Capítulo 29 (+18)

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El sol ya estaba en lo alto, debería ser cerca del mediodía porque la luz se filtraba por las persianas entreabiertas de la biblioteca. Como cada día, Emma y Karl seguían con su rutina de trabajo. A veces a Karl se le hacía extraño compartir el espacio con otra persona, pero esta era Emma, así que la sensación de tenerla cerca superaba a cualquier otra negativa.

—El... El libro de las brujas de Foster —Emma tragó saliva con dificultad—. Está en el ala este, sección B244. ¡Mierda! —Dio un fuerte respingo y se mordió los labios. Pero al cabo de dos segundo siguió con su trabajo, el de enumerar todos los libros antiguos del depósito—. Cuentos de Tamerit. Ala este, secci... ¡sección! B423. ¡Oh! Joder... —gimió cerrando los ojos y dejándose caer contra la lisa madera del nuevo escritorio que Karl había mandado llevar a la biblioteca para ella.

Abrió la mano y el listado de libros, impreso en varias hojas, quedó desparramado sobre la elegante alfombra turca.

Iba completamente vestida, con su blusa blanca de buena ejecutiva y su falda de tubo subida hasta su abdomen. Karl estaba sentado en la silla de su escritorio, frente a ella.

—No he dicho que pares de leer —la voz de Karl sonaba mucho más profunda de lo habitual.

Los ojos de Emma volvieron a abrirse, para fijarse en los hermosos frescos del techo y después levantar levemente la cabeza y mirarlo a través de sus ojos vidriosos. Le acarició su cabello oscuro y observó sus pupilas dilatadas.

—Lo siento —pero no lo sentía en absoluto. 

Él tenía la cabeza metida entre sus piernas y su lengua eligió ese momento, cuando sus miradas estaban aún cosidas, para lamer su botón sensible, duro y palpitante.

—Karl... —gimió con cierta ansia. 

Movió las caderas sobre el escritorio donde estaba echada, en uno de los extremos de gran biblioteca. Él la sujetó con fuerza por las caderas, para que no se apartara mientras se daba un festín. Estaba sentado en una silla, inclinado hacia delante, su cabeza de movía entre los muslos de Emma arrancándole sonidos entrecortados de puro placer.

—¿Quieres que nos escuchen? —se burló él, mirándola de nuevo. Pero la cabeza de ella había vuelto a caerse hacia atrás. 

—No —gimió—. No quiero, pero... —le era imposible guardar silencio cuando las sensaciones que sentía eran tan intensas.

Otra risa ronca llegó a sus oídos. Una prueba inequívoca de que su señor no estaba tan enfadado con ella por dejar de hacer su trabajo.

—Podrían encontrarnos aquí —sabía por el tono que intentaba burlarse de ella—, quizás el Alfa... o tu hermana.

—Oh, ¡Dios! —su  cabeza golpeó la superficie de madera. Se arqueó cuando sus labios succionaron con fuerza justo ahí, donde la volvía loca—. No, no, no... —gimoteó—. No seas así, no puedes... ¡Oh Dios! No puedes hablar de mi hermana y el Alfa mientras... 

Emma paró de hablar y empezó a hiperventilar.

—¿Mientras te como el coño? —se burló con otra risa ronca.

—Cállate —gimió al tiempo que se incorporaba sobre sus codos. Se revolvió, acercando más su trasero al borde del escritorio, contra la boca de Karl—. No entrarán. Nadie... oh, Dios del Cielo... nadie entra en tus dominios.

Se incorporó todavía más, apoyando ambos pies en el reposabrazos de la silla en la que Karl estaba sentado. Le agarró la cabeza con ambas manos y se negó a soltarlo hasta que terminara con ella.

—Tienes razón — Un lengüetazo esparció su humedad por todo su centro—. Nadie entra en mis dominios... Excepto tú.

Ella asintió medio ida.

El deseo del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora