Capítulo |39| -¿Qué?-

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"Me haces muy feliz"

Fue lo último que escuché decir a un alegre Thomas, antes de que saliera del aposento. Había pasado la noche entera en vela, solo mirando a sus hijos, verificando que estén bien, y que nada, pero nada le haga falta. Decía que, todo para él eran sus niños. Alegando que quería más así, niños; niños hermosos, sanos y fuertes. Y Stefan, este se había ido aún más temprano. Saliendo del aposento llorando, porque aún no creía que tenía un hijo muy parecido a él, con ese cabello tan rojo que lo caracteriza, también estando la noche entera en vela y diciendo que siempre había estado incompleto, y que solo sus hijos lo hacía sentir lleno, pleno. Y aunque estaba muy feliz, por mis bebés, ¿y cómo no?, todos lo querían, y yo me sentía apartada, como nada. Me sentía... nadie. Era como si fuera invisible, y lo único que pudiese verse eran mis hijos. Algo que me hacía tener un nudo en la garganta...

¿Y qué tenía que hacer yo para que me quieran así... para que me cuiden así?

Pero por fin, después de tener el aposento lleno de muchas personas pude contemplar la soledad de este mismo, recordándome una y otra vez... que no era nadie. Y que siempre estaba sola.

Pero no me sentí tan mal, no.

Solo éramos mis bebés y yo.

Así que mientras ellos dormían, entre al baño, a darme la ducha que realmente me merecía, porque aunque no estaba sucia, me sentía así. El baño aún no estaba limpio, porque antes de yo entrar, había pasado Thomas y Stephan. Así que antes de entrar a bañarme, recogí lo más que pude, no me gustaba ver las cosas sucias o en mal lugar.

Tenía miedo de que por un descuido uno de mis esposos llegué, y encuentre algo en mal puesto, fuera de lugar o lo que sea. Tenía miedo porque sabía lo que se venía, gritos... y golpes.

Y ya yo estaba cansada de esos. De los golpes y de los gritos, pero más del segundo. Solían decir cosas que sencillamente no se iban. Mientras el dolor, las marcas y la sangre al final desaparecían. Las palabras seguían ahí, clavadas en mí. Recordándome todas esas cosas hirientes que en algún momento ellos dijeron.

Así que siempre trataba de mantener todas las cosas, lo más ordenado que yo podía.

Entre a la bañera, sintiendo mis piernas temblar un poco. Recordando que debía de guardar reposo. Pero esas ganas de bañarme que tenía, eran mucho más grandes que yo. Así que en lo más rápido que pude, me bañé. Sintiendo mi cuerpo y mi cabeza limpia, haciéndome sentir bien.

Era curioso... que solo bañarse haga sentir bien a alguien.

Salí del baño, con una toalla en mi cuerpo, y otra en mi cabeza. Quería dormir, ahora que me sentía limpia, sencillamente quería dormir hasta que todo se ponga en su lugar, hasta que yo me sintiera bien.

Pero me espanté al ver aquella figura tan enorme en el aposentó, mirando donde justamente dormían mis pequeños e indefensos bebés, temiendo por ellos. ¿Quién era ese señor?, ¿qué hacía en mi aposento?, ¿qué hacía mirando a los hijos del príncipe?

Sabía que tenía que actuar, hacer algo, si la vida de mis hijos en algún momento peligra, yo sufriera las consecuencias doblemente. Ya que aparte de recibir la furia de todos aquellos que aman a mis bebés me iba arrepentir siempre, por no haber hecho algo, por haber estado ahí con ellos.

Y antes de dar el primer paso, con el corazón latiendo desenfrenado, y con algunas lágrimas ya en mi ojos, frené todo aquello que pensé hacer, al acordarme de algunas cosas;

Me había llegado a la mente aquel señor, de cabello más oscuros que Stefan, con más barba y había sentido su respiración por un segundo en mi cuello. Y sus labios en los míos. Sintiendo como ya algunas lágrimas bajaban por mis mejillas.

El pecado de ser mujer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora