Karl escuchó los pasos del Alfa acercarse a la biblioteca. Lejos de levantarse y retirarse de nuevo a sus aposentos blindados, tras la pared de la biblioteca, se inclinó hacia atrás en la silla tras su escritorio.
Suspiró mirando los techos con frescos llenos de licántropos y brujas. Figuras hermosas y grotescas llenaban con sus colores oscuros y pastel, cada centímetro de pared. Cerró los ojos y respiró hondo.
Sin duda el Alfa estaría molesto y a él... le importaba un soberano pimiento.
Apuró el vaso de whisky y se sirvió otro. Le dio un sorbo y saboreó el líquido en su boca, para después tragar y que le quemara la garganta.
Él debería haber sido el Alfa. Le habría librado de tener que dar explicaciones. Al fin y al cabo, Kein solo lo era porque él había decidido tener un perfil bajo y no arrancarle la tráquea de la garganta.
Gruñó por lo bajo.
Debía controlarse, no mostrar sus sentimientos, ese instinto animal que rugía y le rogaba que tomara el poder, que no se escondiera entre esos libros polvorientos.
Pero esos libros tenían un propósito. Aunque solo lo supiera él.
La puerta de la biblioteca se abrió, Karl siguió cómodamente sentado, con las rodillas apenas dobladas y las piernas bajo el escritorio. Apoyó uno de los codos en el reposabrazos y se llevó el vaso a la frente.
—Buenas noches —se animó a decir con cierta desgana.
Suspiró viendo al Alfa avanzar hacia él. Se quedó frente al escritorio, mirándolo desde lo alto, con ojos entrecerrados.
—Dime, Karl... ¿Has mentido a tu alfa?
Karl interpretó su sonrisa como pura diversión, aunque bajo la piel, en sus venas vibraba su sangre en unos acordes que también le decían que no esperaba que le desobedeciera.
—No he mentido al Alfa —dijo sin soltar aún el vaso de whisky.
Kein lo miró esperando una respuesta mucho más convincente.
Algo le pasaba a su primo, y se sentía algo molesto consigo mismo por no saber como ayudarle. Si quería ayuda con el papeleo que concernía a toda la manada, lo estaba solucionando. Pero era algo más que la falta de tiempo libre, no intuía.
—Me pareció decir que estarías en Nueva York.
Karl asintió.
—Adelanté el viaje en jet privado y volví justo para el primer plato... —arrastró las palabras como si fuera a decir algo más, pero se calló.
El Alfa lo estudió con detenimiento. Su primo era el lobo más sereno que había conocido en la vida, pero por sus entrenamientos, también sabía que era letal. Qu su apariencia no engañara a nadie. Era la personificación de la elegancia, siempre con traje de tres piezas... ¿Quién demonios llevaba un maldito chaleco a esas alturas del siglo XXI? Oscuro, siniestro... de una manera claramente hermosa, si es que un Beta podía serlo. Bajo esos ropajes caros y exclusivos había un cuerpo que se machacaba en el gimnasio y en el ring para mantenerse en plena forma llegado el caso de tener que combatir. Los lobos no estaban exentos de enemigos, y Kein sabía que podía poner la vida en manos de su primo, sin problemas. Era uno de sus mejores guerreros.
Karl hubiera sido un Alfa excelente, pensó sorprendiéndose nuevamente de esa quemazón en la boca del estómago. En otros tiempos un buen Alfa hubiera eliminado a un Beta tan poderoso como Karl, pero amaba a su primo, y estaba convencido de que juntos eran más fuertes.
Ambos machos compartían el mismo abuelo, el gran Alfa de la primera reforma. Pero el padre de Kein, había sido el sucesor. Un reinado ciertamente efímero. Apenas diez años y Kein debió de reemplazarle.
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El deseo del lobo
Kurt AdamSelene Fountain ha sufrido por amor, y no está dispuesta a volver a arriesgarse con otro macho, aunque este sea el Alfa de la manada. Kein Glattawer , su líder, deberá buscarse a otra hembra con quien copular en la Fiesta de la Luna, Selene le ha d...