Capítulo 35

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Emma se sentía más que incómoda con las atenciones de Lawrence. Al parecer se había corrido la voz de que trabajaba junto a Karl, un hecho que despertaba mucha curiosidad entre todos los miembros de la manada, fueran machos o hembras.

Se dio cuenta que, para muchos, Karl Glattawer era una incógnita, un lobo solitario que se mantenía distancia de todo el mundo y que por alguna razón había dejado entrar a Emma en sus dominios.

—Me gustaría invitarte a una copa.

—No estoy interesada.

Había sido bastante educada, pero al parecer Lawrence no era un macho que aceptara un no por respuesta. Y con sinceridad, Emma sabía porque. Todas las hembras de la manada estarían más que encantadas de convertirse en amiga de alguien tan atractivo y de tan elevada posición. Todas menos Emma. Si no fuera por el vínculo, y por su obsesión con Karl, tampoco se fijaría en él. Demasiado parecido a Marc, y ella no pensaba cometer dos veces el mismo error. Lawrence se veía alguien con poder, ambicioso, capaz de todo por lograr sus objetivos. Y sinceramente, esperaba que ella no fuera uno de esos objetivos, porque no estaba dispuesta a dejarse perseguir.

—¿Es por Karl? —Lawrence se acercó otro paso y apoyó la mano en la pared, junto a su cabeza. Quizás para intimidarla, aunque lo único que consiguió fue ponerla furiosa.

Dio un paso lateral.

—No es por él. Puedo tomar mis propias decisiones —Y he decidido que eres un capullo integral.

—Vamos... —no iba a darse por vencido—. Se pudo un poco territorial contigo.

Emma alzó una ceja.

—¿Territorial?

—Pero si dices que no hay nada entre vosotros, quizás pueda... pasar por alto sus amenazas e intentarlo —La mano de Lawrence se elevó para tomar uno de sus mechones.

Ella le dio un manotazo.

—No estoy interesada, y discúlpame, debo volver al trabajo.

Su negativa no sentó bien y Emma fue muy consciente de como avanzó un paso para agarrarla, quizás del cabello. Pero una presencia salvaje a su lado hizo que desistiera y su mano quedó suspendida en el aire.

—¿Qué está pasando?

—Yo... nada —dudó Lawrence al ver la mirada de Karl.

Emma ni siquiera se atrevió a detenerse. Avanzó hacia la biblioteca y cuando cerró la puerta a su espalda, sintió un cierto alivio, pero no era idiota. Sabía que el encuentro con Lawrence tendría consecuencias.

Dejó sobre el escritorio de Karl la carpeta que llevaba abrazada a su pecho, y se quedó mirando a la nada.

La situación con Karl era incómoda, como si hubieran discutido y ninguno de los dos supiera como arreglar las cosas.

Escuchó que la puerta se abría a su espalda, pero no se volvió.

No es que Karl le diera oportunidad.

Enseguida notó su cuerpo apretándose contra el suyo. Notó el aliento en su nuca y ella contuvo el suyo. Se esforzó por no jadear. Cerró los ojos mientras de improviso sintió la mano de Karl sobre su espalda.

—Pon las manos sobre la mesa, e inclínate.

Era una voz dominante, una que no está dispuesta a dar más opción que ser obedecida.

—Karl... —gimió ella sorprendida.

Jamás usaba esa voz con ella.

Sintió su boca en la nuca, una presión que ella conocía bien. Su cuerpo reaccionó, pues era imposible que no lo hiciera con ese macho, pero a la vez se sentía... mal. No quería acostarse con él estando enfadados. Y mucho menos después de que él estuviera furioso por lo que podía haber malinterpretado.

Dios, no deseaba ser el imbécil de Lawrence en ese momento.

—Inclínate —la voz fue más fuerte, y Emma obedeció.

—Espera... Ah.

Sintió los dientes de Karl en su cuello. Después sus manos agarrando su cintura y tirando de ella. Obligándola a notar su deseo, clavándose en el trasero.

—Karl...

—¿Crees que puedes jugar con otros machos, Emma?

Ella jadeó ante el avance de la mano masculina entre sus muslos.

—¡Karl!

Le arrancó las bragas sin contemplaciones.

—Karl, para...

—No quiero que vuelvas a estar en la misma habitación que ese imbécil. Ni que le mires. —La voz denotaba la posesividad que obsesionaba a su macho— ¿Me has...?

—Violoncelo.

La habitación pareció vaciarse de aire. Las manos de Karl se quedaron donde estaban. Ya no ejercían presión, no se movían. Su cuerpo se puso rígido a su espalda. Podía notar la perplejidad en él.

—¿Qué?

—Violoncelo.

Esa era su palabra de seguridad.

De repente Emma sintió frío. Karl había retrocedido varios pasos y cuando por fin se dio la vuelta para enfrentarlo, no estaba preparada para su cara de absoluta devastación.

—¿Qué? —volvió a repetir.

Lo vio parpadear y Emma tuvo que humedecerse los labios, tenía la boca seca y un nudo en la garganta y el estómago.

—¿Qué significa eso? —El cuerpo de Karl estaba temblando y Emma abrió los ojos al darse cuenta de lo asustado que estaba.

—Nada —dijo ella estirando una mano para apoyarla en su pecho.

—Es nuestra palabra de seguridad. Está claro que no quieres que te toque, pero... ¿es por Lawrence? —se horrorizó—. ¿Vas a dejarme?

—¡No! —Ella estaba aún más horrorizada por sus palabras que él—. No es por Lawrence. Pero... —negó con la cabeza—. ¿Eres consciente de tu actitud?

Karl la miró con sufrimiento en la mirada.

—Siempre ha sido un juego. Yo... no. Perdona...

—Me refiero a tu voz, esa voz que no me da opción a elegir lo que quiero —Aunque lo que quiero eres tú, quería añadir, pero no lo hizo.

—¿He puesto esa voz?

Karl sabía a que se refería. Sabía que esa voz del Alfa dormido en su interior, afloraba de vez en cuando. Había podido controlarla, aunque a veces, con Emma... todo se volvía más intenso, más visceral. Sus verdaderos deseos salían a la luz.

—Perdona.

—No me pidas perdón —le acarició el rostro—. Pero no quiero obedecer una orden, y menos cuando se trata de algo tan íntimo entre nosotros.

Él agarró la mano de Emma y la apretó contra la mejilla.

—Nunca he querido ordenarte nada que no quieras hacer —y la miró a los ojos para que viera que era verdad.

Emma le sonrió como respuesta.

—Me gustan nuestros juegos de poder —dijo abrazándolo por fin, como si la distancia entre ambos le doliera—. Pero no cuando estamos enfadados.

La abrazó con más fuerza.

—Odio a ese imbécil. Y si te pone una mano encima le despedazaré.

Emma se rio entre sus brazos, aunque no estaba muy segura de que no hablara en serio.

Le acarició el pelo y se puso de puntillas para besar sus labios.

—¿Dejamos de discutir? —preguntó Emma.

Algo que Karl estaba más que dispuesto a contestar afirmativamente. 

El deseo del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora