Capítulo 37

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Kein apretó los dientes. Selene podía enfadarse, pero ya libraría esa batalla en otro momento. Debía aparentar incredulidad por qué un licántropo hubiera entrado en sus dominios y matado a uno de los suyos. Sereno y sin moverse, sus ojos se desplazaron hacia Domenico. Este permanecía con la mirada fija en el cuerpo de Lawrence, sin duda esperaba encontrar un rastro, una pista del culpable de esa monstruosidad.

Una monstruosidad precisa.

Terry apretaba los puños, su cara de niño bueno se había convertido en una máscara, dura. Estaba completamente consternado.

—Debemos estar alerta —dijo Kein, captando su atención.

Después miró alrededor, como si en realidad buscara al culpable. Aunque no lo hacía.

—Esto significa que... alguien se ha acercado a la mansión —dijo Terry consternado.

—Alguien capaz de hacerle eso a uno de los miembros de la manada.

Por la mirada que Domenico le echó a Terry, estaba claro que él pensaba que el culpable podría estar más cerca de lo que pensaban. Quizás dentro de la mansión misma. 

—Debemos encontrar al culpable —dijo Domenico con los dientes apretados—, y descuartizarlo.

Su mirada era fría. Sus manos, decoradas con anillos ancestrales, volaron a la chaqueta impecable de su traje y la estiraron, como si quisiera borrar cualquier arruga. Un gesto demasiado interiorizado como darse cuenta de que lo llevaba acabo. 

—Opino lo mismo. —Los grandes ojos de Terry estaban sobre el cuerpo sanguinolento, como si este ocupara toda su atención.

—Quien haya hecho esto es un auténtico experto. —Domenico se acuclilló cerca del cuerpo. Sacó una pluma estilográfica y con un extremo, apartó los retales de tela que hacía pocas horas había sido su camisa, y observó las heridas del cuello. 

La tráquea estaba expuesta. La sangre había inundado todo a su alrededor. Se puso en pie y retrocedió para no mancharse los zapatos. 

—Las ráfagas de sangre están intactas —eso significaba que el heiser de sangre que probablemente habría salido del cuello y de su espalda formaban una línea perfecta alrededor del cuerpo. El asesino no se había manchado, por lo que de ser alguien de dentro, sería difícil reconocerlo.

—Debemos darnos prisa y buscar —Domenico miró a su alrededor, los soldados que corrían a uno y otro lado, serpenteando por los alrededores, en el gran jardín de la mansión y por el bosque. Quien lo hubiera hecho aún tendría las manos manchadas de sangre y por supuesto las uñas—. Busquemos —Lo dijo con voz impaciente.

Incapaz de quedarse quieto Domenico empezó a transformarse, un lobo de pelaje negro y plateado. Se movió a toda velocidad y Terry lo siguió con la mirada, pero prefirió quedase con el Alfa.

El Alfa se quedó allí, impasible. Dio vueltas enredador y observó a los seis soldados que, a cierta distancia le custodiaban.

—Marchaos. Debéis buscar a quien ha hecho esto. ¡Rápido!

No tardaron en obedecer. El Alfa se quedó solo con su primo.

—¿Dónde está Karl? —preguntó Kein.

Terry parpadeó y se centró en su rey, como si esa pregunta lo hubiera despertado de un largo letargo.

—¿No creerás...?

—No. Pero quizás él encuentre algo en el cuerpo que pueda decirnos quien es su asesino.

El cuerpo de Terry se relajó. Que el Alfa no sospechara de Karl, era bueno. No quería ver a su hermano enfrentándose a Kein. No antes de lo necesario,

El deseo del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora