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17 de agosto de 1848

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17 de agosto de 1848

— Ahora estarás mejor conmigo, mi amor. — México decía mientras ayudaba a su estado a bañarse después de aquella pelea que tuvieron, después del desastre, la pelea y las muertes de la gente del estado. Su mirada perdida hacia abajo en el agua, las lágrimas que seguían saliendo de sus ojos, resbalando por sus mejillas.

El agua que iba tornando de un color rojizo suave por las heridas que tenía. Eso no era lo que Yucatán quería, pero no pudo hacer nada más que aceptar la ayuda de su padre y como agradecimiento de aquello, volver a él definitivamente.
No lo quería, tenía miedo, pánico, sentía que una parte de él se le había sido arrancada.

— Ya no hay razones por las cuales huir, Yucatán. No puedes mantenerte tu solito, corazón, debes de aprender a comportarte. — le decía en voz baja y suave, pasando el agua por su espalda. — Me duele más a mi que a tí, mi amor.

Yucatán no respondía. No quería hablar, no iba a hacerlo, más que nada porque ya le dolía la garganta y sentía que se le desgarraba si lo hacía.

— ¿Entiendes lo que trato de decirte, mi cielo? Solo quiero que estés bien. — le agarró de las mejillas, haciendo que lo miré. Le sonrió suave, quitando las lágrimas de sus mejillas. — entiende que lo hago porque te quiero.

El amor de un padre a un hijo no debía de ser violento, ¿Entonces porque México lo golpeaba cuando solo quería ser libre de él? ¿Qué clase de trauma le había dejado el abandono de Texas?

— Te quiero, mi amor. A mí manera, obvio, pero te quiero mucho, eres mi hijo y no habrá manera que cambies eso. — dijo, seguro de sus palabras. — no vuelvas a ocasionerme problemas, corazón, de esa forma evitas que papá se moleste contigo.

México terminó con el baño, agarrando a su estado entre sus brazos con una toalla suave, rodeándole con la misma y yendo hasta la habitación donde ya le tenía algo de ropa. Yucatán no tenía ningún tipo de fuerza fisica ni mental para siquiera vestirse, por lo que México tuvo que hacerlo, tal cual como un bebé.

Al finalizar, solo se sentó en una mecedora con Yucatán cubierto en una sábana, abrazándolo y manteniendolo en sus brazos como a un pequeño bebé, esconciendolo en su pecho para tratar de que duerma y se sienta mejor. Yucatán nunca cerró los ojos, mantenía su rostro sin expresión alguna... Aunque las lágrimas que salían daban a entender todo.

El suave movimiento de la silla, México hablándole en voz baja mientras le daba palmaditas sobre la sábana y le sacaba el cabello de su rostro ya limpio.

— Recuerda que papá te quiere mucho, corazón. Lamento mucho hacerte pasar por todo eso, pero no tuve de otra, mi niño, ¿Qué querías que haga si veo que mi propio hijo se está revelando y tratando de abandonar la casita? ¿Mmh?






Décadas después, cuando México estaba en proceso de cambio para bien, seguía teniendo peleas con Yucatán.

— ¡Porque soy tu padre, Yucatán! ¡Harás lo que yo te digo cuando te lo diga! — exclamó México ya harto de la terquedad de su hijo. — ¡¿Qué quieres lograr peleando conmigo, Yucatán?! ¡Ya te dije que no irás a ver a ese tipo!

— ¡¿Por qué no?! ¡No me has dado ninguna explicación! ¡Solo me dices que no! ¡Hago todo lo que me dices!

— ¡Yucatán! — lo miró. — Creo que ya hemos hablado sobre hablarme de esa manera. Soy tu padre y a mi me tratas de "usted"

La peleas eran constantes por cualquier cosa, lo que llevó a México a simplemente pasar de los gritos. Estaba tratando de ser un mejor padre e irse disculpando con todos sus hijos, pero parecía que iba a ser un largo camino hasta el perdón de sus estados.

𝐇𝐈𝐉𝐎𝐒 ! estados de México.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora