Capítulo 45

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Elsa apareció en la sala del trono poco antes del amanecer. Ni Dermin ni el gigante estaban allí, mas no le dio importancia en esos momentos, pues su cabeza solo podía darle vueltas a una pregunta:

«¿Qué ha pasado?».

No importaba cuánto se lo repitiera, cuánto tratara de explicarlo con respuestas que no tenían sentido. No era capaz de comprenderlo, y eso le daba miedo. ¿Lo había hecho ella? ¿Tenía que ver con su magia? ¿Había sido al usar demasiado poder con el gigante de hielo? ¿O había sido él? ¿Le había transmitido parte de su poder y...?

—Basta, Elsa.

Se llevó las manos a la cabeza.

Nada tenía sentido.

Un rugido ensordecedor.

Unos pasos rápidos que hicieron temblar las columnas que había creado y derrumbaron algunas de las estalactitas.

El monstruo apareció ante sus ojos por una puerta destruida y, al verla, se lanzó a por ella. Elsa levantó las manos.

—¡Detente!

Lo dijo con voz potente. Era una orden que el gigante acató al momento. Se quedó quieto, sin apartar sus cuencas vacías de la joven, que no había esperado ser obedecida.

A varios metros, apareció el lobo, que pasó junto al monstruo con las orejas gachas y con paso rápido, para colocarse al lado de Elsa. Esta le miró con culpabilidad.

—Lo siento, Dermin. No sé lo que ha pasado... yo... ¿Te ha hecho daño?

El animal negó con la cabeza y aulló tres veces.

«Ojalá pudiera entenderte».

Volvió los ojos al gigante, pero antes de destruirlo, se le ocurrió una idea.

—Derriba el muro. —Se hizo a un lado y señaló las puertas abiertas.

El gigante pasó entre medias de ella y el lobo y empezó a golpear el hielo. Caían esquirlas con cada golpe, mas no llegaba a agrietarse. Elsa soltó un sonoro suspiro cansado y, con un movimiento de mano, su creación se deshizo en polvo helado. Se dirigió a la habitación que había estado usando y que había decorado a su gusto, muy diferente de los aposentos de la reina. Más alegre.

Se tumbó sobre la cama y dejó que el sueño la acogiera durante varias horas, hasta que su estómago decidió que era hora de comer algo.

En las cocinas no quedaba nada más que fruta. Comió varias piezas antes de regresar a la sala del trono. Había podido descansar y, aunque le gustaría comer otro tipo de alimentos, se sentía satisfecha. Con fuerzas para un nuevo intento.

Dermin le infundió ánimos con un aullido esperanzador y Elsa se puso manos a la obra. Esta vez lo lograría. Algo en su interior se lo decía.

Y ese algo acertó.

Una grieta se extendió desde lo más alto hasta la parte inferior. La joven se mordió el labio, evitando cantar victoria antes de tiempo. Continuó sacando su poder helado hasta que los rayos de sol bañaron su rostro. A pesar del invierno que se extendía por el reino, aportaban calidez si te daban directamente, y era agradable. Elsa cerró los ojos disfrutando con ello, sin perder la concentración.

El muro de hielo desapareció convirtiéndose en miles de astillas que se esparcieron por los alrededores como arena blanca, como si nunca hubiera existido.

La joven abrió los ojos sin poder creérselo.

Lo había logrado.

Cayó de rodillas sin atreverse a dar un paso hacia su libertad. Ahora que lo había conseguido, ¿qué haría?

—No puedo salir de aquí como si nada... —musitó.

El lobo se acercó a ella y le dio en la mano con el hocico. Elsa le acarició entre las orejas y se notó la mano temblorosa.

—Maté a su reina, Dermin. Me acusarán. Me...

Él se alzó sobre sus patas traseras y dio un zarpazo a la corona que todavía adornaba los cabellos de Elsa, pues en algunos momentos había llegado a pensar que el objeto podía tener algo que ver con sus poderes. Cayó con un ruido sordo y ella la cogió.

—Ahora soy la nueva Reina de las Nieves.

Dermin le dio con el hocico, reafirmando sus palabras.

La joven pensó que, tal vez, al haber librado a Corona de Hielo de la tiranía de la reina —tal y como había dicho Mab—, la gente la acogiera de buena gana. Aunque ella pensaba que lo mejor era elegir una nueva soberana, ya que lo que ella deseaba era regresar a casa.

Se incorporó, decidida y, con Dermin a su lado, salió al exterior.

Las puertas daban a una amplia escalinata que terminaba en una plaza con la desembocadura de una de las ramificaciones del río helado, formando un círculo perfecto donde la gente había estado patinando hasta hacía escasos momentos. Ahora las miradas estaban puestas en ella, y Elsa sintió el rubor en las mejillas, mas no detuvo su caminar hasta dejar atrás el palacio.

Todos los allí presentes se arrodillaron al unísono para sorpresa de la joven.

—¡Larga vida a la Reina de las Nieves!

Otras corearon a lo largo de toda la plaza.

Nadie se movió ni un ápice. Como si esperaran que fuera ella la que les dijera qué hacer.

Elsa tragó saliva e intercambió una rápida mirada con Dermin.

Fue un niño el que rompió el hielo. A pesar de los intentos de su madre por retenerle, se levantó y se dirigió a la joven, que le miró intrigada.

—¿Os gustaría patinar con nosotros?

Y la joven se dejó llevar. Patinó durante horas por toda la ciudad, en compañía de niños y habitantes que se unieron a ellos y disfrutaron de las piruetas.

Durante días, Elsa se centró en conocer a los ciudadanos, en ayudarlos en lo que podía haciendo uso de su poder, en jugar con los niños y deleitarse con las historias de los más ancianos, a la vez que buscaba a Mab, a quien parecía habérsela tragado la nieve. Intentó salir de Corona de Hielo en varias ocasiones, pero una fuerza invisible se lo impedía, y tenía la sospecha de que el hada tenía que ver con ello.

Nadie, jamás, indagó sobre la antigua reina. Todos la aceptaron sin ninguna explicación, algo que sorprendía a Elsa, que llegaba a preguntarse si tan terrible habría sido su antecesora como para que nadie quisiera saber qué había sido de ella.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora