Capítulo 23

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Kein aparcó el todoterreno frente a la casa de los Fountain. Era tarde, el sol ya había empezado a ocultarse.

Podría decirse que la fiesta de la luna había sido un gran éxito, probablemente para la especie sería un revulsivo, ya que en menos de un año habría pequeños lobeznos que engrosaran las filas de la manada. Y es que en realidad para eso había servido siempre la Fiesta de la Luna, para procrear y crear lazos como manada.

Selene miró al Alfa, su compañero. No podía creer lo que había pasado la noche anterior. La había hecho suya, su compañera, su reina. Suspiró al sentir de nuevo esa agradable sensación entre los muslos. No podía asegurar que lo que habían estado haciendo no trajera consecuencias. Ella tomaba anticonceptivos, no era muy probable que hubiera quedado embarazada de Kein, pero ese sería el menor de sus problemas. El mayor, por supuesto, es que era la nueva reina de la manada, y... nadie lo sabía aún. Por si fuera poco sentir la presión de ese cargo, lo que realmente la tenía preocupada, era la aceptación de la manada. Recordó a las grandes familias licántropas en las primeras filas frente al altar, decepcionados porque ninguna de sus hijas se había convertido en la nueva señora del clan de las montañas.

—Deseo que te quedes en la mansión —la voz de Kein la distrajo.

A su lado, giró la llave para apagar el motor y la miró con intensidad. Esos ojos... la obnubilaron tanto que ni siquiera fue consciente de lo que había dicho.

—¿Qué?

Una sonrisa cargada de dulzura la hizo sonreír como una idiota.

—Quiero que vengas a vivir conmigo en la mansión —Ahora si lo había escuchado y ella frunció el ceño con preocupación—. No puedo soportar la idea de tenerte lejos y mucho menos de que estés desprotegida.

—No estoy desprotegida, —protestó ella recuperando la sonrisa—. Dos de tus mejores guerreros viven conmigo.

Él gruñó inclinándose hacia delante para rozar sus labios.

—Si hablas de tu padre y tu hermano... —arrastró las palabras e hizo una mueca—, tienes razón, pero siguen sin ser yo.

Selene se inclinó también hacia él y le devolvió el beso, un simple toque. No quería demorarse o sabía perfectamente lo que pasaría.

—Por supuesto que no eres tú —le dijo con mirada pícara.

Antes de que el Alfa pudiera hacer nada, Selene abrió la puerta y bajó del coche. Se encaminó hacia el porche de la casa y él la siguió. Puso una mano protectora contra la parte baja de su espalda, mientras subían los peldaños de madera. Ninguno de los dos se esperó encontrarse a Tabitha en la mecedora, aunque ese parecía ser su lugar favorito.

—Mi hijita vuelve a casa —la recibió con una devastadora sonrisa, cargada de significado, que hizo que Selene pusiera los ojos en blanco.

Kein no se quedó sin su dosis de bochorno. Tabitha alzó las cejas reiteradas veces, como diciendo: Sé lo que has estado haciendo con mi hija.

—Limítate a ignorarla, y no la mires directamente a los ojos — dijo Selene en voz baja contra el oído de Kein. Este se rio, pero antes de poder contestar, Selene se volvió hacia su madre—. Buenas tardes a ti también, mamá.

—Veo que el Alfa está contigo —dijo estirado el cuello y poniéndose en pie—. Y veo que puedes andar —dijo con cierta desilusión—. Tengo unas cremas...

—Mamá... —le advirtió Selene, pero no funcionó.

—En serio, tu padre se empleó a fondo, si no fuera por ellas estaría en carne viva.

El deseo del loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora