Capítulo 14

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Las noches primaverales eran lo suficiente frescas como para necesitar taparse, pero a Jack le gustaba dormir con la ventana abierta.

Su madre siempre le decía que acabaría enfermando con las corrientes, pero el chico dormía mejor cuando tenía que cubrirse, así que aprovechaba al máximo esa sensación mientras durase. Pronto llegaría el verano y, con él, solo le quedaría la Laguna Helada para disfrutar del frío. Y su invernadero, donde le gustaba pasar los minutos solo, sin pensar en nada.

Se incorporó antes de que el sol despuntara. La oscuridad era total al otro lado, a excepción de la luz que proyectaban las lunas. Su ventana daba a la parte posterior de la casa y, por ello, el reflejo de la luz emitía destellos azulados y verdosos en los invernaderos.

Sonrió. A pesar de que el negocio familiar le pudiera resultar tedioso, era una gran suerte poder contar con los cristales para construir algo que aportaba tanto a la ciudad y al reino entero. Alguna vez meditaba de verdad lo que le decían sus padres acerca de la fantasía que suponía patinar, pero no podía evitarlo.

No era solo por Dermin. Era por él.

Sabiendo que ese iba a ser un día muy agitado en la empresa —una vez al mes, los reyes visitaban los negocios de la nobleza para comprobar que todo funcionara como debía—, se puso ropa cómoda y bajó las escaleras con todo el sigilo del que fue capaz.

Cogió los patines y la capa y se dirigió hacia la Laguna Helada. Tras unos cuantos giros le embargaba la paz y se sentía libre. Eso hacía que mereciera la pena el sueño que arrastraba el resto del día.

A medida que él recorría entre piruetas la laguna, una y otra vez, el día fue ganando a la noche y para cuando terminó, el fresco de la mañana se había diluido y el aire casi veraniego le calentó el sudor sobre la piel.

Se dio prisa por regresar a casa, tendría que lavarse y ponerse ropa más adecuada para trabajar. Decidió que era una buena idea pasar a coger algo de pan por el pueblo. Los primeros eran los que se llevaban las mejores hogazas de los Rages. Y tal vez tuvieran dulces de flores, un pan especiado con semillas y esencia de campanillas azules.

Cuando llegó al pueblo sintió algo diferente en el ambiente. Algunos cuchicheaban e incluso le dirigieron miradas que el pequeño de los Frost ignoró.

La gente estaba revuelta desde lo de Kai y seguramente no veían con buenos ojos que fuera a patinar, se habían extendido rumores de que al criminal le gustaba ese lugar. Se le consideraba peligroso y, por tanto, a la laguna también.

Pero cuando vio a la madre de Elsa llorando mientras hablaba con un guardia, no pudo evitar ponerse en alerta.

—Si se ha ido por voluntad propia, Anabelle, no podemos hacer nada —le dijo el hombre, incómodo.

Miraba a la mujer con lástima reflejada en sus ojos carmesí, mientras miraba tras ella, en busca de una excusa para huir de ahí.

—Ren —la mujer le tomó del brazo en un acto desesperado—, somos amigos. Tienes que ayudarme. Ha ido tras Kai.

—En ese caso regresará pronto.

Tomó aire antes de continuar y se inclinó hacia la mujer para añadir algo más que Jack no alcanzó a oír. Sacudió la cabeza. ¿Era eso para lo que le estaba pidiendo ayuda? ¿Quería ir tras Kai?

«Por todas las hadas. Debería haberla detenido».

Elsa, como la mayoría, nunca había salido del reino. No tenía ni idea de qué había más allá. Los peligros a los que se exponía.

Se mordió el labio. Ella era muy testaruda, no hubiera servido de nada intentar disuadirla de su plan. Aun así...

Cuando Anabelle se separó del guardia Jack se le acercó con decisión, aunque no sabía bien qué iba a decirle.

—Señora Gerda.

La mujer se giró hacia él. Estaba pálida y parecía más frágil de lo que realmente era. Le recordó un poco a Coral el día en que Dermin los dejó. Pero su madre era fría y mantenía la compostura hasta cuando no era necesario. Anabelle, en cambio, parecía a punto de romperse.

—He oído lo que...

Ella asintió sin pronunciar palabra. Los ojos se llenaron de lágrimas.

—No van a ayudarme a buscar a mi pequeña. Los guardias de esta ciudad deberían velar por nuestra seguridad.

—Es cierto.

Anabelle apretó los puños contra la tela de su falda y Jack dio un paso hacia ella.

—Si hay algo que yo...

—No hay nada que puedas hacer. —Se le rompió la voz—. Intentaré enviarle un mensaje. —Se giró, pero antes de marcharse, añadió en voz baja—: Dicen que han encontrado muerto a Kai.

Sin añadir palabra, dejó allí a Jack, asombrado y preocupado a partes iguales. Si Kai estaba muerto... Si el mensaje no llegaba a la destinataria... ¿A dónde iría Elsa?

El origen del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora