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Cuando los estados eran pequeños, México vivía preocupado de que no se lastimen, aunque era parte de su desarrollo tal vez caerse unas cuantas veces y luego seguir jugando como si nada

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Cuando los estados eran pequeños, México vivía preocupado de que no se lastimen, aunque era parte de su desarrollo tal vez caerse unas cuantas veces y luego seguir jugando como si nada. El primer estado que se le fue otorgado a México fue una gran sorpresa; linda y adorable sorpresa que le dieron. Era un bebé Veracruz; pequeño, regordete y adorable. Fue su primera experiencia como papá, le costó las primeras semanas entender como era cuidar de un bebé pero, lo logró.

Así fueron llegando los otros estados que pronto se iban partiendo en más y más hasta quedar solo con treinta y dos. Lastimosamente solo treinta y dos quedaron después de la invasión de Estados Unidos a México.

1821.

—¡No! No, no. Te vas a caer, mi amor. —regañó suavemente a su pequeño estado, recogiéndolo del suelo para que deje de correr por la cocina. Era peligroso. —¿Qué haces por aquí, corazón? ¿Estás aburrido, calabaza? —preguntó con una sonrisa. El estado asintió varias veces, riendo al final al ser besado en sus mejillas regordetas.

México, mejor conocido en ese año como el Primer Imperio Mexicano, cuidaba de sus pequeños como todas los días, cocinando el almuerzo y viendo que no andén jugando en la cocina por lo peligroso que era. No hacían caso obviamente, y solían esconderse debajo de la mesa,  estar entre su padre y la mesada o detrás de él sentados, jugando como siempre. No querían separarse de su papá en ningún momento.

—Vayan a jugar fuera, por favor. Después de comer jugaré con ustedes, se los prometo. —habló, dejándolo en el suelo. El pequeño se quejó de inmediato al tocar al suelo con sus piecitos. —Nuevo Reino de León, ve a jugar con tus hermanitos. No puedes estar aquí, puedes lastimarte, corazón.

El Nuevo Reino de León, en la actualidad conocido como solo Nuevo León, era la pequeña provincia aferrada a su padre. Disfrutaba de querer ayudarlo en ocasiones, de colgarse de su brazo o querer escalar a su padre para intentar ser cargado. Comenzando a sollozar, respirando agitado con un puchero, aferrado a la camisa de su padre.

México suspiró, agachandose para cargarlo en sus brazos. El pequeño rió, acomodándose en su papá para ir cerrando sus ojos. Siguió cocinando con él en sus brazos, teniendo cuidado de no despertarlo. Escuchando los sonidos que el pequeño hacía en sus sueños en todo momento.

En la actualidad, Nuevo León seguía siendo lo mismo. México no podía solo ignorar el hecho de que su hijo sea bastante alto, sin embargo; si podía cargarlo, la cosa era que no quería hacerlo debido a que se cansaba. Nuevo León era casi igual de alto que él, así que era complicado tenerlo tanto tiempo. Le daba pena no poder cargar a su pequeño como antes.

—No, mi vida, sabes que no puedo cargarte. Ya no eres un niño pequeño. No puedo además, eres muy grande ya. —admitió con una sonrisa. Tal vez Nuevo León no podía, pero los otros sí, así que solo se colaban entre los brazos de su padre y se mantenían así hasta dormirse.

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