Tras su última incursión fuera de Corona de Hielo —y su encuentro con Jack—, Elsa había tratado de averiguar qué provocaba esa magia. La suya no era. Por mucho que lo intentara, no lograba nada que tuviera que ver con desaparecer de un lugar para aparecer en otro.
También había indagado sobre cómo poder comunicarse con Jack. Allí, según le habían comentado los ciudadanos, se enviaban mensajes en papiro a través de búhos nivales. En el Reino de las Lagunas, utilizaban palomas mensajeras. Pero ¿a dónde enviar el mensaje? No sabía dónde podría encontrarse Jack, si era cierto que ahora llevaba el invierno por los reinos.
La única opción que le quedaba era buscarle ella misma. Podía sentir su poder. No siempre, pero en ciertos momentos, sentía como si algo la llamara, como si tirara de ella con un hilo invisible. Y no necesitaba montura, pues deslizarse por el hielo era más rápido. Este ya derretiría con el paso del tiempo, así que tampoco le preocupaba dejar un rastro a su paso.
Le había llevado días tomar esta decisión. No quería abandonar Corona de Hielo siendo ella su supuesta reina. Por ello había convocado una reunión para esa misma mañana con quienes habían sido nombrados los representantes de la ciudad —en una votación democrática que habían llevado a cabo poco después de que Elsa se presentara ante los habitantes—, y expondría su abdicación.
Los trabajadores del castillo dispusieron una mesa circular en la misma sala del trono.
Cuando la joven salió del palacio, muchos fueron los voluntarios para servirla, mas ella se había negado en un principio; hasta que alcanzaron un acuerdo, con un salario y días libres.
Y, aunque había puesto a disposición de los necesitados las dependencias de palacio, nadie había aceptado la oferta, por lo que, salvo los trabajadores, solo ella y Dermin continuaban habitando en él.
—¿Estaré haciendo lo correcto?
Elsa se hallaba en sus aposentos, frente a un espejo de cuerpo entero que había comprado en el mercado, para poder comunicarse con Día y, de esta forma, con Dermin.
—Dice que debes hacer lo que tú consideres. No siempre hay que hacer lo que se supone que debemos hacer. Y yo estoy de acuerdo con él —respondió el hada, sentada al otro lado en su modesta cabaña, tomando una taza de té humeante.
Jack también había pasado por allí llevando el invierno.
Día le había descrito como un apuesto joven que la había cubierto de nieve, helándola hasta los huesos, y se había alejado entre risas.
Coincidía con el chico que Elsa conocía.
La joven recordó que Dermin, en una ocasión, le había dicho unas palabras parecidas respecto al patinaje, cuando ella se planteaba si dedicarse a ello porque era lo que le gustaba o buscar un oficio como las demás, porque era lo que debía hacer.
—Yo no estoy hecha para esto. Es mejor que busquen a alguien preparado para gobernar.
—Me temo que aquí nadie lo está.
—Bueno, ya me entiendes. —Agitó la mano—. Aquí hay personas que han tenido que llevar la ciudad cuando la reina se dedicaba a esclavizarlos y matarlos.
Un breve silencio, roto al poco por Día.
—Sí, yo también lo pienso.
Elsa miró al hada con expresión interrogante, y la otra sonrió.
—Creemos que estás perfectamente cualificada para gobernar. Hasta ahora, según me cuenta Dermin, lo has hecho bastante bien. Incluso han llegado noticias a otros reinos sobre la nueva Reina de las Nieves y el orgullo de su pueblo.
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El origen del invierno
FanfictionUn retelling crossover sobre Elsa y Jack Frost que podéis conseguir en Amazon. Un espejo. Un lago. Un corazón helado. Una magia de nieve. Una corona. Un propósito. Un solo poder. ¿Y si Elsa y Jack Frost fueran el origen del invierno? Cuarta entrega...