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México era de llevar a sus pequeños a la playa cada cierto tiempo para que se distraigan de sus trabajos y demás, por lo que los llevaba a una playa diferente en una sección privada para que no haya otra gente por ahí viéndolos

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México era de llevar a sus pequeños a la playa cada cierto tiempo para que se distraigan de sus trabajos y demás, por lo que los llevaba a una playa diferente en una sección privada para que no haya otra gente por ahí viéndolos. No quería que se pusieran incómodos, porque sabía cómo era la gente y se les quedaba viendo a sus pequeños sin ningún tipo de discreción.

Le molestaba también que los miren de esa forma tan pervertida. A los estados no les importaba en lo absoluto, estaban acostumbrados y aprendieron a solo ignorarlo, no solo eso pero los ahuyentaban al insultarlos. Eran sus días de descanso, merecían estar en paz.

—Puebla, mi vida, ¿Qué estás haciendo, corazón? —México preguntó al ver que el poblano se sentó en la arena con sus cubetitas llenas de arena y agua en la otra.

—¡Castillo de arena! —dijo emocionado y una gran sonrisa, haciendo su construcción felizmente. México sonrió, acariciandole suavemente el cabello para después dejarlo construir.

Otros estados jugaban en el mar a perseguirse o en la arena Incluso. Nada les importaba en ese momento más que divertirse entre ellos, olvidándose así de las enemistades que tenían. A México le gustaba ver cómo sus pequeños jugaban como si nada, sin miedo ni ninguna preocupación.

Había dejado a Argentina con sus provincias ya que quería que esos días solo fueran de sus hijos con él, nadie más que ellos.

—¡Michoacán! —llamó en voz alta a su hijo. —¡No, mi amor! Suelta a Jalisco, corazón, lo estás lastimando, mi cielo.

Michoacán hizo caso, soltando y empujando a Jalisco para salir corriendo de ahí entre risas y detrás de él venía su hermano jalisciense molesto para hacerle lo mismo de la misma manera. Solo estaban jugando.

Pronto algunos estados se acercaron para pedirle agua a su padre, quien les dió sus botellitas para que tomaran. De paso se quedaron a un lado de su papá para platicar con él sobre cualquier cosa y también decirle que tenían hambre, que tenían sueño también.

Su otro viaje fue hasta el territorio de Yucatán dónde México los llevó a uno de los cenotes más grandes que había en el territorio yucateco, ahí mismo les dieron todo el día exclusivamente para ellos, sin turistas ni nadie más que México y sus estados.

—¡No sé tiren de ahí, es peligroso! —México los regañó cuando los vio arriba de una piedra a punto de tirarse al agua. —¡No! ¡No lo hagan! ¡Bajen de ahí, ahora mismo!

Negaron. México suspiró profundo, no queriendo que se terminen lastimando de alguna manera o que se resbalen. Era extremadamente peligroso, pero no escucharon y lo hicieron de todas maneras.

Parecía que estresaban a su padre a propósito.

Yucatán por lo tanto cuidaba de Campeche y Quintana Roo para que no hagan lo mismo, los mantenía cerca para cuidar de que no se lastimen con nada. Los otros estados solo se divertían por ahí entre todos.

Por lo menos estaban felices.

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