Capítulo |42| -Yo de mi... era ajena.-

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Y muy en el fondo, muy muy, no quería que ella naciera.

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Estaba un poco anonada, todavía mirando su cara de emoción y felicidad.

No paraba de hablar sobre lo contento que esa noticia le había hecho. Que ya era hora de tener una princesa en la familia y que todos iban a estar muy felices. ¿Todos?... ¿Thomas?, ese señor sin duda estaba mal. Ni siquiera yo estaba tan emocionada de tenerla. Estaba aterrada, con miedo. Thomas hizo que le temiera a tener una niña, pero viene esté señor y dice todas esas habladurías.

-¿Usted no está enojado?- susurré despacio, cautelosa. Y sin permiso alguno, levanté la mirada de mi bebé hacia al rey, viendo a esos ojos tan idénticos a los de Thomas, pero sin esa mirada feroz, sin esa pizca de malicia, o de enojo. Eran todo lo contrario, y a mi si me gustaban.

-¿Pero cómo he de estar yo enojado señorita?, ahora estoy ansioso por conocer a esa pequeña. Va a ser la princesa más hermosa y más amada de todos los tiempos. Estoy esperando por saber cómo será, a quién se parecerá; si será rosadita, blanquita, o pálida. O si tendrá mis cabellos rubios, o rojos, o negros como los tuyo. Si tendrá el carácter de Thomas, o el de Stephan, quizás el de su madre. O...,- de un momento a otro ya no escuché más, sentí mis oídos tapados, él estaba feliz, feliz por que yo iba a tener una niña. Mientras yo, me moría lentamente por lo mismo, por llevar una niña en el vientre. Iba a morir, junto con ella, ¿por qué él estaba tan feliz?, ¿por qué le hacía tanta ilusión?,-tengo desde ya que buscar un nombre, un nombre digno de la princesa más hermosa, un nombre perfecto.- volví a escucharlo, cuando sentí dos gotas grandes bajar por mis mejillas. Todo eso que él decía, era mentira, mentira, mentira y mentira, solo eso y nada más.

¿Mi bebé ser amada?

Eso es lo que más deseo.

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La primera vez que sentí a mi bebé moverse, me sentí tan culpable.

Culpable porque nunca me había detenido a acariciar mi barriga, a mi bebé. Muchas veces, bueno... todas las veces, solo me limitaba a dar uno que otros toques, o una que otra pasada de mano. Me daba tanto miedo recordar que llevaba una niña en mi barriga. Que trataba de relacionarme lo menos posible con ella. Y no porque no la quisiese. Sino, porque me dolía tanto lo que nos pasara, que no quería molestarla. No desde antes.

Pero quería hablarle, acariciarle, que sintiera que su madre si la ama, y que si la quería. Pero qué tenía miedo, miedo de su padre.

Estaba últimamente muy sensible, y aunque los síntomas y los malestares los sentía Thomas, no dejaba de sentirme... embarazada.

Cada vez que estaba junto a mis bebés lloraba, pero más con Elijanh, estaba tan... Thomas. ¡E iba a dejar de verle más!

Cada vez que mi bebé me hablaba, —porque si, estaba aprendiendo tantas cosas en tan poco tiempo, con esas personas que venían todos los días y me lo robaban, trayéndolo todo rojo, sudado y lloroso. A mi bebé no le gustaba, pero aún así, tenía que hacerlo, tenía que educarse.— cada vez que lo escuchaba, algo dentro de mi cambia, algo dentro de mi brincaba. ¿Qué iba a ser de mi bebé si se hubiera ido para siempre y solo? ¿Sin mi?

Estaba grande, y caminaba, lo que yo estaba enseñándole desde que pudo pararse bien, ya lo hacía, gritando cuando estaba al pie de la cama y no podía subir, cosa que a Thomas no le gusto para nada. Odia escuchar a sus hijos llorar, por eso tenía la ligera sospecha de que cada vez que uno de ellos lloraba, por eso él se iba. Diciendo que le molestaba, pero que era mi deber y mi responsabilidad mantenerlos en silencio.

El pecado de ser mujer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora