Capítulo 7: El Cabo

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***Serena***

—¡Lawrence!

—¿Maestro por qué estás gritando? —Qué pasa con este hombre que grita como loco, por casualidad quiere dejarme sorda, que odio.

—No gritaría si una señorita se dignara prestar atención a mi clase.

—Estoy atenta a todo lo que ha dicho el Maestro, y mis compañeros me miran con curiosidad porque se nota que no estoy muy atento en la clase de Comercio Internacional.

— ¡Ah sí! ¿Entonces dime lo que estaba hablando?

—Estabas hablando de quejas y soluciones de los clientes... Los clientes que se quejan siguen hablando con nosotros, dándonos la oportunidad de hacerlos felices nuevamente, y que los clientes satisfechos hablan de su satisfacción con algunos amigos y los clientes insatisfechos transmiten su insatisfacción a decenas. —Escucho balbuceo en el salón de clases entre mis compañeros.

—Muy bien Lawrence, pero quiero que me mires cuando hablo. —Asiento con la cabeza porque no sé qué pasa con este Maestro, si no fuera por el hecho de que me gusta esta clase, a estas alturas mandaría a este tipo a la mierda.

No puedo dejar de pensar en Sam, lo que pasó en el club entre nosotros fue increíble, escuchar de su boca con esa voz ronca que le gusto no tiene precio, sus besos con sabor a whisky y menta, sus manos acariciando mi cuerpo hasta toca mis bragas, uy, definitivamente este hombre es un manjar, y pensar que él condenándote quería evitar asumir este sentimiento que nos estaba matando. No sé por qué los hombres son tan tercos, algo tan fácil y los hijos de puta lo convierten en un espectáculo de circo, y luego dicen que las mujeres somos tercas y complicadas. Hace dos días que no nos vemos y durante ese tiempo solo hemos hablado por celular, escuchar su voz ronca me excita, o mejor dicho, pensar en Sam es motivo para ponerme caliente y hacer mi amiguita que está abajo bailar rumba.

—Tierra llamando Serena, tierra llamando Serena.

—¿Beatrice qué pasó?

—¡Qué pasó! —Exclama Beatrice—. Mírate con esa cara que comiste y te gustó y luego tendrás la respuesta.

—Déjame soñar despierta. ¿O es un pecado?

—Con tu hombre hasta yo cometería ese pecado. UFF está buenísimo el hijo de su madre.

—Beatrice no te metas conmigo. —Digo eso y le pellizco los brazos y ambas nos reímos.

— ¡Lawrence! ¡Mancini! ¿Qué fue ahora?

Me apresuro a comentar porque no quiero problemas con el Maestro. —Nada Maestro, absolutamente nada.

*********

—Finalmente, terminó la clase, estaba a punto de estallar porque no tengo ánimos para aguantar a este profesor gruñón. Creo que se está perdiendo algunas buenas sesiones de sexo porque el hombre siempre está gruñón.

—James, no todos tienen la polla caliente como tú. ¿Ahora ven y dime con quién estabas y qué estabas haciendo cuando desapareciste del club? Y habla de una vez porque me muero de curiosidad.

—Yo también James. —Agrega Beatrice.

— ¿Alguna vez has oído que la curiosidad mató al gato?

—James, no me vengas con tonterías y habla de inmediato, de lo contrario, Beatrice y yo no te diremos nada de lo que sucedió en tu ausencia. ¿Quieres saber o no? —Digo levantando las cejas con una cara burlona.

—Un momento, ¿Vosotras también habéis tenido una noche más, qué excitante? —Nos quedamos en silencio sin contestar nada—. Por vuestras caras y por ese silencio supongo que sí. ¿De qué me perdí?

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