Capítulo 11

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Elsa vio marchar a Jack. Era la primera vez que tenían una conversación seria, sin piques tontos. Al ser el heredero Frost, no se imaginaba una actitud en él como la que acababa de tener. Había ido a avisarla.

Fue a visitar a los padres de Kai, pero estos no tenían noticias todavía. La reunión se estaba alargando y Elsa tuvo la mínima esperanza de que, tal vez, se estuvieran planteando lo del destierro. Kai siempre había sido un chico ejemplar, también sus padres y su abuela. No podían echarle sin más.

A la hora de la comida se marchó con sus padres, que sacaron temas banales sobre sus trabajos, tratando de evitar el que preocupaba a su hija. Pero Elsa no les prestaba atención. Solo podía pensar en su amigo.

Regresó a casa de los Tharg, pero no quería molestar. Lo estaban pasando mal, y, aunque ella también, no era parte de la familia. Por ello decidió ir a ver a Kellina y ayudarla con la pastelería, algo que debería haber hecho por la mañana. La anciana no estaba, solo los aprendices, que le tendieron una escoba sin más indicaciones. Elsa pasó la tarde barriendo, tirando y limpiando. Los otros dos estaban más centrados en darle órdenes, pero no le importó. Al menos así se mantenía ocupada.

Hasta que ya no pudo más.

Casi era de noche cuando se dirigió sin dudarlo hacia la calle en la que ambos vivían. Era una avenida estrecha en la que las casas de uno y otro lado quedaban separadas por unos metros escasos. Las habitaciones de ambos daban una frente a la otra y eso solo había hecho que aumentar la sensación de que eran hermanos.

Sintió el aguijonazo de la culpa pellizcando el pecho. Ella era su mejor amiga, ¿debería haberse dado cuenta antes de que algo pasaba? Sacudió la cabeza, diciéndose que no merecía la pena lamentarse por cosas que ya habían sucedido.

Cuando llegó a la calle que compartían apretó los labios. Estaba llena de guardias, poniéndolo todo patas arriba, llamando al muchacho con amenazas.

—¡Kai Tharg! Estás complicando las cosas y vamos a tomar medidas.

Elsa lanzó un grito cuando sacaron a la señora Tharg a rastras de la casa. La mujer tenía el cabello alborotado y la cara sucia por las lágrimas y el maquillaje.

—Os digo que no sé dónde está. Salió corriendo por detrás. Yo... —Su voz se quebró con un sollozo y se dejó llevar con gesto derrotado.

La joven se acercó entre empujones hasta la mujer.

—¡Soltadla, brutos!

Los soldados le hicieron caso, aunque Elsa supo que era porque estaban centrados en registrar la casa y los alrededores. Lisda se aferró a ella con desesperación.

—Ha huido, Elsa. No sé qué le pasa a mi pequeño... —Hipó—. Todo estaba bien y de repente... —Desvió la mirada y vio cómo sacaban a empujones también a su marido—. ¡Dejadle en paz!

Le lanzaron junto a su esposa que se abrazó a él.

—Todo irá bien...

Ninguno la miró. Ni ella se creía esas palabras. Kai se había convertido en un delincuente y le habían desterrado por ello. ¿Volverían a verle?

Elsa salió disparada por los caminos. Corría todo lo deprisa que pudo mientras sentía la súplica de su cuerpo porque parase. Pero no lo hizo. Corrió y corrió hasta que se detuvo exhausta frente a la Laguna de Hielo. Cuando lo hizo se inclinó hacia delante apoyando las manos sobre sus muslos intentando recobrar el aliento.

No era día de colecta y estaba desierta. Al parecer, con todo lo que estaba pasando ni siquiera los niños se habían atrevido a ir.

Escuchó el murmullo de las hojas a su alrededor y se estremeció. Un frío antinatural, pues todavía no estaba sobre la capa de hielo, la hizo sentirse amenazada.

Se rio de sí misma con nerviosismo y alzó la vista en busca de su amigo.

—¡Kai! Puedes salir. Soy yo, Elsa.

Dio un paso hacia el lago y se sorprendió al sentir el frío bajo la suela de su zapato. Frunció el ceño y siguió avanzando hasta detenerse ante el lago.

Se quedó allí mirando a la nada hasta que bajó la vista a la capa de hielo, esperando encontrarse con su reflejo. Se imaginaba despeinada y con un aspecto no mucho mejor que el que había ofrecido Lisda Tharg.

Sobre su cabeza las tres lunas la observaban. Una de ellas tenía un brillo rojizo alrededor que indicaba que era día de eclipse lunar. Pero la chica era ajena a lo que sucedía en el cielo, cuando el suelo que pisaba en ese momento ocupaba toda su atención.

Pero no fue a sí misma a quien vio en la superficie gélida.

Bajo la capa de hielo había todo un reino. Pero sus ojos fueron directos hacia un gigantesco palacio de hielo. Sus cúpulas tenían formas punzantes y estaba rodeado de murallas con aristas de hielo afiladas como dagas.

Intentó dar un paso atrás, apartar la mirada, pero su cuerpo no respondía.

—No es real.

Respiró profundamente. Tragó saliva. El palacio no desaparecía y Elsa alargó una mano para tocar el lago y así cerciorarse de que todo estaba en su cabeza, de que era fruto de los nervios y la preocupación por su amigo.

La luna empezaba a recobrar su color natural cuando las yemas de los dedos de la rubia rozaron el frío y la imagen del palacio se desvaneció.

Debería haber estado más tranquila, cuando todo volvió a la normalidad, pero el corazón le iba a mil por hora. Respiró con agitación intentando pensar con claridad. Pronto la oscuridad sería total, tenía que irse a su casa, pero no dejaba de buscar una señal, un atisbo de lo que había al otro lado del lago.

—¿Era real? ¿Y si era real?

Fue un murmullo en el silencio de la noche. Una sombra se agachó a su lado y con una delicadeza impropia de él la rodeó por los hombros y la ayudó a incorporarse.

—Elsa. Se ha ido.

Su voz fue más cortante que el hielo de las murallas que había visto al otro lado. Contempló con ojos vidriosos al recién llegado, sin comprender.

—Tus padres estaban preocupados por ti. Vamos, pronto será noche cerrada, hay que irse.

—Pero, Kai...

—Pequeña Elsa, te prometo que esto pasará. Te entiendo muy bien. Vamos, te acompañaré a casa.

Elsa se dejó llevar, mientras ordenaba sus pensamientos. No entendía qué acababa de pasar y, aunque no era una niña tonta que creía en cuentos de brujas malvadas, lo que había visto le había parecido muy real.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora