Capítulo 41

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Dos días más y Elsa ya controlaba su poder. Quizás no a la perfección. Quizás todavía le quedara por saber qué más podía hacer además de crear hielo o destruirlo —salvo el muro, que había decidido resistirse a sus intentos—.

Y aunque disfrutaba deslizándose por cada rincón del palacio —cuando no estaba peleándose con la pared de hielo—, poniéndose a prueba a sí misma, se sentía sola. Dermin no se apartaba de ella, pero la difícil comunicación no ayudaba. Ella le hablaba, él hacía gestos que la joven no siempre comprendía. Mas sí apreciaba orgullo que brillaba en sus ojos al verla patinar.

—Esto es gracias a ti, Dermin —le había dicho ella—. Jack y yo continuamos con lo que nos enseñaste, y soñábamos con que un día volverías y te sentirías orgulloso de nosotros.

Aquí el brillo se había teñido con la melancolía y Elsa no volvió a mencionar al menor de los Frost ni el Reino de las Lagunas.

Se preguntaba cómo habrían sido todos aquellos años, lo que habría sufrido. Porque Dermin... había muerto.

Y eso era algo que no tenía solución.

Al pensar en la muerte, y en la vida, Elsa se preguntó si con su poder podría ir un paso más allá y no solo crear estructuras y objetos inanimados. Era una locura lo que cruzaba por su mente, pero cuando no patinaba y se cansaba de luchar contra el muro, ¿qué otra cosa podía hacer?

Lo llevó a cabo esa misma noche, en la sala del trono, pues era grande y si algo salía mal podría maniobrar mejor.

Dermin estaba junto a ella, con una mirada curiosa. La joven le sonrió de medio lado y deseó con todas sus fuerzas que saliera bien. Al menos podría servirle de distracción, y puede que para algo más. Al fin y al cabo, la Reina de las Nieves no tenía soldados, según había visto.

Alzó las manos y dejó que el poder saliera de sí casi con violencia, mas no se limitó a dejarlo salir sin más, sino que lo dotó de energía, de fuerza, de vitalidad.

De vida.

O eso al menos era lo que trataba de hacer.

El lobo dio unos pasos hacia atrás, impresionado por lo que veía.

Ante ellos se erigía un gigante de hielo.

Por un momento, Elsa pensó que había fracasado. El monstruo no se movía, era tan solo una estatua. Hasta que movió la cabeza primero a un lado, luego a otro. Y, finalmente, sus cuencas vacías se posaron en la joven.

—¡Sí! —gritó entusiasmada.

El gigante se agachó y...

... rugió con todas sus fuerzas.

La joven retrocedió junto a Dermin.

—Eh, eh, tranquilo.

La criatura alzó un brazo y, cuando estaba a punto de golpearla, Elsa desapareció.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora