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México estaba en llamada, de vez en cuando desviando la mirada de sus hijos que jugaban fuera en la piscina como todas las tardes

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México estaba en llamada, de vez en cuando desviando la mirada de sus hijos que jugaban fuera en la piscina como todas las tardes. Escuchaba todo desde dentro de la casa, así que no se preocupaba si no miraba por unos segundos para enfocarse en su llamada con Estados Unidos. Era un tema algo serio debido a las reglas que se le había puesto a México por el tema de sus hijos perdidos. México había pedido más de dos días con ellos, y estaba en trámites para permitir la visita por una semana cada mes.

—¡Papá! —escuchó desde fuera. Miró y era Puebla quien parecía que quería decirle algo. México se despidió del estadounidense para poder prestarle atención a su hijo.

—¿Qué pasó, mi amor? —preguntó, abriendo la puerta que daba al jardín para escucharlo.

—¡Mire, mire!, ¡Mire lo que puedo hacer!, ¡Mire! —avisó emocionado, corriendo hacia la piscina y volteando para asegurarse de que su padre estaba viéndolo.

A los estados les gustaba enseñarle a México lo que podían hacer; trucos, bailes repentinos delante de él, pararse de manos, o solo pasar frente a él hasta que les pregunté que necesita.

México solo reía, aplaudiendo las acciones de sus pequeños como siempre. Sabía que eso los hacía felices y verlos sonreír por algo tan simple como rodar en el suelo le hacía feliz también a él.

—Solo ten cuidado, mi corazón, no quiero que te lastimes. —México advirtió antes de que Puebla se tire al agua como si nada. Al hacerlo, México le aplaudió la valentía a su hijo con una sonrisa, haciendo reir a Puebla. —¡Muy bien, mi amor!

México se quedaba en una de las mesas de jardín siguiendo con el trabajo que tenía que entregar en una semana, vigilando también que los estados no se lastimen. Los escuchaba jugar en todo momento así que no le preocupaba. En ocasiones los estados se acercaban para descansar o pedir entrar para tomar agua. México les traía sus toallitas y los dejaba estar a su lado.

—Pongase zapatitos antes de entrar, no quiero que se resbalen o ensucien el suelo. —les pidió a los que iban a entrar por algo de comer.

Luego de un día de juego y comer, era hora de la siesta. Los estados solían dormir por media hora antes de levantarse a seguir con sus trabajos, así que no había problema.

𝐇𝐈𝐉𝐎𝐒 ! estados de México.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora