Capítulo 33

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Después de la cena de la otra noche, Kein decidió que había dejado pasar demasiado tiempo antes de aclarar los asuntos de política exterior que afectaban a la manada. Antes de reunir al consejo, esperaba poder hablar con Karl. Él le daría su parecer y le daría información más detallada de lo que pensaba. La versión de Luck lo había dejado intranquilo y deseando que sus malos augurios no fueran ciertos.

Llamó a la puerta de la biblioteca y escuchó la voz profunda de su primo. Giró la manecilla y abrió la puerta, para encontrarse a Emma y a Karl discutiendo acaloradamente.

Parpadeó por lo inusual de aquella escena. No podía decir que los había visto interactuar juntos, ni mucho menos. Pero lo que le sorprendía es que Karl perdiera los nervios. Por lo general, odiaba a todo el mundo, pero lo hacía con una ira fría. Una sola mirada de su primo podía hacer que un lobezno inexperto se meara en los pantalones. Pero... ¿perder los estribos con Emma...? Quizás no hubiera sido tan buena idea eso de poner a alguien a su disposición para que lo ayudara en el trabajo.

—Buenos días —dijo el Alfa.

Karl apretó los dientes para después resoplar. Se amasó los cabellos mientras se dirigía a tomar un poco de aire junto a la ventana. Emma tiró un informe sobre la mesa y levantó la mirada mientras le dedicaba una encantadora sonrisa... falsa.

—Buenos días, Kein.

¿Qué demonios estaba pasando?

El Alfa los miró a ambos un instante.

—¿Interrumpo?

—No —se apresuró a decir Karl—. Emma ya se iba.

La aludida puso los ojos en blanco y estrelló lo que parecía un informe sobre el escritorio de su jefe.

—Yo... —dijo el Alfa dubitativo—. Puedo volver más tarde si necesitáis....

—No necesitamos nada. Adelante —Karl miró de reojo a Emma y cruzó los brazos sobre su pecho, después la mirada molesta pasó a Kein que se adelantó varios pasos.

—Si me disculpas —dijo Emma mientras giraba sobre sus tacones y se dirigía a la puerta de salida—. Nos vemos en la cena de esta noche.

Kein no pudo responder, pues la puerta se cerró de un portazo antes de que pudiera reaccionar.

Karl se sentó rápidamente, como si ese portazo hubiera sido un pistoletazo de salida, o más bien la señal para que se sentara con la cabeza entre sus manos, con los codos apoyados en el escritorio macizo.

—Vaya... —vocalizó Kein. Miró a su primo que no se movió ni un ápice— ¿Es posible que alguien intente ponerte en tu sitio?

—¡No tiene gracia!

Pero Kein empezó a reírse.

—Para ti no, pero... wow. Emma parecía tan, dulce y tranquila...

Kein parpadeó cuando le pareció haber escuchado un gruñido de advertencia contra él. ¿En serio? ¿Contra el Alfa? Kein parpadeó confuso, o más bien incrédulo.

—Esto... —No, se lo habría imaginado.

De pronto Karl estaba de pie y lo miraba con cierta impaciencia.

—Bueno, ¿qué deseas?

—Yo... —seguro se lo había imaginado—. Vengo por asuntos serios. —Torció la boca—. No es que no me parezca lo suficiente serio que te pelees con mi cuñada, pero seguro que lo arreglaéis como adultos.

—Cuando ella se deje de comportar como una cría, sí —susurró.

Kein fingió no haberle oído.

El deseo del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora