Por mucho que Elsa le diera vueltas, solo conseguía frustrarse más. Cada plan que compartía con Mab, esta se lo desbarataba.
La rubia tenía claras dos cosas:
Entrar en el Palacio de Hielo era imposible.
Ella lograría entrar por cualquier medio.
Desesperada, esperando a que el hada llegara para comer juntas, cogió su bolsa y desparramó el contenido por la mesa. Salvo los patines, tres botellas de cristal —una con agua cicatrizante y la otra que permitía entender a los animales—, la bolsita con dinero con algunas monedas —gracias a que Mab la había acogido y en alguna ocasión le pagaba por su trabajo— y el regalo de Día, no había nada.
—¿Qué haces?
El hada acaba de llegar y miraba con desagrado que Elsa hubiera esparcido sus escasas pertenencias sobre su mesa.
—Solo buscar algo que me ayude a entrar en el palacio.
Mab apartó todo con el brazo y puso una bolsa de la que empezó a sacar comida que había comprado.
—¿Por qué no abres el objeto de Día y vemos de qué se trata?
Elsa desvió sus ojos a la tela que envolvía lo que quiera que fuese y la tomó entre sus manos.
—Creía que sabías lo que era.
Mab soltó una sonora carcajada.
—Sé que es un objeto de hadas o que ha estado en contacto con una. Puedo sentirlo.
La rubia lo abrió, ansiosa por descubrir qué había dentro de la tela. Su rostro mudó a una expresión de decepción cuando vio que se trataba de una piedra pulida que casi parecía de plata.
—No sabes lo que es, ¿verdad? —inquirió Mab con los ojos fijos en la piedra.
—¿Debería?
El hada negó con la cabeza antes de responder.
—Es lo que se suele llamar piedra espejo. Es uno de los materiales que los enanitos utilizan para su creación y dotarlos de magia.
Elsa sostuvo el objeto con ambas manos, intrigada.
—¿Crees que puede ayudarme de alguna forma?
—Es posible. Estas piedras permiten cruzar al mundo de los espejos y así viajar entre ellos. Si la reina poseyera uno...
—¡Seguro que sí! —la interrumpió la joven, animada—. ¿Quién no tiene un espejo? Especialmente si es rico y poderoso.
—Tiene que ser un espejo mágico. Los espejos normales sirven solo de ventanas, y salvo que seas alguien poderoso, no podrás usarlo como puerta.
Elsa se echó hacia atrás con un bufido, soltó la piedra y se cruzó de brazos.
—Entonces, ¿de qué me sirve?
Mab se mantuvo en silencio un buen rato.
—¿Cómo se llevó la reina a tu amigo?
—A través de la Laguna Helada. Ni siquiera es un espejo... —repuso Elsa que no sabía a dónde quería llegar.
—Ya te he dicho que si se tiene poder suficiente... —Se encogió de hombros—. Y estamos hablando de la Reina de las Nieves, que tiene poder sobre el hielo. Así que, si logró llevarse a tu amigo, quiere decir que en su poder tiene uno.
Por un momento, Elsa estuvo a punto de saltar de alegría. Sin embargo, lo que hizo fue fruncir el ceño y mirar a su alrededor.
—Pero si nosotras no tenemos uno... ¿De qué sirve la piedra?
Mab sonrió con burla.
—¿No creerás que todo lo que tengo aquí son objetos vulgares? —Se levantó y fue hacia la pared que había detrás de Ella. La ocupaba una estantería con diversas cosas, entre ellas algo oculto por una tela oscura que cogió y mostró a la otra chica. Era un espejo de mano—. ¡Tachán!
Elsa se levantó y quiso cogerlo, pero el hada lo retiró de su alcance.
—¿Qué poder tiene?
—Digamos que me impide olvidar quién soy y, por tanto, apartarme de mi camino.
La rubia no lo comprendió muy bien, mas prefirió no decir nada. Esperó a que Mab retomara la conversación.
—Cuando estés en el mundo de los espejos deberás tener mucho cuidado. Puedes perderte. Tendrás que encontrar por ti misma el que une el de la reina con ese mundo. Y atraerla hacia él.
—¿Por qué?
Mab dejó el objeto sobre la mesa.
—Porque nadie tiene poder en el mundo de los espejos.
ESTÁS LEYENDO
El origen del invierno
FanfictionUn retelling crossover sobre Elsa y Jack Frost que podéis conseguir en Amazon. Un espejo. Un lago. Un corazón helado. Una magia de nieve. Una corona. Un propósito. Un solo poder. ¿Y si Elsa y Jack Frost fueran el origen del invierno? Cuarta entrega...