Capítulo 39

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Emma se encontraba al aire libre. Esa mañana la había despertado el chasquido de la puerta al abrirse. Karl había tenido el buen criterio de abrir la puerta llegado el amanecer, y marcharse sin darle la ocasión de arrancarle la cabeza. Bien por él.

El desayuno fue algo confuso, pero Karl tuvo la decencia de no aparecer y dejarla en paz. La sangre de Emma hervía por su culpa y no precisamente por el motivo por el que siempre la hacía arder. Estaba cabreada y dudaba mucho que se le pasara en breve.

Había sido...

—¡Puaj! —Pateó el suelo al dirigirse a la zona de ceremonia.

Habían elegido un rincón del jardín para la ceremonia, y por el ajetreo que había en la casa, nadie diría que acababa de cometerse un asesinato.

—Todo seguirá adelante, a pesar de que nuestros corazones lloren la muerte de Lawrence —dijo el Alfa esa misma mañana en el desayuno.

Por la cara que puso su hermana, Selene también estaba cabreada con él.

—¡Machos! —refunfuñó acercándose a grandes zancadas al altar.

Esa mañana Emma se había preguntado porque Karl la dejaba salir ¿Ya no corría peligro? ¿Habían atrapado al asesino? Se enteró de que no era así, pero al salir fuera se dio cuenta de porque los Glattawer no habían encerrado a sus mujeres por más tiempo. Miró alrededor mientras avanzaba por el césped bien cuidado, había un guardia armado en cada esquina. Mientras los preparativos de la boda seguían adelante había armas por doquier, como si se prepararan para la batalla.

Aún no habían puesto la bonita alfombra roja que guiaría a los novios hacia el arco de flores blancas, pero ella era la encargada de poner los lazos en el respaldo de las sillas. Las cintas, de un rosa y azul pálido darían un toque elegante al ambiente. Ese lugar, justo donde terminaba el jardín y empezaba la arboleda, era idílico.

A Emma casi se le fue el mal humor al pensar en su hermana, uniéndose feliz con el Alfa. No había duda de que se amaban, pero su semblante se ensombreció al recordar que ella también amaba a Karl y que el amor, no siempre era suficiente para ser feliz.

Dejó en el suelo, el pequeño cesto con los lazos y se dio a la tarea.

Los familiares de Lawrence se habían llevado el cuerpo. Y aunque el ambiente no era festivo, la boda se llevaría a cabo al día siguiente. Toda la manada había sido convocada y algunos se habían visto obligados a regresar por el acontecimiento, a pesar de que ya se habían marchado después de la fiesta de la luna. Por supuesto, nadie protestó. Que el Alfa tomara esposa solo sucedía una vez en la vida adulta del lobo. Solo se habían registrado dos casos en que el líder de la manada se había casado dos veces, y siempre por enviudar demasiado pronto. Antiguamente no hacía falta hacer eso, casarse para procrear. El Alfa tenía todo un harén a su disposición. Cuando empezó a instaurarse la monogamia, y una vez que se vinculaban con una hembra, les había sido imposible repetir los votos con otra.

Emma negó con la cabeza. No sabía porque estaba pensando en eso. Kein amaba a Selene, y su hermana no iba a morirse.

Sonrió, absorta en el trabajo. Empezó a colocar las cintas hasta que sus dedos se detuvieron mientras estrechaba el lazo de dos cintas.

Ese olor... la vibración en el aire.

Apretó las mandíbulas con fuerza.

—Buenos días, Emma.

Marc estaba allí.

Había regresado.

***

—¿Vas a seguir ignorándome? —preguntó Kein siguiendo a Selene al baño mientras se peinaba su larga cabellera.

El deseo del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora