Capítulo 45

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Fuego, llamas y gritos.

Karl apareció frente a Selene, quien empezó a correr tal y como le había ordenado el Alfa, pero no lo hizo para alejarse, sino para cubrirlo con su cuerpo. Él ya no estaba consciente para influir en ella y las lágrimas de su reina resbalaban por sus mejillas cuando lo acunó entre sus brazos.

—¡Kein! —gritó con desesperación.

La sangre del rey se derramaba sobre la tarima de madera, el charco iba haciéndose cada vez más grande y el llanto de Selene cada vez más audible. Negó con la cabeza, una y otra vez, sin dar crédito a lo que veían sus ojos. 

Los disparos silbaban a su alrededor, pero ella no los oía. Intentó taponar la herida del pecho, de entre sus pálidos dedos el líquido rojizo borboteaba.

—Kein. No te mueras —suplicó. Al mirarle a la cara se tragó un grito de horror. Su cara estaba desecha—. Dioses...

La bala le había atravesado la mandíbula, haciendo que esta saltara en pedazos en uno de los lados. Pero, no importaba, seguía vivo, seguía respirando. Selene lo sabía porque el cuerpo del Alfa intentaba reabsorber la sangre vertida. Sus tejidos vibraban con una antigua magia, con el objetivo de taponar la herida. 

—Pronto estarás bien —susurro acunando su cabeza contra el pecho. Pero lo que antes debería haber tardado unos segundos, se estaba demorando. 

El Alfa apenas tenía energía para respirar.

—Kein, por favor. —suplicó, aún sobre él.

Entonces sintió que alguien la agarraba de la nuca y tiraba de ella hacia atrás. 

Karl la miraba, con unos ojos rojos, sobrenaturales. No solo su iris resplandecía, el rojo se esparció por toda la cuenca y empezó a sangrarle el lagrimal. La piel alrededor de sus cuencas se tiñó con venas negras y palpitantes.

—¡Dios mío!

Selene abrió de nuevo la boca, pero fue imposible para ella articular una sola palabra más.

—¿Quieres vivir? —Karl apretó su nuca con más fuerza, después de hacerle la pregunta.

Ella siguió sin responder hasta que el macho tiró de ella hasta alzarla del suelo. Protestó con un gemido. No pensaba abandonar a Kein, pero Karl era más fuerte. La empujó contra el cuerpo duro de alguien que ella no había visto.

—Llévatela.

Selene gritó cuando esos brazos la arrastraron lejos de Kein.

—¡Por favor! —recuperó las fuerzas y se impulsó hacia delante, con los brazos estirados, intentando atrapar a su compañero. Le dolía el pecho, un dolor desgarrador, una herida abierta que ardía al volver a ver el estado de Kein.

—¡Selene! —la voz familiar hizo que se detuviera de inmediato—. Deja de luchar, tenemos que irnos.

—Alan. —Confusa miró a su hermano, y después a Karl, quien asintió, como si esperara que confiara en él.

—Corre, vámonos. Karl se ocupará de Kein.

—¿Karl? —Selene lo miró con el mismo terror que cualquier licántropo miraría a un hibrido, porque eso era Karl. Sus ojos rojos lo delataban, el poder que emanaba de su cuerpo, electricidad, rayos azules recorriendo su piel, y llamas... Olió a humo, y para su horror, también a carne quemada. El jardín ardía y algunos miembros de la manada, estaban envueltos en llamas después de enfrentarse al otro bando. Rugió frustrada, ¿por qué? ¿Y quienes? 

Miró a Karl, mientras su hermano la arrastraba lejos del altar, que una vez desprendió una fragancia embriagadora y ahora estaba rodeado de fuego y sangre. 

El deseo del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora