El plan de Ross.

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Apenas Ross cortó el celular me enoje muchísimo. Debido a la forma prepotente en la que me había tratado, había sido muy grosero y quería que saliera a estas horas sólo por mi maleta. Pero... mañana es el cumpleaños de papá. Y en la maleta está su regalo. ¡Oh, no!

—Sólo por está vez ganas Lynch. Después de todo... te veré hoy y después seremos dos completos desconocidos de nuevo.

Suspirando salí de mi habitación. Me subí a una micro en la cual fui todo el camino sentada, aunque con un terrible humor. Claro que... el camino fue bastante largo, lo que no ayudó en lo absoluto a mí humor.

(*)

—¿Va a pagar o quiere que llame a la policía? —preguntó la mesera mirándome. 

—Alguien vendrá pronto. Sólo tenga paciencia.

Saqué mi celular y marqué el número de mi mamá. Estaba desesperado y... en momentos desesperados tienes que hacer cosas aún más desesoeradas.

—¡Ross! Hijo...

—Mamá. Volveré a casa está noche.

—¡Qué bueno hijo! Teníamos muchas ganas de verte.

—Sí, sí. Qué bueno. Sólo tengan lista mi habitación.

(*)

Cuando llegué al patio de comidas que Ross había mencionado, vi a muchos guardias junto a un chico. Una mesera de cabello rojo estaba retando a un chico rubio, en una de esas le dijo "Ross". ¡Cada vez me caía mejor ese chico!

—¡Ross! —me acerqué y lo saludé. 

—¿Quién eres? —preguntó mirándome. 

—Laura. Tú tienes mi maleta y yo tengo tú maleta.

—Ella pagará la cuenta —Ross se levantó y se fue.

—¡Oye! —lo llamé pero los guardias no me dejaron pasar.

—Él la estaba esperando para que usted pague. Así que pague.

—Pero yo...

—Pague —repitieron.

—¿Cuánto es? —dije sacando mi billetera.

—$28.560

—¡¿Qué?!

(*)

Había llegado al estacionamiento, ya había encontrado mi auto, pero alguien me gritó y me dí la vuelta algo mareado.

—¡Quiero mi maleta!

—No grites. Me duele la cabeza.

—¡Estás ebrio! —lo olí y al verlo fijamente, me dí cuenta que era el chico del avión. Se notaba que estaba acostumbrado a beber.

—Tú maleta está en mi casa. Si la quieres debes ir a buscarla y en éste estado no puedo conducir. Así que... —le tire las llaves.

(*)

—¡¿Qué?!

—¿Eres tonta? Quiero que tú manejes.

—Pero yo...

—¡Sólo hazlo!

Ambos subimos al auto, yo en el asiento del piloto y él en el asiento del co-piloto.

—Ve a mi casa. Con cuidado.

—¿Dónde vives? 

—Yo te lo indicaré.

(*)

Estaba sentado en un café. Hasta que mi jefe llegó.

—¿Traes buenas noticias? 

—No. Sólo traje tu cheque, la empresa murió. Lo mejor será que busques algo nuevo.

—Pero... estoy viejo. Ne quedaré sin dinero, quizás ¿cuánto tardaré en encontrar otro empleo?

—Lo siento. No puedo ayudarte más. Adiós. 

—Estoy perdido...

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