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Como lo habían hablado, ese fin de semana Tinnaphob recibió al cantante en su apartamento de cinco estrellas.

Gun sintió escalofríos al pasar por el umbral de la puerta, pues aquel lugar en donde había sucedido...aquello, resultó ser la casa de Tinnaphob.

Todo parecía igual, las ventanas seguían cubiertas por cortinas negras y la cama... bueno, no podía verla, pero era casi seguro que seguía de la misma forma. Con sábanas color rojo pasión.

Jaló su maleta a lo largo del pasillo, siguiendo ciegamente la espalda del estudiante frente a él. Antes, no se había molestado en observar las fotografías colgadas en las paredes, por obvias razones.

Aquel día, sólo deseaba correr y enterrar su cabeza en la arena.

En las fotografías, podía apreciar a Tinnaphob con dos adultos a su lado, los cuales dedujo, eran los padres del mayor. También habían fotos de jóvenes que podrían tener más o menos su edad, una chica y un chico.

Espera, conocía al tipo. Era Mark. Jamás podría confundir esa dulce sonrisa, tan contraria a la línea recta en el rostro de Tinnaphob.

Vaya, debieron ser grandes amigos como para que el mayor tenga su foto colgada en las paredes de su corredor. Lo cual, le resultaba nuevamente extraño.

Mark y Tinnaphob rara vez estaban juntos y casi nunca se dirigían la palabra.

Llegaron al final del pasillo y el pelinegro le indicó con la mano, que entrara a la habitación que estaba frente a ellos. Gun lo hizo.

Era una bella recámara con cortinas color turquesa y sábanas grises. Había una librera, un pequeño sofá puff y dos mesitas de noche, una a cada lado de la cama.

También, había una alfombra de felpa en el medio de la habitación, se miraba tan suave que Gun solamente quería correr y acostarse sobre ella.

Nota mental, aquí si puedes dormir en el suelo.

-Espero que te agrade, si necesitas que cambie algo, puedes avisarme y lo haré lo más pronto posible.

-Es perfecta así, gracias.

Caminó para apoyar su maleta sobre la cama y comenzó a desempacar la ropa que venía adentro de la misma.

Camisas, pantalones, ropa interior...

No tenía mucho de cualquier forma, así que mudarse no había sido para nada difícil. No podía dejar de ver a su alrededor, tanto lujo y tanta limpieza, él jamás en su vida había tenido una habitación así.

Era espaciosa y los colores eran preciosos. Cada detalle era magnífico y se sintió por un instante, como si fuese alguien totalmente diferente.

Un chico normal que había viajado y se estaba hospedando en un hotel cinco estrellas. Un joven que se había ido de gira con su banda y siempre estaba rodeado de cosas caras.

Oh, que lindo era imaginarse tales cosas.

En cambio, regresando a su realidad. Era un chico prácticamente huérfano, desnutrido y en cinta. Sus sueños se habían atrasado un año aproximadamente, si no es que más y eso le hacía sentirse miserable.

-¿Estás bien?

Dio un pequeño salto en su lugar al escuchar la grave voz del pelinegro, ¿No se había ido ya?

-Si, estoy bien.

-Muy bien, estaré en mi habitación. Estás en tu casa.

Esta vez, los pasos alejándose le indicaron que el estudiante ya había abandonado por completo su nueva habitación. Siguió desempacando por un rato, mientras tarareaba una suave melodía. Hasta que su estómago rugió.

Tenía hambre.

¿A qué hora había sido su última comida?, Quizás tan sólo media hora antes de que Tinnaphob llegase a recogerlo.

Se escabulló hasta la cocina, caminando sigilosamente, apoyándose en los dedos de sus pies buscando el refrigerador.

Carajo

Era como cuatro veces más grande que el suyo. Abrió la puerta de abajo y se le hizo agua la boca al ver la cantidad de comida.

Nunca antes había visto tanta comida junta, era igual a ver un supermercado entero dentro de una caja fría y rectangular.

Había tres tipos de jamón, verduras, frutas de todos los colores, crema, carne, chorizo, oh, y la lista podría seguir. Era como si hubiese habido una guerra de pintura allí adentro. Miles de colores combinados.

Lucía delicioso.

Estiró su mano para agarrar una ciruela, pero rápidamente la regresó a su espacio personal, ¿Debía preguntar antes de agarrar algo?, Esa no era su comida después de todo.

No, Tinnaphob dijo que se sintiera como en casa y en su casa, él tomaría la comida que quisiera, que obviamente, sería un sándwich, pero ese no era el punto.

Respiró profundamente y volvió a acercar su mano tan despacio que parecía que estaba moviéndose en cámara lenta. Mierda, podía sentir incluso sudor formándose sobre su frente.

-¿Qué estás haciendo?

Dio otro pequeño salto, pero eso le obligó a poner su mano sobre la fruta, la tomó y la acercó a él. Luego, se dio la vuelta.

-Buscaba algo para comer.

-¿En serio?, Más parecía como si estuvieses desarmando una bomba. Podía sentir la tensión más grande en mi vida con sólo verte.

El pequeño frunció el ceño ante lo facialmente plano que podía llegar a ser el sujeto frente a él. No mostraba nada, había cero emociones en su rostro.

Su mirada se había fijado en la suya y por alguna razón, lo hacía sentir incómodo. Sus orbes cada vez eran más oscuros o quizás simplemente se lo estaba imaginando.

-Yo, jamás había visto tanta comida en mi vida.

-Eso no clarifica el porque te cuesta tanto tomar una simple ciruela.

-No sabía si debía avisarte que iba...

-Mira, no necesitas pedir permiso o avisarme nada. Todo lo que está adentro del refrigerador y de la alacena, es para ti. Bueno, para ustedes.

El pequeño se quedó muy quieto ante las palabras del mayor. Su voz era neutra, sus facciones no cambiaron en lo más mínimo y aún así, se las arregló para que sonase reconfortante de alguna manera. ¿Cómo era eso posible?

-¿Me escuchaste?

Parpadeó -Si, si lo hice.

-Ok, entonces volveré a mi habitación.

Lo observó alejarse y apretó involuntariamente la fruta dentro de su mano, eso le obligó a volver a la realidad. Llevó la ciruela cerca de su nariz y la olió.

Diablos, el olor era exquisito.

Sabía que era una ciruela porque había visto muchas antes. Sin embargo, nunca las habías probado.

La llevó lentamente a su boca y la mordió, automáticamente sus ojos se agrandaron y un brillo se reflejó en ellos. Era deliciosa.

Sonrió como un niño y se dio la vuelta, de nuevo encarando el refrigerador. Tomó el plato en dónde se encontraban las extrañas frutas moradas.

Caminó rápidamente de regreso a su habitación con una enorme sonrisa en sus labios y cerró la puerta tras él.

Estaba tan contento y sumergido en el nuevo sabor que había llegado a sus papilas gustativas, que no sintió un par de ojos sobre él, observando cada uno de sus movimientos.

Mío, Tuyo, Nuestro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora