Epílogo

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***Serena***

Soy Serena Marie Lawrence Dalton, una mujer de personalidad fuerte y determinada que siempre supo lo que quería. Me casé a los 20 años con Samuel Henrique Dalton, el hombre del que siempre estuve enamorada desde la infancia, y ahora somos padres del baby George. Nuestro adorado y querido hijo. Hoy tengo una vida perfecta a mi manera, porque el único ser perfecto es Dios. Pero no siempre mi vida fue así.

A los 5 años perdí a mi madre y a mi hermano menor en un accidente automovilístico del cual fui la única sobreviviente. Desde ese día fatídico, la vida nunca volvió a ser la misma. El recuerdo de mi madre y mi hermano menor siempre estuvo conmigo, como una sombra constante que nunca desapareció. Era demasiado joven para entender completamente lo que sucedió, pero sabía que algo estaba terriblemente mal. Mi vida cambió drásticamente y tuve que aprender a vivir sin su presencia. Y como si eso no fuera suficiente, mi padre me culpó por el accidente y me abandonó en un internado como castigo por la muerte de ellos.

Me arrojó a las llamas sin pensarlo dos veces, haciéndome sentir como un desecho humano. Los primeros meses fueron los más difíciles. Me sentía sola y perdida, sin nadie para consolarme o entender mi dolor. Extrañaba mucho mi hogar y a mi Nana, sabía que no podría tener a mi madre y a George de nuevo, anhelaba tener a mi padre de regreso. La tristeza me consumió y acabé cayendo en depresión, también deseando morir para no tener que sufrir más y así poder estar nuevamente con mi madre y George.

Me puse muy enferma debido a la tristeza y por esa razón, la Madre Superiora llamó al Tío Robert y a la Tía Vivian para que cuidaran de mí porque solo quería a mi madre. La enfermedad y la tristeza parecían haberse convertido en mis únicas compañías. A pesar de los esfuerzos del Tío Robert y de Tía Vivian, no podían llenar el vacío dejado por mi familia. Tía Vivian lloraba noche tras noche, temiendo que pudiera seguir el mismo destino que mi madre y George. Me pedía que fuera la niña alegre que solía ser, pero no podía. La alegría parecía haber sido robada de mí.

Sam, William y Lara hacían todo lo posible para animarme. Me traían flores, contaban historias divertidas e incluso intentaban enseñarme a jugar al ajedrez. Pero nada de eso lograba sacar una sonrisa de mi rostro. Mi corazón estaba roto y solo quería a mi familia de vuelta.

Extrañaba las travesuras con George, las palabras cariñosas de mi madre y la seguridad que mi padre me proporcionaba. Quería poder decirle que era mi héroe favorito, que siempre estaríamos juntos. Pero ya no estaba aquí y me sentía completamente perdida.

Entonces, en un día frío de invierno, algo inesperado sucedió. Llegó una carta para mí. Era de mi padre, o al menos eso pensaba. En la carta decía que sentía mucho mi ausencia y que rezaba por mí todos los días. Dijo que sabía cuánto estaba sufriendo y que, si pudiera, estaría a mi lado.

Esa carta fue como un rayo de sol en medio de la tormenta. Por un momento, sentí como si mi padre estuviera conmigo, abrazándome con sus palabras cariñosas. Esa carta me dio un poco de esperanza y fuerza para seguir luchando, hasta que descubrí que no era más que una mentira ideada por Tía Vivian para tratar de sacarme del estado de tristeza en el que me encontraba sumergida. Pero con el tiempo, decidí que ya era hora de empezar a adaptarme a la nueva realidad. Aprendí a ser fuerte, a ser resiliente. Aprendí que la vida puede ser cruel, pero también puede superarse.

Con el apoyo y el amor del Tío Robert, Tía Vivian, Sam, William y Lara, comencé a recuperarme poco a poco. Cada día era una batalla, pero estaba dispuesta a luchar. Porque sabía que, estuvieran donde estuvieran, mi madre y mi hermano estarían felices por mí.

Durante el día, me dedicaba diligentemente a mis estudios. Quería ser alguien en la vida, quería demostrarle a mi padre y a mí misma que yo no era culpable de lo que sucedió. Por las noches, lloraba en silencio, anhelando el amor de mi madre y la risa de mi hermano menor.

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