Capítulo 2

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Al Alfa se le secó la boca.

Miró el curvilíneo cuerpo desnudo de aquella muchacha y su corazón golpeó fuerte en su caja torácica. Nada más verla sumergirse en las aguas del lago, su instinto se despertó. 

Poséela, clamó su sangre.

Respiró hondo para calmarse. No había ido hasta allí para buscar a una joven loba desnuda. Más bien, para todo lo contrario. Necesitaba huir de sus obligaciones, solo por un instante. Sentirse en paz.

Había ido allí para estar en soledad. Quizás ella también, pues no había nadie en derredor. A varios centenares de pasos, en la zona más popular del lago, podían verse las cabañas, iluminadas por las tenues luces de los porches. Pero en esa parte, donde no había ningún muelle o amarradero, se podía descender hacia la orilla, entre arbustos, buscando el cobijo que ofrecía la noche y los recodos escondidos. 

Kein sabía lo especial que era ese lugar. Lo había descubierto en la última reunión de la manada, el año pasado, donde en un ataque de ansiedad había huido lejos de todos, donde nadie pudiera olisquear su turbación, su rabia o frustración.

Pero esa noche, se había dado cuenta de que su lugar secreto estaba ya ocupado.

Cuando la hermosa mujer flotó en el agua, su sangre bombeó con fuerza, concentrándose en parte de su anatomía que le hizo sentirse incómodo.

―Mierda.

Lo estuvo aún más cuando, alzó el mentón y olisqueó el aire.

La loba estaba excitada. Podía olerla. Un olor muy particular, que ya conocía.
Si se concentraba lo suficiente hasta podría notar el tacto de su piel y sus pezones erectos bajo las yemas de los dedos.

Cerró los ojos y se resistió a la idea de quedarse. Pero su cuerpo tenía otros planes, unos que no implicaban retirarse y dejar atrás la visión sensual de ese cuerpo desnudo bajo la luz de la luna creciente.

El Alfa, sintió la brisa cálida de esa noche de verano golpear su cuerpo. Se había quitado la camiseta negra ajustada, sus botas y calcetines, dispuesto a desnudarse y entrar en el agua. Al menos aquella había sido su intención hasta que la vio, como una diosa antigua, poderosa, sin necesidad de nada, ni nadie.

¿Quién era? Su olor la delataba como una de los suyos, pero más allá de su cabellera negra no había ningún rasgo que pudiera hacer que la reconociera.
Un gruñido se fue formando en su garganta. Su olor no era nuevo para él. Y traía consigo recuerdos de deseo y frustración.

No le resultaba extraño el conocerla, pues como Alfa, era su deber conocer a todos los miembros de la manada. Sus responsabilidades no dejaron de aumentar, desde que hacía dos años su padre había fallecido. Como era tradición, tuvo que hacerse cargo de los negocios de la manada, hacer que se cumplieran sus leyes, recordar las normas a los más alocados e impartir justicia. Algo que no siempre le era grato.

Desde el momento en que tomó el control como nuevo Alfa, la presión para que tomara compañera no había hecho más que aumentar y es que era como un deber sagrado. 

Los lobos se extinguían, necesitaban aparearse, procrear, hacerse fuertes o morir. Kentur, el rey de los licántropos del viejo continente, estaba buscando a su manera aparear a sus guerreros más fuertes. Hoy en día no bastaba con elegir compañera, sino hacerlo sabiendo que los dioses bendecirían a la pareja con cachorros. ¿Cómo hacerlo? O bien bajo investigación genética, o bien esperando a la fiesta de la Luna. Ahí el instinto predominaba, la pareja idonea para la tarea aparecía. Entonces se creaba un vinculo, mucho màs que el deseo de aparearse, mucho más que el de procrear. Era algo... sagrado.

El deseo del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora