, sobre los que había cimentado esta nueva era de la manada.

Terry era otro cantar. El rubio adonis, no daba ni exigía explicaciones, nunca.

Karl sin duda estaba trabajando en el despacho, ignorando que a pesar de ser uno de los lobos más fieros y letales, también era mortal y debía dormir y comer como todos los demás. Luck... bueno Luck estaba de viaje y llegaría mañana.

Se rascó una ceja y empezó a golpear el volante con un tic nervioso.

Era una mierda haberse follado a su antigua prometida. Joder, pero... Selene...

No, no se arrepentía de nada.

Cada segundo con ella había sido perfecto. Sentía mucho no haberse enamorado... ¿Enamoraadoooo? ¡Jodeeeeeer! Eso iba de mal en peor.

El deseo del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora