CAPITULO XXI

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Rose buscaba ansiosa en mi armario un vestido, que según ella, dejaría sin aliento al Duque, mientras yo me relajaba en la tina cubierta de fragantes pétalos de rosa.
-Este es el adecuado- dijo sacando un vestido en terciopelo azul y encajes en el corset, con mangas cortas y un hermoso escote corazón, era simple, elegante y seductor.
- Con él se verá como una princesa, le haré un peinado recogido, con la tiara de diamantes se vera espléndida- dijo Rose entusiasmada
Confiaba en la elección de Rose, jamás se equivocaba y cuando me vi en el espejo, mientras me ponía unos guantes en el mismo tono, me asombré del increíble trabajo que hizo conmigo, en verdad me sentía como una princesa. Cuando mamá entró en mi cuarto, portando un conjunto de joyas con piedras muy brillantes, se quedó sin habla y luego,
-¡Helena! Pareces una princesa, estas.. preciosa, lo dejaras sin palabras cuando te vea.- dijo mi madre emocionada.
-¿Tu crees que es apropiado?
-¡Claro! Ese color va perfecto con tu color de cabello, resalta tu tez de una forma excepcional y se enmarca perfectamente a tu figura, haz hecho un gran trabajo Rose.- la felicitó por su trabajo.

Cuando baje, para irnos mis mayores admiradores estaban esperando, mi padre y mis hermanos.

-¡Estas bellísima, hermanita! -Dijo Simon, mientras me ofrecia su brazo para salir -

Seguramente el Duque estará encantado contigo- me susurro mientras subía al coche.

Cuando llegamos a la mansión, Lady Amalia, nos recibió calurosamente y al verme no pudo evitar llenarme de halagos
-¡Mi niña! ¡Estás...maravillosa! - se acercó para agregar- Mi hijo caerá rendido ante tanta belleza, eres una mujer bellísima.

Sonreí, agradeciéndole el cumplido, cuando lo vi bajar las escaleras, con todo ese porte de elegancia, en ese atuendo se veía más alto, destacando cada músculo de su cuerpo, saludo a mis padres y hermanos, mientras Lady Amalia me llevaba hacia la sala, aunque mi atención continuaba puesta en él
-Acompáñame- dijo Lady Amalia- No le demuestres tanto tu interés, a veces debemos hacernos desear, créeme, es mi hijo y lo conozco bien- dijo sonriendo, su complicidad para conmigo me sonrojó, pero es que era imposible no admirar la belleza de ese hombre.
-¡Helena!- me dijo y giré, para corresponder a su saludo, trataba de no hacer evidente mi nerviosismo por su presencia, extendí mi mano, la tomó y la besó muy sugestivamente, sentía un cosquilleo en el cuerpo y mi corazón se aceleraba cuando estaba cerca de mi, luego se dirigió a mi padre para pedirle que lo acompañara a su estudio y se encerraron por un buen rato. Mientras el resto compartíamos una agradable charla, mi vista se posaba de vez en cuando en la puerta que continuaba cerrada, al parecer nadie excepto yo, había notado la ausencia de ambos, ya que ninguno lo mencionó.
Rudolph se presentó para anunciar que podíamos pasar al comedor.
-Gracias Rudolph, en cuanto William y el Conde, concluyan su reunión y se nos unan le avisaré para que comiencen a servir.
-Quedo a sus ordenes-dijo con una reverencia y se retiro.
Luego de unos minutos mi padre salió con una expresión de que la conversación había sido provechosa acercándose a mi madre, para susurrarle algo que la sorprendió y alegro, mientras William se acercó a mí con sus manos en la espalda, como si escondiera algo, enseguida las retiro para hacerme entrega de lo que era una caja de terciopelo azul.
-Con perdón de los presentes, me tomé la libertad de escoger un obsequio, el cual lo elegí pensando especialmente en usted Señorita, me pareció que se le vería maravilloso.
-¿Para mi? Le agradezco pero no tenía porque- al abrirlo mi sorpresa fue enorme, era un conjunto finísimo con brillantes y un gran zafiro en forma de corazón en el centro, él me observaba con una tierna sonrisa y sus ojos destellaban, al ver mi expresión. - discúlpeme pero la ocasión lo amerita- dijo él.
Una vez que ya habíamos degustado una exquisita comida, disfrutado de una animada conversación y el constante intercambio de miradas entre William y yo, nos invitaron pasar a la sala, allí continuabamos con la maravillosa velada, aunque nuestros anfitriones prometían un evento muy importante para compartir.
Me acomodé en un sillón, junto a Sophie, la esposa de Thomas, con quien teníamos una charla muy amena, cuando vi que William cruzó el salón, en busca de mi persona.
-Lady Sophie, me permite robarle por un minuto a su hermosa compañía- me ofreció su mano y me guió hasta la chimenea dejándome frente a él, se veía tan elegante, su rostro estaba tan limpio, sin el incipiente bello que acostumbraba a llevar, esta noche se había esmerado en arreglarse, más de lo habitual y yo estaba fascinada con todo su ser, hasta que pidió la atención de los presentes y me sacó de mi momento de ensoñación.
-Por favor, les voy a robar un momento- dijo, se paró frente a mi, se inclino y de su bolsillo sacó algo y con sus hermosos ojos de mar, busco mi mirada, enseñando lo que era una cajita de terciopelo rojo -Helena, se que quizás esto te sorprenda, pero... necesito saber ... ¿si deseas hacerme el hombre más feliz y aceptas ser mi esposa, mi Duquesa?- mis manos se posaron en mis labios, mis ojos estaban a punto de liberar, aquellas lágrimas de emoción que los nublaban, mi cuerpo temblaba y noté que todos e incluso él estaban en silencio observando mi reacción, esperando ansiosos una respuesta, entonces extendí mi mano y desde mis labios salió un suave y emocionado -si, acepto-
En ese instante, todos se emocionaron y comenzaron a aplaudir, mientras él deslizaba por mi dedo un hermoso anillo con un rubí en el centro rodeado por pequeñas piedras brillantes, nuestras miradas se cruzaron llenas de emoción y en un gesto sumamente tierno, tomó mis manos y las beso- en verdad, me has hecho el hombre más feliz del mundo, te amo Helena- sus últimas palabras eran solo para que yo las oyera y las guardara en mi, como un tesoro.
Todavía no podía creer, que esto me estaba pasando a mi, éste apuesto hombre que habitaba mis sueños, despertaba mis deseos más prohibidos, acababa de pedirme que sea su esposa, compartir su vida junto a la mía, lo observaba y en su rostro veía un brillo especial mientras recibía las felicitaciones de mi numerosa familia, Lady Amalia se acercó y me estrecho cariñosamente en sus brazos.
-¡Mi niña! ¡Estoy tan feliz de que seas tú! ¡Sólo míralo, hace mucho tiempo no lo veía tan feliz! ¡Gracias!- se volteó llamando a su mayordomo, el cual por primera vez tenía en su rostro una expresión de alegría.
-¡Rudolph! ¡Trae la mejor botella que tengamos, su Excelencia, por fin, encontró a su Duquesa!
-Tendrás que disculpar a mi madre, ella estaba conteniéndose, desde que se lo dije. - dijo William acercándose a mi.
-¿Entonces?...¿Cuando lo decidiste?
-Aquel día, mientras estabas en mis brazos bajo el árbol, pero tuve que dejarte ir, en ese momento supe que no quería estar lejos de ti, quería poder tenerte en mis brazos, de esa manera, cada día de mi vida, sin importar quien pudiera verme.
-¿Porque no me lo dijiste? ¿Y si te hubiera rechazado?
-Mi amor, la manera en que reaccionas a cada caricia, cada beso....
-Shhh, podrían oírte, y eso haría que mi madre quisiera adelantar la boda.
-¡Entonces, que me oigan!- dijo con una sonrisa- Si con eso logro tenerte solo para mi, lo antes posible.

LA SOMBRA DE UN AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora