Capítulo 12

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―Bueno cariño ―le dijo su madre mientras iban en coche hacia la mansión del Alfa―, si en algún momento consideras que debes escaquearte de la cena, para ir a un lugar más íntimo con...

Mientras de la parte trasera del auto, las risitas de sus hermanos llegaban hasta el asiento del copiloto, donde estaba Selene, está fulminó con la mirada a su madre, que conducía tan tranquila como si no hubiera dicho nada fuera de lo común.

―No voy a follarme al Alfa, con mi madre sentada a la mesa.

―Madre mía ―­se carcajeó Alan―. Follar, Alfa y mamá en la misma frase.

Emma que estaba sentada atrás, junto a su hermano, le pegó un manotazo para hacerlo callar, pero ella también reía.

―Ya, ya ―se quejó Tabitha mientras giraba el volante―, yo solo digo...

―No digas nada más. ―Selene alzó las manos como si pidiera calma―. Vamos a cenar, intentaremos que Emma firme la anulación y quede desvinculada de Mark, y no volveremos a pisar ese palacio. Así que disfrútalo.

Su madre se encogió de hombros y miró fijamente la carretera sin abrir la boca, mientras Selene se dispuso a abstraerse con el paisaje del crepúsculo. Iba a saborear el silencio de su madre, como una pequeña victoria.

Emma agachó la cabeza y sus hombros se agitaron. Alan empezó a reírse de nuevo, haciendo que Selene los fulminara con la mirada.

―Joder. Deja de reírte.

―Lo lamento ―dijo Alan―, es que la situación me parece realmente surrealista. Mi hermana, el Alfa... mamá haciendo de alcahueta.

Si Selene dejó que su hermano se metiera con ella, fue porque Emma parecía mucho más animada ante las pequeñas pullas, que en el fondo no le molestaban tanto. Había pasado el día, totalmente despreocupada por la partida de Mark. Pensó que había hablado largo y tendido con Alan sobre el tema y, como siempre hacía, la había tranquilizado dándole todo su apoyo.

Alan era un gran hermano.

―Oh, no la recordaba tan grande ―Su madre quedó fascinada por las grandes verjas de hierro que se abrieron nada más acercarse el coche, a lo lejos, entre una gran masa de vegetación, la mansión no pasaba desapercibida.

―Al parecer alguien está pendiente de nuestra llegada ―sonrió Alan al ver que les daban paso sin tan siquiera apretar el botón del telefonillo última generación, con cámara integrada.

Selene puso los ojos en blanco, pero guardó silencio. Al aparcar delante de la gran moles de piedra y mármol, dos hombres de negro bajaron para abrir las puertas de su coche.

Su madre brillaba de puro entusiasmo.

Selene resopló al ver que su hermano le ofrecía el brazo, pero haciéndose la ofendida por sus bromas innecesarias, lo ignoró avanzando hacia la escalinata de piedra por la que se accedía a la puerta principal. Alan volvió a reírse y ofreció ambos brazos a su madre y a Emma. Ellas sí lo aceptaron.

―No te lo tomes a mal, está nerviosa ―le dijo Emma en un susurro que por supuesto, Selene había escuchado perfectamente.

―Yo también lo estaría si el Alfa hubiera invitado a mi familia, solo por mí ―se burló Alan.

―Dejadlo ―les advirtió su madre―. Vamos a comportarnos como lo que somos.

―¿Una familia de tarados?

―No somos tarados ―se ofendió Tabitha―. Algo extravagantes y fuera de lo común, pero nada de tarados.

―Extravagantes y fuera de lo común... sobre todo tú, mamá ―dijo Emma mientras después de seguir a los hombres de seguridad, entraron en el gran recibidor de la mansión.

El deseo del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora