Capítulo 42

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Jack surcaba los cielos, entusiasmado. La sensación de volar por el aire, movido por las corrientes heladas, le hacía sentirse libre por completo.

Estaba dejando atrás los reinos mágicos del este y no pudo evitar volver la mirada hacia el que había sido su hogar. El Reino de las Lagunas. Del que tanto le había costado despedirse. Recordó la conversación con sus padres y tuvo que hacer esfuerzos para no regresar.

No era un adiós para siempre, mas con su nueva condición pasaría tiempo entre las visitas que podría hacerles. Coral se había quedado muda de asombro al ver los dones de su hijo, pero, para su sorpresa, le había animado a empezar su viaje. Bastian, por el contrario, se había mostrado más apenado de dejarlo marchar.

No queriendo alargar más las cosas, tras un abrazo rápido se había ido sin mirar atrás.

Ahora no podía dejar de hacerlo.

Se concentró en su objetivo y se dejó mecer por el viento. Al principio no le había resultado tan fácil, y aunque le había costado cogerle el truco, se había hecho con el don.

«Mab tenía razón, es como patinar, pero en el aire».

Al contrario de lo que le había pasado en el hielo, no había tenido que soportar caídas dolorosas ni golpes inesperados. El aire le llevaba sin más y Jack empezaba a habituarse.

Surcaba deprisa los cielos, acercándose más y más a Corona de Hielo, donde esperaba encontrar respuestas... y a Elsa.

Y, como esperaba, tras atravesar las montañas, vio en la distancia un punto blanco, culminado por un palacio de hielo, que parecía resplandecer bajo las reinas de la noche.

Cuando estuvo más cerca sintió una sacudida en el pecho y se mordió el labio, reconociendo las aristas congeladas del palacio y sus tejados acabados en puntas de hielo.

Escudriñó la zona con interés. No. Había algo diferente...

Y entonces lo vio.

El palacio estaba rodeado de un muro de hielo.

A su alrededor se extendía una ciudad surcada por un río de hielo y sus ramificaciones en las que la gente patinaba para desplazarse. Dejó escapar una carcajada de sus labios: aquello era el sueño que habían compartido durante tanto tiempo.

En esa ciudad el patinaje no solo no era algo extraño, sino que era la forma en que aquellas personas se movían por él.

Se acercó más y aterrizó junto al muro, en un lugar apartado en el que no había nadie. A su espalda se extendía un bosque cubierto de hielo, como si también hubiera sido afectado por lo que hubiera creado aquella muralla helada.

«La Reina de las Nieves».

Fuera como fuera, era imposible entrar y, con toda probabilidad, también salir.

Golpeó el hielo, pero era duro como el acero. Se concentró y el poder escapó de él, mas lo único que logró fue que la superficie brillante se cubriera de escarcha. Lo intentó de nuevo y empezó a nevar.

Se concentró tanto la siguiente vez que la nevada se intensificó y él resopló frustrado.

Sus ojos recorrieron el muro de hielo hasta su final, y se dio cuenta de que este no llegaba hasta las torres.

Una entrada.

—Te voy a sacar de aquí, Elsa.

Un carraspeo a su espalda le hizo dar un brinco. Se volvió y estuvo a punto de gritar al ver a Mab. En la misma posición en que la había visto días atrás, pero más enfadada.

—¿Se puede saber por qué has traído el invierno al único reino que ya lo tiene?

—No he venido a traer el invierno.

—Ya, claro, solo has venido a dar un paseo a uno de los reinos más alejados del Reino de la Laguna.

—No he venido por eso. Creo que una... —dudó y ella achicó los ojos.

El hada dio unos pasos hacia él y le rodeó. Pasó la mirada fugazmente por el muro de hielo y después volvió a plantarse frente al chico, que abrió la boca, insistente.

—Creo que una amiga está encerrada ahí dentro. Puede que tú hayas percibido... Puede que la conozcas.

—Ahí la única que está encerrada es la Reina de las Nieves.

—Pero Elsa...

—¿Quién centellas es Elsa?

—Pues mi amiga, la que...

—Aquí no hay ninguna Elsa, de eso puedes estar seguro.

—Pero es que el muro...

Mab puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza, exasperada.

—La Reina de las Nieves es excéntrica y malvada. Si ha creado este muro será por alguna ocurrencia nueva que tiene.

—Pero...

—Jack Frost, ¿cuántas veces tendré que repetirte que eres el portador del invierno y todo eso? ¡Lárgate y lleva el frío a un lugar que no esté congelado!

—No me iré sin saber qué le ha pasado a Elsa.

El hada resopló.

—Aquí no está. Lo siento. Tendrás que buscarla por algún otro de los reinos.

—Está bien.

Bajó la cabeza y volvió a mirar el palacio. O más bien el muro que lo separaba de él. Y subió hasta una de las torres que tenía amplios ventanales. Invocó su poder y dejó que el viento lo elevara, guio su cuerpo y este se meció hacia las altas torres. Se detuvo a unos metros de aquel balcón congelado, en el que destacaba una enorme columna de hielo, junto a la que había un lobo gigantesco.

Este ladeó la cabeza mirándole con interés y lanzó un aullido lastimero hacia el cielo. Jack le miró anonadado. Se había dado cuenta de que había muchos como él en la ciudad.

Se alzó todavía más y se perdió en el firmamento.

No podía saber que aquel lobo era Dermin. No podía saber que, si hubiera prestado algo más de atención al lugar, habría visto a su hermano reflejado en la columna de hielo.

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora