Capítulo 1 (Primera parte)

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El siseo del metal sobre el hielo quebraba el silencio apacible del atardecer y dejaba surcos brillantes en la superficie pulida.

En cada salto, Ealasaid se elevaba entre una nube iridiscente, esquirlas que cambiaban de color con los rayos del amanecer.

En lo que dura el aleteo de una mariposa, la muchacha recorría la Laguna Helada. Una sonrisa desafiante se dibujó en sus labios y se inclinó para dar más velocidad a sus pies. Giró en el aire y cayó con elegancia, deteniéndose junto a la orilla escarchada.

Con las mejillas sonrosadas por el frío y la emoción, la joven retomó su danza sobre el hielo. Cerró los ojos unos instantes, dejándose guiar por su oído como toda una experta en el arte del patinaje. Pero, de repente, algo pasó como una exhalación junto a ella y la desestabilizó, provocando que cayera de culo y el impulso la arrastrara varios metros.

Algo no. Alguien, como pudo comprobar al abrir los ojos.

—Con esa torpeza jamás lograrás igualarme.

Ealasaid se levantó con toda la dignidad que pudo y alzó la barbilla mirando al chico alto y delgado que la observaba con sus ojos oscuros como un día encapotado.

—Ya soy mejor que tú, Jack. Y lo sabes.

Él amplió su sonrisa socarrona y soltó una sonora carcajada a la vez que daba un giro sobre sí mismo con la elegancia de un cisne.

—Eso solo sucede en tus sueños, pequeña Elsa.

La joven echó su corta melena rubia hacia atrás y bufó.

—No me llames así. Tú no tienes derecho a pronunciar ese nombre.

Dio media vuelta y retomó su danza, manteniéndose lejos de él. Pero Jack disfrutaba retándola y ella siempre accedía, con tal de demostrarle que era mejor que él. Ealasaid solo se veía superada por Jack. Jack solo se veía superado por Ealasaid.

Siempre enzarzados en una competición constante.

—¡Elsa! ¡Elsa! —Kai agitaba los brazos desde la orilla, llamando su atención.

La joven se dirigió a él con una sonrisa. El chico de pelo castaño y ojos verdes era su mejor amigo, más bien su hermano. Habían crecido juntos y, al ser hijos únicos a diferencia de los demás niños de su edad, habían forjado un fuerte vínculo.

—Mi abuela ha hecho pastel de kiwi. ¡Tienes que venir a probarlo!

Solo de pensarlo, la boca se les hizo agua a ambos. Ealasaid se sentó en la orilla y se quitó los patines que cambió por sus botas primaverales. Ignorando las palabras burlonas de Jack a modo de despedida, trotó alegre junto a Kai y salieron del frío de la Laguna Helada. A pocos metros estaba la Laguna del Amanecer, de aguas que daban honor a su nombre, cálidas durante todo el año. Al igual que el agua de aquella en la que patinaba era hielo, siempre, impasible con el pasar de los días y con el calor del verano.

—¿Nos vemos en su puerta?

La joven quería pasar por casa a dejar sus patines y dejar la capa corta que solía ponerse sobre los hombros para protegerse del frío que solo se podía sentir en la Laguna Helada. Tan solo el otoño traía consigo unas temperaturas algo más bajas que en verano y primavera, pero apenas hacía falta ropa de abrigo en esa estación. De las tres estaciones, era la que más se acercaba a lo que podían llamar «frío».

—¡No tardes o te quedarás sin pasteles!

Kai salió corriendo en dirección contraria a la de ella, que se dirigió a una hilera de casitas, todas iguales, pero cada una con un cartel dando nombre a la familia que allí vivía.

«Gerda», rezaba el que pertenecía a su hogar.

Cuando abrió la puerta principal llegó hasta ella un agradable aroma a incienso de flores. Encontró a su madre tejiendo lo que sería un nuevo encargo. Era una gran tejedora, siempre hacía vestidos preciosos que eran la envidia de quienes no los llevaban.

—¿Dónde has...?

Pero cuando la mujer clavó los ojos en ella, vio los patines y soltó un suspiro.

—Elsa —se levantó para colocarse frente a su hija y cogerla de los hombros—, sé que adoras patinar, y no nos importa que lo hagas. Pero debes aprender un oficio. Las chicas de tu edad ya han pasado de aprendices a galardonadas, y tú ni siquiera has elegido qué hacer.

La muchacha se apartó, molesta, y subió las escaleras hacia su habitación. No quería entrar en una nueva discusión con su madre por el mismo tema de siempre. Ella quería ser patinadora artística, viajar por los reinos. Sin embargo, era consciente de que era un sueño casi imposible. ¿Cómo hacerlo si no existían aguas heladas en otros lugares? O eso se creía. Sostenía que tenía que viajar para descubrirlo.

—Elsa, por favor. Escúchame.

Fueron las últimas palabras que llegaron a sus oídos antes de que cerrara la puerta y se sentara en el suelo con la espalda apoyada en ella.

No quería defraudar a sus padres. Llevaba semanas pensando qué oficio escoger, cuál se adecuaba más a ella. Tejer no era una opción, no tenía paciencia para ello. Suspiró con la cabeza hacia atrás y vio el retrato de su abuela mirándola desde la pequeña mesa que había junto a su cama.

Su abuela Elsa. Por ella le pusieron Ealasaid, pero en la familia, y Kai también, la llamaban Elsa.

Y ese arrogante de Jack. Rechinó los dientes solo de pensar en él. Pertenecía a una familia adinerada, por lo que él no tenía ninguna preocupación en su vida. Podía hacer lo que quisiera, pues era el heredero único de una gran fortuna.

Podía patinar sin que nadie se lo recriminara.


El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora