Capítulo 1

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Selene Fountain entró en las cristalinas aguas del lago.

Era de noche, por supuesto, ni en broma se atrevería a bañarse desnuda durante el día, y mucho menos durante la reunión anual de la manada.

Se le cortó la respiración cuando el agua helada le llegó a los muslos y después más arriba, acariciándola entre sus piernas, el vientre plano y tonificado que lucía a causa de los ejercicios extenuantes a los que se sometía. Sus pezones se pusieron duros y siguieron estándolo cuando dobló las rodillas y se sumergió. Dos brazadas y su cabeza salió del agua.

Se sentía viva.

Su cuerpo en tensión y su mente alerta.

Flotó en las aguas cristalinas que parecían negras bajo la luz de la luna. Respiró profundamente y se dejó arrastrar por sus pensamientos.

Ese año prometía ser verdaderamente interesante. La reunión de la manada jamás había... reunido a tantos licántropos.

La manada de las montañas, de la que ella formaba parte, era sin duda una de las más temidas, aunque ella, como soldado raso, poco hacía para que afianzara su poder. La manada de los lagos, era mucho más numerosa, y aunque entre sus lobos no destacaba ningún cerebrito, sin duda eran grandes guerreros que habían sabido mantener a los suyos a salvo. Del sur de Texas, la manada de los coyotes, aunque por supuesto, solo era un apodo, estaban causando más problemas. Se habían metido en líos y al no ser discretos, los estaban cazando. Por supuesto al líder de las naciones licántropas, no le había parecido nada agradable enterarse de la merma de sus súbditos.

Selene sumergió su largo pelo negro y dejó que este flotara bajo el agua, para después sacar la cabeza, haciendo que se pegara a su espalda. Respiró profundamente, allí de pie, entre el agua gélida. Era principios de verano, el agua no tenía por qué estar tan fría, pero lo estaba.

Ronroneó. Un sonido más propio de un felino que de una loba como ella. Se acarició los pechos y el vientre, que mojados estaban fuera del agua. Sintió como su corazón se aceleraba y sus dientes se apretaron.

―Mierda ―volvió a dejarse caer con suavidad.

Flotó, mientras sus ojos de un azul medianoche se volvían violetas.

¡Oh! La excitación la recorría. La dureza de sus pechos, el latido entre sus piernas... Sí, sin duda, la llamada para el apareamiento estaba cerca.

Le encantaba el sexo, en otras circunstancias lo habría buscado, pero Selene no pensaba volver a darse a ningún macho que la decepcionara.

No, señor. Eso no iba a ocurrir.

Ese año habían alquilado la cabaña que estaba a lo lejos, a la que se llegada por la carretera de tierra. Su madre había decidido que era mejor que su hermana y su pareja, se unieran a ellos.

Así que ahí estaban. Tres lobas y la pareja de su hermana pequeña, complaciendo a su suegra con su presencia. Su padre y su hermano, guerreros a la orden del Alfa, aun no habían regresado de su misión.

Dejo de contemplar el firmamento con la luna creciente y se giró sobre sí misma para poder volver a hundirse en el agua.

No pensaba hacer caso a la llamada. Ese año no iba a entregarse al desenfreno en la fiesta de la luna, como era tradición. Estaba cansada de ser manipulada, hasta que no encontrara un compañero digno, no iba a volver a aparearse. Gracias a Dios, los humanos habían inventado sus juguetes, y a ella le encantaba su Satisfayer pro número 5.

No, no necesitaba a ningún macho mientras tuviera sus aparatitos y su mano derecha.

Suspiró mirando el bello firmamento plagado de estrellas. La luna creciente era un recordatorio de que la fiesta de la diosa Selene,  estaba cerca. El rey o Alfa, como se le llamaba en este continente, pronto haría su aparición, quien sabe si anunciaría su compromiso. No importaba, Selene no tenía por qué hacer caso a la llamada de la reproducción.

Era cierto que cada vez eran menos numerosos, pero una hembra servía mucho más que como incubadora para criar. Ella lo había demostrado, podría ser una gran soldado. Demostraría su valía una y mil veces, pero no tenía por qué buscarse un compañero.

No, ella sola se bastaba, se repitió con voz segura en su cabeza, mientras su mano acariciaba uno de sus senos y descendía por su vientre, hasta colarse entre sus piernas.

―Dios... ―gimió.

Si era sincera consigo misma, pasar la luna llena sin un macho iba a ser una jodida tortura. 

El deseo del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora