Capítulo 13 (+18)

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De verdad que la mansión de los Glattawer, es decir, la mansión del Alfa y sede de la manada de las montañas, era verdaderamente majestuosa. Aun así, parecía difícil perderse en aquella mansión, al menos en la planta baja. El recibidor dividía el edificio en tres bloques. El ala de la derecha era para uso más privado, comedores, despachos con antiguas reliquias, salones para el descanso de la familia... La parte izquierda, se localizaban las habitaciones para reuniones o bien dos salones de baile enormes que se comunicaban entre sí. Estos estaban destinados para ceremonias oficiales. Y por último, estaba la zona oculta tras la escalera central, de igual tamaño que las otras. Se extendía hasta la parte trasera, donde se encontraban los preciosos jardines exteriores. En el interior de esa zona, predominaban los despachos acristalados y salas con ordenadores.

Selene desconocía que hacían allí, pero tampoco preguntó. En esa sección, había una única puerta que daba a la gran biblioteca, era la que ocupaba todo el fondo del ala, sus ventanas tenían las mejores vistas de la casa. La gran biblioteca, estaba formada por dos niveles de estanterías con libros, en la parte superior se accedía por una escalera de caracol y en ella se guardaban verdaderas reliquias. Al parecer era de uso privado, y no cualquiera podía acceder a ella. Así que era un honor ser invitada para admirar sus polvorientos volúmenes.

Selene pasó la mirada por las estanterías, pero claramente le interesaban otras cosas, o más bien prefería admirar a Kein que la seguía a pocos pasos, recorriendo su cuerpo con los ojos, esperando que nadie viera que se la estaba comiendo con la mirada. Alguien debería decirle que no estaba cumpliendo su objetivo.

La que sí parecía estar viviendo en un cuento de hadas, era Emma. La mayor de las hermanas Fountain, se quedó sin aliento al ver aquello.

―Dios mío... ―susurró Emma.

Dio la vuelta sobre sí misma, el vaporoso vestido celeste parecía flotar alrededor de ella.

Una podía morir de placer entre aquellas cuatro paredes. Que incontables historias podían ofrecerle esos libros, qué secretos no guardarían en su interior.

Selene miró a su hermana, parecía más bella que nunca, el entusiasmo por los libros la hacía resplandecer. Sus ojos brillaban como hacía mucho tiempo que no la veía.

―Tu hermana parece feliz.

La voz del Alfa llegó a Selene, desde atrás y el calor que sintió en su espalda, le dejó claro que estaba increíblemente cerca. Cerró los ojos disfrutando de esa proximidad.

― Para ella, los libros, son joyas de valor incalculable, creo que sería feliz si le pusieran un camastro y la dejaran vivir aquí ―le dijo Selene a Kein, sin atreverse a mirarle.

―Sé de alguien que también amaría vivir aquí.

Kein perdió la mirada en una estantería en concreto, tras la cual sabía que se escondían los aposentos de su hombre de confianza. Estaba convencido de que si se lo permitiera, Karl pondría una cama con dosel junto en el centro de esta biblioteca y prohibiría la entrada a cualquiera en sus dominios, él incluido.

Por fortuna era el Alfa, y no podía echarle, ni evitar que alguien accediera a la biblioteca y a consultar esos libros, bajo su supervisión.

De momento Karl se había conformado en tener su despacho en ella. En un rincón podía verse su gran escritorio de caoba, con todo lo necesario para parecer que estaba en el siglo XVIII. Aunque difícilmente con su traje de Armani parecería un señor feudal, lo cierto es que se asemejaba mucho.

―Ama los libros ―dijo Selene, refiriéndose a su hermana y sacándola de sus cabilaciones―, cada uno de ellos, sin importar su temática.

Kein se acercó otro paso a su presa.

El deseo del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora