Capítulo 38

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Karl se limpió las manos después de ayudar al doctor Hume con la autopsia.

—Esto ha sido una pérdida de tiempo —dijo el doctor.

—¿Por qué ya sabíamos de que había muerto? —preguntó Karl sin mirarle.

Se limpió las manos y los brazos en el lavabo aséptico de aluminio. Tener un pequeño hospital y una pequeña morgue en la mansión ayudaba en esos casos, pero con sinceridad, Karl no recordaba la última vez que el doctor Hume había realizado allí una autopsia.

—Quién lo ha hecho, es un profesional —dijo Hume—, y sin duda no es un vampiro, o hubiera dejado su marca. Tampoco una bruja... —apretó los labios—, es sin lugar a dudas un lobo. Uno muy cabreado.

Karl miró el cadáver de Lawrence por encima del hombro.

—Siento pena por su familia, pero dudo que la lista de los lobos que ha cabreado sea corta.

El doctor guardó silencio mientras recogía el instrumental y cerraba las luces del improvisado quirófano de la morgue.

—De todas formas —dijo Karl—, no ha sido del todo una pérdida de tiempo. Debíamos averiguar si había restos de alguna sustancia, de algo con que poder identificar al asesino.

Hume no estaba de acuerdo.

—Por eso hemos perdido el tiempo. No hay nada.

Karl discrepaba, la ausencia de cualquier resto orgánico, saliva, tejido etc. significaba que quien matara a Lawrence tenía entrenamiento. Uno excepcional.

—Un asesino en nuestra casa —dijo el doctor meneando la cabeza —. Aún no pudo creerlo.

Pues menos creería lo que estaba a punto de suceder.

Dos días para la boda, y sospechaba... No, sabía a ciencia cierta lo que ocurriría.

Karl suspiró y lanzó la toalla sobre la mesa. Empujó la puerta batiente sin despedirse. Se suponía que debía informar al Alfa, a Terry... su hermano estaba especialmente interesado en el asunto, y no era de extrañar, Lawrence y él se habían hecho muy buenos amigos en los últimos tiempos.

Recorrió el pasillo de luz blanca y suelos inmaculados de mármol. Las puertas del ascensor se abrieron delante de él, no tardó más de un minuto en subir hasta la planta baja, y allí...

—Emma.

Karl dio un paso adelante para salir y se encontró con la fija mirada de su chica. No pudo avanzar más, pues el cuerpo de Emma se lo impidió volviendo a colocarse frente a él, cuando dio un paso al lado para esquivarla.

No hacía falta ser un genio para saber lo que estaba pensando ella.

—¿Has sido tú?

Karl alzó una ceja debido a la sorpresa de que lo preguntara abiertamente. Enseguida su rostro mostró el enfado que sentía.

—¿Así? ¿Sin anestesia? —No había burla en su voz.

—Creí que apreciabas que fuera directa.

—Y lo aprecio —dijo él irritado—. Pero no me imaginé que necesitaras preguntármelo.

—Pues... —apretó los puños a ambos lados del cuerpo—, yo no entiendo como has llegado a esa conclusión. Es más que lógico que te lo pregunte cuando...

No hizo falta que terminara la frese. Después de lo celoso que había estado de Lawrence, era más que obvio porque Emma pensaba así.

El vínculo entre los dos cada vez se hacía más poderoso, eso significaba que el sentido de territorialidad era cada vez más pronunciado, pensó ella. ¿Qué si sentían celos? Por supuesto. Emma los sentía, de una intensidad que a veces le costaba respirar. Veía las miradas de las hembras sobre Karl, era él consciente de que no lo miraban como si fuera un bicho raro. No, nada de eso. Karl Glattawer era un miembro deseado, estaba en el círculo del Alfa y solo por eso se merecía el respeto de todos los miembros de la manada. ¿Qué hembra no daría lo que fuera por estar con él? Y después estaba lo que ella sabía: lo extraordinario que era en la cama, su inteligencia privilegiada... ¡Joder!

El deseo del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora