Capítulo 11

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No iba a ser un día normal, Selene lo intuyó nada más despertarse y abrir los ojos. Estaba acostada boca arriba, en su cama y no se sentía, para nada, descansada.

Había pasado una noche infernal.

La camiseta de tirantes se pegó a su cuerpo a causa del sudor, sus muslos no habían dejado de frotarse en toda la noche, como si por instinto buscara el placer que ese macho le había proporcionado. Cuando Selene se despertó en medio de un grito silencioso, a causa de un orgasmo, ya supo exactamente donde estaba y con quién había estado soñando.

―Kein ―gimoteó metiendo una mano entre sus piernas.

¡Ufff! Iba a ser horrible anhelar a alguien que no podría tener después de esa noche. Porque seamos sinceras, ella no podía emparejarse con el Alfa. No era aristócrata, no era un miembro destacado de la sociedad, y la idea de ser madre, al menos de momento, no entraba en sus planes.

Suspiró y volvió a cerrar los ojos.

Aunque una hacía muchos sacrificios por amor. ―¿Amor! ¡Estás fatal de la cabeza!― Ella podría sacrificarse y vivir en un palacio, rodeada de lujos y que el pobre semental intentara darle todos los bebes posibles.

―No, Selene. Tú no eres así.

No, no era así. Ella apreciaba su independencia sobre cualquier otra cosa. No sería jamás una mujer florero.

Pero Kein... el Alfa de su manada, le hacía desear muchas cosas que antes ni siquiera se habría planteado.

¿Cómo demonios se había metido en ese lio? No lo sabía y, a decir verdad, no le importaba. Nunca pensó... no estar con el Alfa, porque eso habría estado fuera de cualquier fantasía, sino tan siquiera en sentirse tan jodidamente deseada por un macho.

No tenía nada de espectacular, o eso creía Selene. Sus pechos no eran excesivamente grandes, al contrario de sus caderas. Era guapa, en el sentido de que, no era fea a gusto de nadie. Pero desde luego no era una belleza como sí era Emma, con sus formas gráciles, sus profundos ojos azules y ese cabello dorado que la hacía parecer etérea. Era resultona, de piernas fuertes y si la apurabas de espaldas más anchas que la media. ¿Cómo alguien tan increíble como Kein, había decidido que era digna de compartir el tiempo con ella y su familia en una cena?

Pateó las sábanas y golpeó la almohada, hasta que finalmente gritó contra esta.

―¡Por Dios!

¡Como odiaba estar en el punto de mira de los demás!

Y sin duda nadie pasaría por alto que el Alfa los invitaría a cenar. Volvería ser el centro de atención, tal y como lo había sido cuando estaba con Luck y todos creían que era demasiado poco para él. Y cuando él la abandonó, volvió a serlo de nuevo, pero esta vez las miradas de desdén y curiosidad se convirtieron en sonrisas burlonas y miradas cargadas de palabras silenciosas como ¿qué esperabas, niña?

Unos golpes en la puerta la sacaron de su ensoñación.

―¿Selene? ―La voz dulce de Emma llegó a sus oídos.

―Pasa, sigo viva. ―Selene se apoyó sobre los codos.

Emma cerró la puerta tras de sí y soltó una risita.

―Sí, mamá estaba preocupada, pero ya veo que sigues intacta.

Intacta no era la palabra. Más bien estaba destrozada. Le faltaba alguna pieza después de que Kein decidiera que su cuerpo era un festín que iba a saborear a conciencia.

Selene palmeó la cama y su hermana se sentó en el colchón con una sonrisa triste. A la pequeña de los Fountain le faltó tiempo para abrazar a Emma y arrastrarla para que ambas descansaran de espaldas, mirando al techo.

El deseo del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora