Capítulo 27 (+18)

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Emma corrió descalza por la alfombra roja y al llegar a la puerta de la biblioteca la abrió sin hacer ruido. Al quedarse frente al panel, marcó los dígitos que le daban acceso a los aposentos de Karl, y repartió el peso de su cuerpo, de un pie a otro, intentando no ponerse más nerviosa.

Cuando asomó la cabeza. Karl la miró inexpresivo, su cara de póker era perfecta.

—Yo... lo siento.

Él miró sus manos vacías y respiró ruidosamente por la nariz.

—Ya.

Emma trotó hacia la cama y cayó de rodillas sobre el colchón, al lado del torso de Karl. Estaba desnudo de cintura para arriba, y esos pantalones holgados negros con elástico en la cintura y los tobillos... Mmmm, le quedaban de muerte.

Apretó los labios mientras intentaba obviar las crestas de sus abdominales, su torso bien definido y sus hombros anchos. Dios... su sexo empezó a palpitar. ¿Qué le pasaba? Estaba enferma. No podía ser posible que la tuviera así de caliente solo con mirarla.

—Desátame —le ordenó.

Entonces Emma se mordió el labio inferior y él sacudió las caderas, quizás de manera involuntaria.

—Es qué...

—Emma...

—Estás furioso, quizás haya tardado un poquito.

Él alzó una ceja y se pasó la lengua por el interior de la mejilla.

—¿Un poquito? —dijo con voz ronca que la hizo suspirar—. Llevo aquí dos horas. Y lo cierto es que no me importa que me ates a la cama, siempre cuando estés desnuda encima de mí. Pero he estado solo y...

Ella se mordió el labio con más fuerza.

—Vas a castigarme por eso.

—No lo dudes —dijo con mirada perversa.

Los ojos se encendieron de un rojo profundo y el pecho de Karl empezó a subir y a bajar.

—Desatame.

Ella vaciló.

—Solo calmate un poco. Me darás con fuerza en el trasero para castigarme y aún tengo que hacerme a la idea.

Él no se calmó, pero Emma pudo ver como crecía su miembro en los pantalones, eso la puso caliente y a la vez... seguía dudando su abrir las esposas.

—¿Vas a darme fuerte, verdad?

—Mucho —dijo arrastrando la palabra.

—Vaya... ¿y si te pido perdón?

—Quizás te pegue unas cuantas menos, pero eso no significa que me contenga.

Ya veo...

—Entonces... —se puso a horcajadas sobre él y se subió el top sobre sus pechos desnudos sin quitárselos—, quizás deba hacerme perdonar antes de...

Él se revolvió y siseó enseñando sus dientes cuando el sexo de ella rozó el suyo a través de la ropa.

—Emma...

Ella se inclinó y se apoderó de su boca, tumbándose sobre él, restregándose para hacerse perdonar.

—Desátame... —lo miró a los ojos. Unos círculos rojos enmarcaban aquella belleza oscura que eran sus iris. La voz de Karl...

Ella jadeó.

Lo sentía. Lo sentía dentro, en su pecho, en su interior, la voz de... un Alfa.

—No puede ser.

El deseo del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora