XXXVII

1.3K 177 67
                                    

Ambos se encontraban lado a lado sobre el colchón del mayor. Las cortinas color negro brillaban con la luz resplandeciente de la luna. La cama bajo su cuerpo nunca había sido tan cómoda como lo era en ese momento. La calidez se expandía dentro de él con el pasar de cada segundo y era gracias al cuerpo a su lado.

-Te toca- le escuchó decir al pelinegro.

Trató de pensar en algo que no hubiese dicho ya, pero las cosas superficiales se habían acabado y únicamente quedaban los secretos profundos. Aquellos momentos que había decidido olvidar y así evitar que le siguiesen atormentando.

Dejó que su vista vagara en el techo por un tiempo, quizá, tratando de tomar fuerza y abrir aquel baúl que había permanecido cerrado con llave algunos años.

-Cuando era pequeño, mi madre me encontró con su pintalabios celeste en las manos. La mujer pensó que quería usarlo y me golpeó. Desde ese momento, ella piensa que soy gay, y se encargó de recordarme lo anormal y afeminado que era cada día de mi vida.

Pasaron unos minutos en completo silencio y el menor llegó a pensar que la persona a su lado se había quedado dormido.

-No sabía que era posible odiar tanto a una mujer que no conozco- le escuchó murmurar.

-Nunca quise usar el pintalabios, simplemente era brillante y el color era distinto a todos los demás. Tenía quizá seis años y un niño es curioso a esa edad. Yo lo era.

Después de unos segundos, comenzó a reír suavemente, ganando la atención del mayor.

- ¿Qué?

-Si tenía razón en algo, me gustan los chicos.

El mayor frunció el ceño y una mueca tiró de sus labios, apartó la vista y comenzó a reír por lo bajo.

Gun se detuvo y escuchó atentamente cada sonido que salía del cuerpo del estudiante, aun se sorprendía de lo melodioso que sonaba. Como cantante, siempre estaría atraído por los sonidos rítmicos, tranquilos y hermosos.

-Me gusta escucharte reír.

El mayor se quedó en silencio y giró su cabeza para que sus miradas se encontraran.

-Créeme que eso es en lo único que tu mamá tuvo razón. Cualquier otra cosa que haya dicho, es mentira y lo sabes.

Los ojos del menor se humedecieron y asintió con una pequeña sonrisa, no era muy perceptible, pero estaba presente. No iba a derramar una sola lágrima, al menos no por esa mujer.

-Ok, te toca.

La mirada del pelinegro no se movió ni un centímetro. Esos orbes oscuros lo miraban con suma confianza y devoción. Como si le estuviese confiando su vida.

-Cuando tenía ocho años participé en la feria científica de mi escuela. Fue un evento enorme e invitaron a diferentes escuelas para competir. Llegué a las finales.

Gun asintió, invitando al mayor para que siguiera con su narración, pues por el tono serio del mayor, sabía que había más.

-Perdí. Me sentía triste y únicamente quería un abrazo de consolación, necesitaba a mi madre, pero ella me miró con enojo y me reprochó de que, si me hubiese esforzado más, habría ganado. No lo niego, pero era un niño y solo quería palabras de aliento, pero esas nunca llegaron. Ese día comprendí que jamás sería suficiente para ellos, hiciera lo que hiciera.

-Eres suficiente para mí.

Tinnaphob le sonrió y acarició su mejilla con suavidad -Pensé que, que me ibas a dejar. Creí que había hecho algo mal y estaba listo para caer de rodillas y rogarte que te quedaras conmigo.

Mío, Tuyo, Nuestro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora